19 febrero 2015, ALAI América Latina en Movimiento
http://alainet.org (Brasil)
El anuncio del 2015 como el año que comienza el Decenio de l@s
Afrodescendientes declarado por la Organización de Naciones Unidas ha suscitado
una lluvia de propuestas sobre su significado e implicaciones. Pocos han
observado que el decenio es producto de la agenda impulsada por los movimientos
afrolatinoamericanos en el contexto de la Tercera Conferencia Mundial Contra el
Racismo celebrada en Durban, Sudáfrica, en el 2001, y mucho menos que la idea
de representación en la ONU fue primero planteada por Malcolm X como vocero de
la Organización de Unidad Afroamericana.
Desde dicha óptica de movimiento social, las designaciones del 2011
como Año Internacional de l@s Afrodescendientes y del 2015 como comienzo del
Decenio, son pasos hacia la creación de un Foro Permanente en la ONU para
asuntos de las personas y pueblos de la Africanía en el mundo, es decir, el
continente africano y la diáspora africana global. Visto desde el ángulo de
comunidades y movimientos sociales, este debería ser un espacio de amplia
participación, en el cual se puedan reunir representantes de los múltiples
lugares del mundo afro para
discutir problemas, dilucidar soluciones,
planificar estrategias de bienestar grupal, organizar acciones colectivas,
diseñar y negociar políticas con poderes gubernamentales y trasnacionales.
Un ejemplo de la relevancia de esta institucionalidad donde priman los
movimientos sociales es el Foro Permanente de Pueblos Indígenas en la ONU.
En vista de esto, cabe hacer un análisis de coyuntura de los movimientos
sociales afrodescendientes en América Latina y el Caribe en el momento actual.
Se gestan las redes
En los 80s y 90s, se tejieron redes de movimiento social a través
de América Latina y el Caribe que, en los albores del siglo XXI, forjaron una
pequeña revolución político-cultural en la región cuyas expresiones fueron el
reconocimiento público del racismo como un problema y la creación de oficinas
para la equidad racial y la representación de afrodescendientes a través de
toda la región. Estos hallazgos fueron resultado de la gestión histórica
de movimientos negros que articularon una agenda regional y global contra el
racismo y por el empoderamiento colectivo en el proceso hacia la conferencia de
Durban en el 2001. La organización de la Red de Mujeres Afrolatinoamericanas
y Caribeñas en el 1992 y de la Alianza Estratégica Afrodescendiente en el 1998
fueron hitos en este proceso organizativo.
El reconocimiento de l@s afrodescendientes como sujetos políticos
con sus propias reivindicaciones y reclamos ciudadanos resultó ser una navaja
de doble filo, es decir, a la vez que abrió caminos para combatir el racismo y
abogar por el poder negro, también facilitó la integración relativa de la
acción política afrodescendiente a las instituciones del Estado y las agencias
de la llamada cooperación internacional, entre las que se cuentan pilares del
capital transnacional como el Banco Mundial y del estado imperial como USAID.
Ésta catalizó la escisión del campo político afro en la región hasta el
punto que en el 2011, el año internacional marcó una división entre el sector
que Chucho García bautizó como Afroderecha y las izquierdas afrodescendientes.
En ese contexto, se debatieron tres temas claves: 1) la cuestión de la
democracia en vista de la crítica que se hizo a la celebración de una cumbre de
la Africanía en Honduras auspiciada por un gobierno golpista; 2) la postura de
las organizaciones afrodescendientes sobre la globalización neoliberal
capitalista que la Afroderecha ve como una fuente de recursos y poder, mientras
los sectores de izquierda lo entienden como el entorno mundial y regional que
orienta programas de desarrollo que expulsan a las comunidades negras de sus
territorios y políticas de multiculturalismo neoliberal que reconocen derechos
culturales a l@s afrodescendientes e indígenas, y hasta denuncian el racismo, a
la vez que mantienen un statu-quo político y socio-económico en el cual la
riqueza y el poder permanecen en manos de las élites blanco-mestizas que
dominan históricamente; 3) la relevancia misma de las distinciones entre
derecha e izquierda para los movimientos sociales afrodescendientes.
En junio del 2011, se reagruparon las izquierdas negras de la
región, organizando la Articulación Regional Afrodescendiente en América Latina
y el Caribe (ARAAC) en dos conferencias consecutivas: la primera en el Centro
Juan Marinello de Cuba y la otra el IV
Encuentro de Afrodescendientes y Transformaciones Revolucionarias en América
Latina y el Caribe, en Venezuela.
ARAAC es una red de movimiento social que, como tal, tiene autonomía de
los Estados y las instituciones transnacionales (ONGs, agencias de cooperación,
etc.), a la vez que esgrime las causas afrodescendientes, como la elaboración e
implementación de políticas contra el racismo y por la equidad étnico-racial a
toda escala, desde gobiernos locales hasta iniciativas de integración regional
como el ALBA, UNASUR y la CELAC. En consonancia con sus lineamientos
programáticos, ARAAC ha abierto participación en cónclaves estatales de nueva
integración regional, donde se han aprobado resoluciones contra el racismo,
espacios de representación y programas para afrodescendientes; como también en
reuniones regionales de movimientos sociales o políticos, como el Foro de Sao
Paulo. Sin embargo, no se ha avanzado mucho más allá de las resoluciones;
y ni las condiciones de desigualdad socio-económica, ni la carencia de poder
político, ni la experiencia cotidiana del racismo han mermado
significativamente para las mayorías afrodescendientes. Esta es una
situación patente a través de la región, sin dejar de negar los logros
relativos, sobre todo en países donde ha habido transformaciones históricas.
La brecha entre los discursos y decretos gubernamentales y la
realidad vivida de las mayorías subalternas es uno de los desafíos principales
de los movimientos sociales. Desde el cambio constitucional de 1987 en
Nicaragua, ha proliferado la retórica que define a los países como
interculturales, multiétnicos y, en el caso de Bolivia y Ecuador,
plurinacionales. Pero este relativo reconocimiento étnico-racial ni
siquiera ha significado cambios sustantivos en los currículos
eurocéntricos/occidentalistas de los sistemas educativos y mucho menos
transformaciones profundas en la redistribución de riqueza y poder en las
sociedades. No es sorpresa que el Banco Mundial todavía califique a l@s
afrolatinoamerican@s como “los más pobres de las Américas”, que las
proporciones de estudiantes negr@s en las universidades tienden a ser menores
del 3%, y que ni siquiera las élites políticas afrodescendientes tengan un
pedazo propio del pastel estatal. Si bien es cierto que el capitalismo
neoliberal ha exacerbado estas brechas de desigualdad, tampoco podemos negar
que los estados denominados “progresistas”, “posneoliberales”, o del
“socialismo del siglo XXI” no han demostrado gran voluntad de cambiar estas
condiciones. La fuerzas vivas contra el racismo estructural, es decir
contra las desigualdades históricas tanto económicas, políticas, como
culturales, que caracterizan la condición de opresión en la cual viven las
mayorías subalternas afrodescendientes a través de la región, son los
movimientos sociales, tanto los movimientos negros mismos, como la
participación de gente afro en movimientos campesinos, obreros, feministas,
urbanos, estudiantiles, etc.
Movimientos y gobiernos progresistas
El accionar de los movimientos va abriendo brechas en el tiempo.
Si l@s afrocolombian@s no tuvieron representación en la constituyente de
1991, cuando todavía no eran reconocid@s como sujetos políticos, allí se sentaron
las bases para la aprobación de la Ley 70 (la llamada “Ley de las Negritudes”)
en el 1993, con estipulaciones de propiedad colectiva de la tierra, educación
afro, representación política y consulta previa. Este precedente, junto
con las acciones colectivas de los movimientos negros de cada país, marcaron
surcos para que posteriormente cambios constitucionales en Venezuela y Ecuador
reconocieran derechos propios a l@s afrodescendientes. En vista de esto,
cabe preguntarse: ¿Qué diferencia hace para un movimiento afro estar en un país
comprometido activamente con el capitalismo neoliberal y el estado imperial
como Colombia, a contrapunto de estar situado en el Ecuador o Venezuela?
Aquí hay tres diferencias claves que destacar entre Estados
neoliberales y proyectos de Estado poscapitalista: 1) las políticas universales
redestributivas promovidas por las políticas neo-desarrollistas de los
gobiernos posneoliberales han beneficiado hasta cierto punto a los sectores
subalternos, lo que ha de aminorar pero no resolver la brecha de desigualdad
social afrodescendiente; 2) en los nuevos paradigmas de emancipación hay mayor
afinidad política e ideológica con formas de ciudadanía diferenciada donde la
justicia y la democracia radical se nutren de reclamos de reivindicaciones no
solo de clase sino también étnico-raciales, ecológicas, de género y sexualidad;
3) los Estados que declaran compromiso con la democracia participativa, y que
se identifican al menos parcialmente como “gobiernos de los movimientos”,
tienen una obligación moral, al menos retórica, de dar espacios de gobierno a
la constelación de movimientos. En rigor no hay ejercicio de democracia
radical en ningún país de la región, pero la mediación del clientelismo y los
partidos es mayor en los Estados neoliberales. Además, en el plano de la
política exterior, las políticas anti-imperialistas han producido frutos, tanto
en la importancia que primero Cuba y luego Venezuela le han dado a las
relaciones diplomáticas con el continente africano, como en la solidaridad con
las luchas anti-coloniales de los pueblos africanos, y también con el
movimiento negro de los EEUU.
A partir de la constitución del 2008, el Ecuador aprobó las mejores
leyes del mundo para afrodescendientes, declarándolos como pueblo, reconociendo
derechos colectivos a territorio y educación, y aclamando las afroreparaciones
en general y las acciones afirmativas en particular. En el 2010 se
fortaleció la voluntad constitucional con un decreto presidencial que sirvió de
base para un Plan Plurinacional
contra el Racismo y la Discriminación. Sin embargo, no son muchos los
cambios visibles en la situación de racismo cotidiano ni en la construcción de
un nuevo proyecto de país donde el pueblo afrodescendiente tenga un lugar de
mayor reconocimiento y poder. El Primer
Congreso del Pueblo Afroecuatoriano reunió
a representantes de todo el país en Guayaquil, en septiembre del 2012, que
elaboraron una plataforma política que todavía está por servir de bandera para
movilizar las bases que allí participaron para impulsar sus objetivos.
El caso colombiano
Colombia, el tercer país de mayor población afrodescendiente en las
Américas (después de Brasil y los Estados Unidos) es el escenario de mayores
disputas en el campo político afrolatinoamericano. El primerCongreso
Nacional Afrocolombiano celebrado
en el Quibdo, Chocó, en agosto de 2013, producto de 35 congresos locales a
través del territorio colombiano, reunió a todas las tendencias en el vasto y
variado movimiento social afrocolombiano, que incluye desde la afroderecha
(tanto de base como de élite) hasta la pluralidad de identidades, comunidades,
y sectores de izquierda que lo componen.
Las diferencias en dicho escenario se ilustran claramente en los
discursos. El Presidente Santos, en el congreso del Quibdo y en la Cumbre de Alcaldes y Dignatarios de
África y la Diáspora (celebrada
en Cali y Cartagena en septiembre del 2013), además de sus consignas contra el
racismo, defendió el plan neoliberal de la Alianza
del Pacífico y su locomotora
de desarrollo a través de la gran minería que, junto con el conflicto armado,
es una de las fuentes generadoras de los 5 millones de desplazados en Colombia.
En contraste, los consejos comunitarios y los programas de las
organizaciones de movimiento social (como el Proceso de Comunidades Negras y
CONAFRO) rechazan los megaproyectos neoliberales, denuncian la apropiación de
territorios ancestrales por actores armados, y promueven autonomías locales
para el autogobierno y la producción ecológica sustentable en aras de la
soberanía alimentaria.
La Autoridad Nacional Afrocolombiana (ANAFRO), electa en el
congreso del Quibdo, es un verdadero liderato, producto de un proceso
deliberativo y participativo que representa no sólo la variedad regional del
pueblo afrocolombiano, palenquero y raizal, sino también su diversidad de
género, generación y sexualidad. En sus lineamientos programáticos,
ANAFRO plantea que, dado que la mayoría del pueblo afrocolombiano vive en
ciudades, cuestiones urbanas como el consumo colectivo de educación, salud y
vivienda, las luchas contra el racismo en los espacios urbanos, las políticas
urbanas por el bienestar de los afrodescendientes (por ejemplo, las familias
desplazadas que viven en condiciones de marginalidad), y el poder político en
los gobiernos locales, deben ser prioridad. En este sentido, Colombia es
muy similar a Brasil, el único país de América Latina donde la mayoría de la
población se declara afrodescendiente y un baluarte tanto de los movimientos sociales
negros como de las políticas gubernamentales de equidad racial, temas que no
discutimos en este escrito.
Como bien planteó Fernando Martínez Heredia en la mencionada
conferencia en el Centro Juan Marinello, en el 2011: “la profundización del
socialismo en Cuba, necesariamente tendrá que ser anti-racista”. En
septiembre de 2012, se organizó un capítulo de ARAAC en Cuba, el cual reúne
muchas de las figuras claves activas tanto en la actividad intelectual, como
cultural y política, a favor de la equidad racial y en aras de la valorización
plena de la cultura afrocubana. Más de 50 años de sociedad poscapitalista
en Cuba han demostrado tanto avances en la gestión contra el racismo y por la
igualdad, como la persistencia de la desigualdad racial y, por ende, la
necesidad de priorizar su eliminación para cualquier proyecto de liberación.
Por eso, si el concepto de socialismo del siglo XXI tiene algún sentido
más allá de una consigna sin contenido sustantivo, debería ser anti-racista
además de anti-capitalista, anti-imperialista y anti-patriarcal.
Much@s argumentamos que vivimos una época de crisis de la
civilización occidental capitalista, en la cual una nueva ola de movimientos
antisistémicos encarna la esperanza de dar a luz un nuevo orden mundial,
hilando lazos de liberación contra todas las cadenas de opresión: de clase,
étnico-raciales, género, sexualidad, generación, ecológica. En todas las
olas anteriores de movimientos antisistémicos, los movimientos de África y la
Diáspora Africana han sido protagónicos desde la revolución haitiana, hasta el
Pan-Africanismo radical de la década de 1930 (el Marxismo Negro, el
Afrofeminismo, el Movimiento de Negritud, el Renacimiento de Harlem), hasta la
luchas anti-coloniales en África y el Caribe, junto al Movimiento de Liberación
Negra en los EEUU entre los ‘50s y los ‘70s. En esta coyuntura, es un
desafío para los movimientos negros el asumir responsabilidad y liderato;
mientras que las corrientes de izquierda que no reconocen la centralidad del
racismo en la modernidad capitalista, deben reconocer la importancia histórica
de los sujetos de la Africanía en las gestas de liberación de la humanidad en
pleno.
*Agustín Laó Montes, de
origen puertorriqueño, es un intelectual-activista, profesor-investigador en la
Universidad de Massachusetts y miembro de la Articulación Regional
Afrodescendiente en América Latina y el Caribe.
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