13 febrero 2015, ADITAL Agencia de Información Fray Tito para América Latina (Brasil)
Marcela Belchior,
Adital
En una actitud que ningún pontífice
jamás se había atrevido a tener en la historia reciente de la Iglesia Católica,
el Papa Francisco tomó desprevenida a la Curia Romana y habló claramente sobre
la necesidad de un cambio en la cúpula del Vaticano. En un discurso proferido
el pasado 22 de diciembre, el primer papa latinoamericano hizo público que no
siente en el equipo de la Santa Sede fidelidad a sus directivas y solidaridad
para con las perspectivas de su pontificado.
El Papa reprendió a la Curia Romana a fines del año
pasado. Foto: ANSA.
Los 2.300 curiales se dividen en
tres grupos: los que están del lado de Francisco, empeñándose en atender a sus
indicaciones; los que no se oponen pero se limitan a un trabajo burocrático,
dejando la máquina lenta; y, finalmente, aquellos profundamente contrarios a la
forma de actuar de Jorge Mario Bergoglio, su teología, su estilo de vida y su
propio magisterio.
Son estos dos últimos grupos los que
forman la gran mayoría de la Curia y actúan deliberadamente obstruyendo el
mensaje liberador del Papa. Operando en relación con el mantenimiento del establishment católico,
complicando el camino hacia las reformas imaginadas por el Papa, esa oposición
también tiene motivaciones políticas y financieras asociadas a intereses de los
que defienden los privilegios de los ricos en el sistema neoliberal en
detrimento de las causas estructurales que generan la pobreza, denunciadas por
Francisco.
"¿Puede haber un órgano como la
Curia Romana que no esté dominado por las tentaciones del poder?”. Con esa
pregunta, el periodista, vaticanista y escritor italiano Luigi Sandri nos ayuda a comprender qué pasa en el
Vaticano y cómo eso se refleja en toda la comunidad católica del mundo. Autor
de los libros Cronache dal
futuro (en español,
"Crónicas del futuro”) y Dal Gerusalemme I al Vaticano III. I Concili
nella storia tra Vangelo y potere (en
español, "De Jerusalén I al Vaticano III. Los Concilios en la historia
entre el Evangelio y el poder”), Sandri, en entrevista exclusiva con Adital, defiende que es
necesaria una reforma dentro de la cúpula de la Iglesia Católica.
Para el escritor, esa reforma es el
paso decisivo hacia una reformulación subsiguiente de la Iglesia Católica
Apostólica Romana. "Pero el camino no será fácil, y serán inevitables las
tensiones, el sufrimiento y las contradicciones”, advierte. Actualmente, la
estructura de la Santa Sede se remonta (créalo) a la reforma lanzada por el
Papa Sixto V en 1588, época en que toda América Latina, principal reducto
católico en el mundo, apenas aparecía en los mapas del globo. Solamente con un
equipo que reflexione con su mentalidad, el Papa puede hacer real el cambio en
los rumbos de la Iglesia Católica. De lo contrario, Francisco corre el riesgo
de continuar solo en la lucha por la liberación de los pueblos.
Adital – A fines de 2014, el 22 de
diciembre, en un discurso proferido a la Curia Romana, el Papa Francisco la
convocó a "mejorarse”, señalando lo que llamó "enfermedades curiales”
y "mal funcionamiento” del equipo de administración de la Iglesia
Católica. Entre ellas, estaban la falta de autocrítica y de cooperación y las
rivalidades. ¿Qué puede decir de la composición actual de la Curia Romana?
Luigi Sandri - El discurso del 22 de diciembre de
2014 me parece que es uno de los más importantes hasta ahora pronunciados por
el Papa Francisco. De hecho, si él se refiere directamente a las "quince
enfermedades” de la Curia Romana, indirectamente se refleja en las estructuras
globales de la Iglesia Católica Romana y propone un modelo de comunidad
cristiana llamada constantemente a la conversión y a una vigilancia crítica
para no ser seducida por las tentaciones del poder.
Naturalmente, Bergoglio estaba
refiriéndose a la actual composición de la Curia, pero en mi opinión fue más
allá. De hecho, creo, la verdadera cuestión de fondo que implícitamente emerge
a partir del afilado diagnóstico papal es ésta: ¿puede haber un órgano como la
Curia que no sea inevitablemente tentado y a veces dominado por las tentaciones
del poder?
Adital - ¿En qué medida ese discurso
del Papa demuestra un contexto de conflicto y enfrentamiento dentro del
Vaticano?
LS - En la medida en que Francisco, en su
discurso, iba listando las "enfermedades” (¡quince!) de la Curia, los
rostros de los cardenales y de los prelados que lo escuchaban parecían
petrificados. Creo que muchos, si no la mayoría de aquellos eclesiásticos,
consideraron inédita –y tal vez intolerable– la denuncia del Papa. Si el
pontífice, previendo esta reacción (no explícita, pero no por eso menos
fuerte), habló de aquel modo, es porque él considera que ya no es admisible una
creciente oposición de muchos ambientes curiales a su modo de ejercer el
"ministerio de obispo de Roma”.
Por otro lado, si Francisco sintiera
a toda la Curia unida a él, fiel a sus directivas, solidaria con sus
perspectivas, ¿por qué se atrevería a actuar de una forma en que en los tiempos
modernos ningún pontífice jamás había osado?
A mi memoria viene el discurso de
Pablo VI, el 21 de septiembre de 1963. Papa desde hacía tres meses, en el
comienzo de la segunda sesión del Vaticano II, aquel pontífice hizo un discurso
memorable para invitar a la Curia a no oponerse a las reformas que el Concilio
iba proponiendo y a aceptar con humildad algunas fuertes críticas a la misma
Curia, que habían surgido a lo largo de la primera sesión del Concilio,
iniciada con Juan XXIII en octubre de 1962. Así, Montini [Pablo VI] supo
mezclar algunas veladas críticas con amplios elogios, a fin de no irritar
demasiado a los curiales.
Totalmente diferente ahora fue el
tono de Francisco: su discurso pareció afilado, sin mediación: casi una
tempestad de granizo, que tomó desprevenida a la Curia para un temporal como
ése.
Adital - ¿Qué tipo de resistencias
manifiesta hoy la Curia Romana a la actuación del Papa Francisco?
LS - Debemos recordar que la Curia no es
un cuerpo monolítico: por ejemplo, en la época del Concilio Vaticano II, gran
parte de ella hizo de todo para frenar, o incluso hasta sabotear, la iniciativa
del Papa Juan; pero hubo también un grupo pequeño pero tenaz que se esforzó al
máximo para que el Concilio lograra realizar la esperada "actualización”.
Volviendo a la actualidad, creo que
los curiales (¡cerca de 2.300 personas, en su conjunto!) pueden ser divididos
esquemáticamente en tres grupos. Una parte, con todo el corazón, está del lado
de Francisco y se empeña al máximo en concretar sus indicaciones. Otra parte es
escéptica: no se opone directamente al Papa, pero tampoco lo apoya y se limita
a hacer un trabajo burocrático, fundamentalmente intentando dejar la máquina
más lenta.
Finalmente, una parte es
profundamente contraria a la forma de actuar de Bergoglio, a su estilo de vida,
a su teología, a su mismo magisterio, cuando propone ideas o lanza hipótesis
que a ellos les parecen casi "heréticas” y, de manera total, alejadas de
cuanto proponían Wojtyla y Ratzinger. Es difícil "cuantificar” la fuerza
numérica de los tres grupos, pero es cierto que el segundo y el tercero forman
una articulada mayoría, si no, sería inexplicable por qué el Papa haya
"flagelado” a la Curia con el discurso del 22 de diciembre.
Adital - ¿De qué manera esas
dificultades se reflejan en la actuación de la Iglesia Católica?
LS - Imagino que, en Brasil –pero también
en cualquier otro país de América Latina o de Asia o de África y del Norte del
mundo– las personas no saben nada de las peleas curiales y tengan otros
problemas de los que preocuparse. Sin embargo, un discurso como el del 22 de
diciembre, tomado y difundido por muchos medios de comunicación, sugiere
también a los más distraídos y a las personas más distantes de Roma que en la
Curia –es decir, en el órgano que ayuda al Papa en el gobierno de la Iglesia
Católica– está creciendo una dura oposición a Bergoglio. En suma, terminó en la
Curia y en elestablishment católico
la luna de miel (si es que existió) con Jorge Mario Bergoglio.
Adital - Esa resistencia de la
Curia, ¿puede ser comprendida como una manifestación de oposición al Sumo
Pontífice?
LS - Naturalmente, estamos frente a la
oposición de una parte de la Curia al Papa. Pero atención: esta oposición se
manifiesta en "estilo curial” y por esto es subterránea, implícita,
elusiva, clara a los adeptos a los trabajos pero obscura para las personas
comunes. Sólo de vez en cuando ésta se hace clamorosa, pública, la punta de un iceberg mucho mayor de lo que parece a primera
vista. Un ejemplo:
El cardenal de Estados Unidos
Raymond L. Burke, prefecto del Tribunal Supremo de la Signatura Apostólica (una
especie de Corte Constitucional de la Iglesia Romana), en entrevistas con
muchos medios de comunicación en ocasión del Sínodo de los Obispos, en octubre
de 2014, dedicado a la familia, dirigió críticas casi despreciativas hacia
Francisco, afirmando que, con él reinante, la Iglesia parecía un navío sin
timonero en medio de la tempestad. Una afirmación gravísima y casi ofensiva,
que el Papa no podía fingir no haber oído. Y por eso el 8 de noviembre depuso
al purpurado de su importante cargo y lo nombró Patrono de la Orden Soberana
Militar de Malta, un cargo puramente coreográfico.
Todavía más sensacional – aunque
indirecta – fue la impugnación al Papa de parte de cinco cardenales de la
Curia, encabezada por el cardenal alemán Gerhard Ludwig Müller, prefecto de la
Congregación para la Doctrina de la Fe, el guardián de la ortodoxia católica. A
mediados de septiembre de 2014, salió en inglés y, en octubre, en italiano,
"Perseverar en realidad”, un libro que se opone frontalmente a la tesis sustentada
por otro cardenal alemán de la Curia, Walter Kasper. Éste, elegido por el Papa,
el 20 de febrero de 2014, había hecho un informe para el plenum del Colegio Cardenalicio
convocado por Francisco para reflexionar sobre el tema del Sínodo.
El purpurado, en resumen, había
prospectado la posibilidad de que, en casos específicos, personas divorciadas y
casadas nuevamente podrían recibir la Eucaristía. Una hipótesis inaceptable
para los cinco (que, después, en varias entrevistas, se unieron al cardenal Angelo
Scola, arzobispo de Milán, Camillo Ruini, ex vicario de Roma y por tres
mandatos nominado por el Papa Wojtyla como presidente de la Conferencia
Episcopal Italiana y Francis Y. George, arzobispo de Chicago). Formalmente,
aquel libro le respondía a Kasper; en realidad, se oponía a Francisco.
Adital - ¿Cómo afecta eso los planes
del Papa Francisco en el sentido de realizar reformas dentro de la institución
religiosa?
LS - La oposición, ahora clara y pública,
de una parte del Colegio Cardenalicio (y, naturalmente, del episcopado mundial)
a Francisco complica el camino hacia las reformas imaginadas por el Papa
reinante. En realidad, él desea intensamente mantener unida a la Iglesia
Romana, intentando hacer coexistir serenamente dentro de ella a los varios puntos
de vista teológicos y pastorales existentes en ella. Sin embargo, en algún
momento, sobre algunas cuestiones, será necesario deliberar y hacer elecciones
precisas. Así, el Sínodo de octubre próximo (que es como el segundo
"round” de aquél de 2014) va finalmente a decidir si será posible o no,
dar la comunión –por lo menos en algunos casos– a los divorciados que se
volvieron a casar.
Si el Papa no decide otra cosa,
también la próxima Asamblea será "consultiva”, o sea, elaborará
"consejos” para ofrecer al Papa que al final decidirá libremente. Pero
política y eclesiásticamente sería muy difícil para el Papa repudiar un
"consejo” sinodal y rechazarlo.
Ahora, si con la necesaria mayoría
de los dos tercios del Sínodo "se aconsejará” al Papa una elección pastoral
"liberal” para los divorciados que se volvieron a casar, ¿qué van a hacer
los cardenales y obispos "perdedores” en el Sínodo? ¿Qué harán Müller y
sus fans? Será por lo
tanto muy difícil para el mismo Bergoglio mantener la "unidad en la
diversidad”, cuando en realidad la elección "pastoral” indicada será una,
y sólo una, desagradable a los "perdedores”.
Adital - Dentro y fuera del Vaticano, ¿por
quién está compuesta la oposición al Papa Francisco?
Adital – A Francisco le gustaría dar
respuestas "pastorales” a problemas difíciles y complejos, tales como los
divorciados que se volvieron a casar y las uniones civiles: o sea,
manteniéndose firme los "principios doctrinarios”, al Papa, como un buen
pastor, le gustaría ayudar a las personas que están en esas situaciones, sin
marginarlas de la Iglesia y sin considerarlos pecadores no arrepentidos.
La respuesta de los cardenales y
obispos a las perspectivas abiertas por el Papa está vinculada a la mentalidad
y a la cultura de los pueblos entre los cuales los obispos actúan. Por ejemplo,
salvo rarísimas excepciones, la mentalidad general de los africanos es,
culturalmente, totalmente contraria a las uniones homosexuales; por esta razón,
también en el Sínodo 2014, los "padres” del continente africano se opusieron
a cualquier cambio en la enseñanza del magisterio de los últimos Papas,
condensada en el Catecismo (1997), que a pesar de respetar a las personas
homosexuales hace un juicio moral absolutamente negativo de los actos
homosexuales. Incluso algunos prelados del norte del mundo reivindican la misma
actitud rígida, pero en Europa y en América del Norte hay también prelados (y
su número está creciendo) que dan una evaluación ética favorable a las uniones
homosexuales si se viven con amor, fidelidad y respeto.
Al contrario, sobre la doctrina
social –tan osada que algunos lobbistas y algunos grupos, incluyendo
católicos, acusan a Bergoglio de ser "comunista”–, casi todos los
cardenales y obispos del sur están totalmente de acuerdo con el Papa, que
denuncia "las causas estructurales de la pobreza”. En vez de esto, en el
norte del mundo, la doctrina social de Francisco es vista con sospecha (o con
preocupación) por muchos eclesiásticos y por muchos políticos católicos. Con
algunas excepciones, esa oposición es implícita, subterránea, elusiva, pero
durísima. O –en algunos corredores de la Curia– irreverente, pues se comenta
sarcásticamente "la teología de Copacabana” de Bergoglio.
Adital - ¿Intereses exteriores a la
Iglesia Católica y a la religión estarían por detrás de esa oposición? ¿Cuáles?
LS - Sí, la oposición a la doctrina
social de Francisco, tanto dentro como fuera de la Iglesia Católica, también
tiene una raíz política y financiera: en realidad, los grandes capitalistas,
los ejecutivos de las empresas multinacionales y los políticos que defienden
los privilegios de los ricos se sienten amenazados en sus intereses por una
enseñanza papal que denuncia las causas estructurales que inevitablemente
generan pobres, o sea, los "empobrecidos por el sistema” neoliberal. ¿Cómo
podrán amar la enseñanza de Bergoglio aquellos católicos que, siempre en las
primeras filas en las procesiones con bandas de música y flores, se ven
desnudos por la propia ganancia y, en contradicción, con sus obras, muy
distantes del Evangelio?
Por el contrario, en las cuestiones
más relacionadas con la sexualidad (divorcio, uniones homosexuales) alguna
oposición al Papa puede provenir, en algunos países, a partir de esos
"pensadores libres” o de esos "ateos devotos”, que no creen para nada
en el magisterio de la Iglesia Romana y, sin embargo, están felices de que eso
exista, cuando coincide con sus ideas reaccionarias.
Adital - ¿Sorprendió el Papa
Francisco al Vaticano cuando, en tan poco tiempo, creó una imagen que
amenazaría a elementos de una postura tradicionalista de la Iglesia Católica en
lo que se refiere a la doctrina y a la disciplina?
LS - Muchos, en la Iglesia Católica,
confunden la Tradición ("T” mayúscula) con la "tradición” ("t”
minúscula) e ignoran que algunas costumbres y hábitos difundidos hoy en la
Iglesia no derivan de una enseñanza de Jesús sino que surgieron,
históricamente, en determinados contextos culturales para atender a las
necesidades locales. A veces, esas elecciones fueron inteligentes y útiles para
fortalecer la fe; otras veces, miopes. En cualquier caso, pueden y deben ser
rediscutidas si la situación actual y el bien de la Iglesia lo aconsejan. La
"pastoral” es el arte de saber traducir el Evangelio a modalidades que
cambian con el tiempo. No es la "fe” la que cambia sino los "caminos”
para hacerla explícita aquí y ahora.
Los tradicionalistas más brillantes
no saben que muchas "tradiciones” que ellos consideran "sacrosantas”
nacieron sólo 500 años atrás, en la época del Concilio de Trento (1545-1563).
O, por ejemplo, no saben que el celibato eclesiástico, que es norma en la
Iglesia Latina, no es "Tradición” sino sólo "tradición”: es la ley,
reafirmada en el siglo XII, por varios Concilios Lateranenses. Pero (como
disposición intangible) en realidad, no deriva de las Escrituras: de hecho, en
la carta a Timoteo I (3, 1-4) y a Tito (1, 5-9), el apóstol Pablo dice que
"el obispo debe ser sobrio, prudente, casado con una mujer solamente y
capaz de conducir bien la propia familia”.
Por lo tanto, una defensa endurecida
del celibato eclesiástico no puede basarse en el Nuevo Testamento. Entonces,
una cosa es enaltecer el carisma de la virginidad (Jesús elogia a aquellos que
se hacen eunucos por amor al Reino de los Cielos), otra es exigir por ley a
todos los eclesiásticos el celibato. En tal contexto, parece una hipótesis
sabia –muchas veces expresada en Brasil y en otros países de América Latina y
África– la ordenación sacerdotal de hombres casados, primer paso para
rediscutir a fondo la relación entre celibato y sacerdocio.
Y, siempre citando la
"tradición”, desde siempre
las Iglesias Ortodoxas y las Iglesias Orientales Católicas tienen un clero
celibatario y casado. Por lo tanto, los tradicionalistas que quieren defender a
la "Iglesia de siempre”, muchas veces, no saben cómo, siglos atrás, vivió
la Iglesia. Confunden el "siempre” con opciones pastorales elegidas por
las autoridades eclesiásticas en tiempos más recientes.
Adital - El último concilio,
realizado entre 1962 y 1965, primó por una apertura y una descentralización de
la institución. ¿Eso no se concretó? ¿Por qué hoy esa orientación parece ser
rechazada dentro del propio Vaticano?
LS - Afirmando la "primacía del
pueblo de Dios” y la "colegialidad episcopal” (el colegio de los obispos
unido con el Romano Pontífice es, éste también, sujeto de plena y suprema
autoridad sobre toda la Iglesia), el Vaticano II publicó las bases para una
descentralización radical de las estructuras católicas. El Sínodo de Obispos,
creado por el Papa Pablo VI en 1965, va en ese sentido, pero muy tímidamente,
pues no encarna la "colegialidad” en sentido pleno.
Además, el Papa Pablo VI, Juan Pablo
II y Benedicto XVI no quisieron implementar en forma abierta la
"colegialidad”: de hecho, siempre tomaron las decisiones más importantes
por cuenta propia, sin un real involucramiento del episcopado. Ejemplo
clamoroso en ese sentido, fue el de Paulo VI: retiró del Concilio la
oportunidad de que los obispos discutieran los medios éticamente admisibles
para regular los nacimientos; luego confió a un comité de 75 miembros
(prelados, teólogos, médicos, parejas) el estudio del problema, a fin de tener
una "opinión consultiva”. El parecer salió y, abrumadoramente, estaba a
favor de dejar que los cónyuges decidieran según su conciencia. Pero él rehusó
esta opinión, y el 25 de julio de 1968 publicó la encíclica Humanae Vitae, que proclamaba a
la anticoncepción como inmoral. En la Iglesia Católica se levantó una inmensa
ola de polémica en contra de la enseñanza papal.
Los últimos papas han afirmado su
disponibilidad para rediscutir "la forma del ejercicio del servicio
petrino”, pero en realidad hasta Francisco esas palabras fueron sólo...
palabras. En seguida, en lo que se refiere al "pueblo de Dios”, en el
pos-concilio, a nivel local y nacional, fueron intentadas varias e interesantes
maneras de concretar aquel proyecto: en los Países Bajos, en Suiza, en
Alemania, en Austria, en Sínodos o Encuentros nacionales, clero y laicos juntos
intentaron encontrar soluciones a los problemas pastorales pendientes. Pero, cuando
hicieron propuestas desagradables para Roma (libertad de consciencia en el
control de la natalidad, celibato opcional...), estas propuestas fueron, todas,
rechazadas por la Curia Romana. Falta entonces a nivel de la Iglesia Universal,
una especie de Senado, donde el "pueblo de Dios” esté, de alguna manera,
representado. La Iglesia Romana continúa siendo clerical y machista.
El Papa Francisco comenzó a revertir
el curso: así él quiso que, en vista del Sínodo de 2014 (y, ahora, ante el de
2015), en las varias diócesis del mundo, fuese distribuido un cuestionario para
que los fieles expresen su opinión sobre los temas de la familia. Fue una
experiencia reducida, pero significativa, que podría (quien sabe) generar
desarrollos más profundos en el futuro.
Hasta ahora, sin embargo, la
"descentralización” esperada no ocurrió. De hecho, la Curia Romana debería
"devolver” a las Iglesias locales (diócesis y Conferencias Episcopales)
derechos que (por razones históricas, y tal vez por razones durante un tiempo hasta
justas), gradualmente había reservado para sí. El principal de esos derechos es
la elección de los obispos de las diócesis. Actualmente la regla es la
siguiente: el nuncio en un determinado país hace su investigación, y después
elije una tríada: la Curia (Congregación de los Obispos) examina con cuidado la
terna y, finalmente, el Papa elige el candidato que él cree es el mejor.
La iglesia local no tiene ni la
primera ni la última palabra: ambas son prerrogativas de la Curia Romana. En
vez de esto, la concreta y coherente aplicación de los grandes (sin embargo,
genéricos) principios enunciados por el Vaticano II exige (¡exigiría!) que,
poco a poco, gradualmente, el nombramiento del obispo de las diócesis pase a
manos del "pueblo de Dios” de aquella Diócesis, eventualmente con la
participación de la Conferencia Episcopal. Un modo realista y viable para
llegar a la elección sería confiarla al Consejo Pastoral (clérigos y laicos) y
presbiteral de la Diócesis: dos estructuras cuyos miembros son electos de alguna
forma por el pueblo, a través de los Consejos Pastorales Parroquiales.
De hecho, al comienzo de la Iglesia,
¡era toda la comunidad la que elegía a su propio pastor! ¿Por qué no podría ser
así hoy? Se trata, obviamente, de ponderar bien esos cambios, evitar la
ingenuidad (aún hoy, como en los primeros tiempos, podrían formarse grupos
extremadamente opuestos), actuar con cautela: pero el Vaticano II no será
implementado, en realidad, hasta que los fieles, hombres y mujeres de una
Diócesis, no tengan voz, una gran voz, en la elección de su pastor.
Adital - El discurso del Papa –de desapego,
respeto por los pobres y simplicidad– sugiere una ruptura con la cultura
tradicionalista que había sido instaurada en la Iglesia. ¿Por qué eso incomoda
a algunos sectores -sociales y religiosos?
LS - La manera como Francisco ejercita su ministerio de
obispo de Roma ha perturbado a aquellos que tienen una visión sacramental,
mítica, de la persona del Papa. Para esas personas, es insoportable y casi un
sacrilegio, el hecho de que el Papa viva con simplicidad, hable continuamente
de los pobres, coma con las personas que viven con él en Santa Marta (el
palacio que durante el cónclave hospeda a los cardenales que votan; ubicado a
300 metros del Palacio Apostólico donde el Papa va sólo para los encuentros
oficiales, o los domingos, para recitar el Ángelus con las personas que se amontonan en
la Plaza de San Pedro).
Es verdad que durante siglos, los
papas –que, por tanto tiempo, fueron también reyes, es decir, soberanos del Estado
Pontificio– vivieron con gran lujo. Pero, ¿cómo vivía Jesús? ¿Cómo vivían los
obispos de Roma, sino entre los pobres y como los pobres, hasta que los
emperadores Constantino y Teodosio cubrieran a los papas con privilegios,
interesados en tener el apoyo del clero para mantener firme su poder? Tal vez
Francisco no esté alineado con la "tradición”; ¡pero él es ciertamente la
"Tradición”!
Adital - Cuando asumió el
pontificado, ¿el Papa Francisco consiguió construir un equipo, dentro de la
Curia Romana, compatible con su pensamiento?
LS - Francisco intenta formar en la Curia
un equipo que reflexione sobre su mentalidad y esté determinado a llevar
adelante las reformas que él desea. Pero no es fácil, porque debido a la
oposición de una parte de los cardenales y prelados, Bergoglio corre el riesgo
de quedar solo o de tener una máquina curial bloqueada.
Un ejemplo de la necesidad, para él,
de tener en consideración las varias "almas” curiales, y de no oponerse
frontalmente a aquellos que no comparten sus pensamientos o su práctica, es el
hecho de que el Papa ordenó cardenal a Müller, que, a pesar de la hostilidad
teológica del purpurado para con él, lo dejó al comando (donde fue colocado por
Ratzinger) de un dicasterio clave de la Curia, como la Congregación para la
Doctrina de la Fe, el antiguo Santo Oficio. Una coexistencia que, para el
propio Francisco, no fue, no es y no será indolora.
Sin embargo, con los nombramientos
relacionados con el próximo consistorio de mediados de febrero, veremos más
claramente delinearse todo el equipo que Francisco quiere cerca de él para
llevar a cabo las reformas que considera necesarias para la Iglesia Romana [en
relación con la hipótesis de la reforma de la Curia Romana, veremos cuáles son
los resultados del Consistorio con el Colegio Cardenalicio, convocado por el
Papa, que inició sus trabajos el jueves 12 de febrero, en Roma, y que termina
hoy [viernes], día 13]. El proyecto de reforma de la Curia fue confiado por él
a ocho cardenales de varios continentes (ahora nueve, porque agregó al
Secretario de Estado, Pietro Parolin), liderados por el arzobispo de
Tegucigalpa [Honduras], Oscar Andrés Rodríguez Maradiaga. Veremos en pocos
meses todo el proyecto y las reacciones que va a despertar dentro del Colegio
de Cardenales y dentro de la Curia Romana. Por el "tono” de esas
reacciones será posible comprender más claramente a dónde nos podrá llevar el
viento de los Andes soplando sobre el Tíber.
Adital - Actualmente, ¿hay necesidad
de una reformulación de la propia estructura de la Curia Romana?
LS - Obviamente, es necesario un cambio
profundo, radical, de la Curia, cuya estructura, en sustancia, remonta a la
reforma lanzada por el Papa Sixto V en 1588. Pío X, en 1908, trajo cambios
importantes y, mucho más trajeron –intentando considerar los resultados del
Vaticano II– Paulo VI en 1967, y en 1988 Juan Pablo II, con la Pastor bonus, la Constitución
Apostólica que reorganizó la Curia y que dura hasta hoy. Es cierto que la
reforma que Francisco está pensando, y que el Consejo de los ocho+uno está
preparando comportará notables cambios: desaparecerán algunas
"Congregaciones”, otras serán fundidas, otras inclusive serán nuevas en
hoja (por ejemplo, la Congregación para los Laicos), y lo mismo ocurrirá con
los Consejos Pontificios y otros órganos.
Pero, además de estos importantes
cambios, la reforma, yo creo, deberá ser evaluada en relación con estos tres
puntos:
1) las relaciones entre Papa y
Curia. El encuentro del pontífice con todos los jefesde dicasterio será
ocasional (hoy ocurre dos o tres veces al año) o entonces con una frecuencia
estable, ¿una o dos veces al mes? La frecuencia (normativa) de esos encuentros
dirá cuánta colegialidad se pretende activar.
2) Las relaciones entre Sínodo y
Curia. Actualmente, el organigrama del poder Vaticano prevé esta pirámide:
Papa-Curia-Sínodo. Debería ser cambiado a Papa-Sínodo-Curia. No es un juego de
palabras: se trata de ver si, en perspectiva, la Curia está al servicio del
Papa, pero controla a los obispos; o si la Curia está al servicio del obispo de
Roma y del Colegio Episcopal unido a él. Si fuere elegida esta segunda
hipótesis, de a poco, derivarán de ella importantes y positivas consecuencias
legislativas y pastorales, y la "descentralización” no será una caja
vacía.
3) La presencia de la mujer.
Actualmente, todos los centros de poder en el Vaticano están en las manos de
hombres (sexo masculino): ¿cómo podrá la
otra mitad de la Iglesia estar
representada? Y aquí surge un problema muy complejo, delicado y urgente, que no
puede ser resuelto con éxito sin una radical rediscusión del concepto (no
evangélico) de "sacerdocio”, para retomar los conceptos evangélicos
y neotestamentarios de "servicio/diakonia/ministro/ministerio”.
Dejando intocada la "doctrina” actual, es imposible en la Iglesia Romana
dar un lugar apropiado y voz deliberativa, también a las mujeres; todo es
posible, sin embargo, en el caso que se parta de "ministerios/servicios”
abiertos a hombres y mujeres.
No veo, sin embargo, la forma en que
el grupo de los 8+1 cardenales pueda enfrentar ese gigantesco problema
doctrinal, teológico, jurídico y pastoral. Creo que la cuestión del ministerio
de las mujeres, y muchas otras, hoy urgentes, incumbentes y "calientes”
–el status del presbítero; la realización de la Iglesia = Pueblo de Dios; la
necesidad de un ecumenismo valiente y más intensas relaciones con el judaísmo y
con las religiones no-cristianas o afro-americanas; una visión renovada de la
sexualidad que se confronte con la modernidad; las consecuencias
institucionales decurrentes de la decisión de poner en la base de acción de la
Iglesia el compromiso con la justicia/la paz/la defensa de la creación–
exigirían nada menos que un nuevo Concilio, el "Vaticano III”. Una gran
asamblea, que podría ser celebrada fuera de Roma, en una ciudad del sur del
mundo (donde hoy vive la mayoría de los católicos) y en la que participen, con
pleno derecho, grandes representaciones de sacerdotes, monjes/monjas,
religiosos/religiosas y laicos hombres y mujeres.
En fin, una reforma radical de la Curia,
hija de la visión de un obispo de Roma, que "vino casi desde el fin del
mundo” (como dijo a la multitud el recién electo Papa, en la noche del 13 de
marzo de 2013), implica la reforma de la Iglesia; y viceversa. Puede ser
también que, por ahora, Francisco reforme la Curia, como un paso decisivo para
la reforma subsecuente de la Iglesia Romana. Pero el camino no será fácil, y
serán inevitables las tensiones, sufrimiento y contradicciones. Y, todavía, es
grande la esperanza de que el sueño comience a volverse realidad.
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