11 noviembre 2013, TeleSUR http://www.telesurtv.net
(Venezuela)
El Latinobarómetro es un estudio de
opinión pública que se realiza cada año desde 1995 en dieciocho países de
América Latina y el Caribe, habiéndose convertido en el barómetro más
consultado y citado como termómetro de las percepciones sociales y políticas en
la región. Depende de una Organización No Gubernamental radicada en Chile y
financiada, entre otros, por el Banco Interamericano de Desarrollo, el Programa
de las Naciones Unidas para el Desarrollo, las cooperaciones sueca o noruega y
el Gobierno de los Estados Unidos.
No es, por tanto, una entidad
sospechosa de complicidad con los gobiernos progresistas latinoamericanos. En
su barómetro correspondiente a 2013, publicado hace escasos días y disponible
en abierto en su página web, hace especial énfasis en la valoración de la
democracia, sus condicionantes y sus elementos asociados. Realiza su medición
partiendo de una premisa hegemónica en la Ciencia Política, marcadamente ideológica
y de cuño liberal, según la cual la democracia es fundamentalmente un conjunto
de reglamentos y procedimientos para la libre competencia electoral entre
élites políticas. Esta “concepción mínima” de la democracia, desligada de las
condiciones de vida de las poblaciones, es la que permitió afirmar que eran
estables los sistemas democráticos latinoamericanos cuando bajo ellos se
gestaban, a finales del siglo XX, las rupturas populares nacidas de la
exclusión y el empobrecimiento de los gobernados, entre el descrédito de los
gobernantes y las oligarquías que realmente gobernaban sin haber sido elegidas
por la ciudadanía.Venezuela fue, es importante destacarlo, la experiencia
pionera que abrió brecha y se convirtió en facilitadora de otros cambios políticos
de sentido popular y democratizador en la región.
Importantes economistas comienzan a
hablar ya de la “década ganada” de América Latina, de crecimiento y
distribución de la riqueza. Es igualmente necesario hablar de una década ganada
también en términos democráticos: de expansión de la capacidad real de la gente
común de intervenir en el proceso político, de ampliación de lo decidible por
la soberanía popular y no por los poderes de las élites, de inclusión ciudadana
e intercultural, de democratización social, expansión de los derechos y
construcción de bases culturales más sólidas para la democracia como ejercicio
de autodeterminación de los sin título.
Se trata obviamente de un proceso
regional con enormes asimetrías y diferencias de ritmo e intensidad en los
distintos países, y tan atravesado de contradicciones y disputas como lo son
las transiciones de época, pero que ha logrado construir un horizonte de
expectativas al que los gobiernos progresistas y los movimientos sociales están
arrastrando incluso a los actores más conservadores. Uno de los rasgos
centrales de este cambio cultural está siendo el arraigo de una concepción
alternativa de la democracia.
Como el propio Latinobarómetro
reconoce, se trata de un término polisémico y sometido a una disputa
intelectual y cultural por su sentido. Sin embargo en Latinoamérica, y
especialmente en Venezuela, el término democracia está siendo resignificado de
una concepción mínima o formal a una más robusta y densa. La democracia no
dejaría de ser, en términos de Claude Lefort, un “lugar vacío” que se ocupa
temporalmente por diferentes proyectos que nunca están libres de ser
cuestionados o disputados. Esa dimensión pluralista existe, como expresa el
hecho de que, pese a los prejuicios liberales desde el Norte, los ciudadanos
venezolanos consideren, de nuevo en cabeza en la región, a los partidos
políticos o al Congreso –Asamblea Nacional- condiciones imprescindibles para la
existencia de democracia. Pero junto a esta dimensión emerge una de carácter
más republicano e imbricada en la tradición nacional - popular latinoamericana:
la democracia es una tensión permanente por la irrupción de las masas en el
Estado, por extensión de la igualdad y de la capacidad de la gente común de
decidir sobre sus vidas. Tiene que ver, así, con condiciones materiales y
derechos para la reproducción social y para el acceso a la participa ción, en
ausencia de las cuales los procedimientos pueden ser secuestrados por las
élites tradicionales. En noviembre de 2012 un estudio de GIS XXI revelaba que
para un 62,3% de los venezolanos encuestados el “bienestar social y económico”
era un componente central, incluso antes que la competición electoral, de la
democracia.
Como el propio Latinobarómetro
reconoce, se trata de un término polisémico y sometido a una disputa
intelectual y cultural por su sentido. Sin embargo en Latinoamérica, y
especialmente en Venezuela, el término democracia está siendo resignificado de
una concepción mínima o formal a una más robusta y densa. La democracia no
dejaría de ser, en términos de Claude Lefort, un “lugar vacío” que se ocupa
temporalmente por diferentes proyectos que nunca están libres de
sercuestionados o disputados. Esa dimensión pluralista existe, como expresa el
hecho de que, pese a los prejuicios liberales desde el Norte, los ciudadanos
venezolanos consideren, de nuevo en cabeza en la región, a los partidos
políticos o al Congreso –Asamblea Nacional- condiciones imprescindibles para la
existencia de democracia. Pero junto a esta dimensión emerge una de carácter
más republicano e imbricada en la tradición nacional - popular latinoamericana:
la democracia es una tensión permanente por la irrupción de las masas en el
Estado, por extensión de la igualdad y de la capacidad de la gente común de
decidir sobre sus vidas. Tiene que ver, así, con condiciones materiales y
derechos para la reproducción social y para el acceso a la participa ción, en
ausencia de las cuales los procedimientos pueden ser secuestrados por las
élites tradicionales. En noviembre de 2012 un estudio de GIS XXI revelaba que
para un 62,3% de los venezolanos encuestados el “bienestar social y económico”
era un componente central, incluso antes que la competición electoral, de la
democracia.
Por esta razón los autores del
Latinobarómetro se extrañan de que “Venezuela permanece así en el ojo de la
controversia como el país donde hay la mayor distancia entre lo que dicen sus
ciudadanos y lo que dice la comunidad internacional [léase, en primer lugar,
las grandes empresas de la comunicación y las élites políticas y económicas con
mayor capacidad de influencia en esa “comunidad internacional”] de su
democracia ” (Página 8 del documento de conclusiones del Latinobarómetro 2013).
Hayamos aquí un choque entre la concepción liberal de democracia y el sentido dinámico,
construido en los procesos políticos en marcha en la región, que la carga de
sentido social, como los propios autor es no pueden dejar de reconocer cuando
afirman que: “Chávez le dio al pueblo venezolano bienes políticos de los que
carecía” ( Íbid), lo que debe ser puesto en relación con el vínculo positivo
probado por los sucesivos latinobarómetros entre acceso a la educación y a la
alimentación con apoyo a la democracia. Además de por lo que es, los
latinoamericanos valoran la democracia por lo que genera, por sus resultados.
Esto podría explicar que por primera vez en dos décadas su valoración de la
democracia supere ligeramente a la del eurobarómetro (39% de ciudadanos “muy o
bastante satisfechos con su funcionamiento” frente a un 38% europeo en
descenso) en un continente donde crecen las movilizaciones que exigen una
recuperación de la soberanía popular y la democracia “real” frente al poder de
las élites.
Así Venezuela es el país en el que
más haya aumentado el apoyo a la democracia desde 1995 (16 puntos), ubicándose
en el primer puesto de la región, seguido por Ecuador, con un 93% de los
encuestados que afirman, estar “De acuerdo” o “Muy de acuerdo” con la frase La
Democracia puede tener problemas pero es el mejor sistema de gobierno catorce puntos
por encima de la media latinoamericana, con un diferencial frente al
autoritarismo sólo superado por Uruguay. Los datos arrojan una tendencia al
crecimiento de esta posición desde la llegada al Gobierno de Chávez y el
proyecto bolivariano en adelante: algo en el desarrollo del proceso
revolucionario les ha hecho valorar la democracia como ideal en forma creciente
y aumentar su nivel de satisfacción con su realización concreta. En la
actualidad, los venezolanos son los cuartos en la valoración de su democracia y
que menos “grandes problemas” identifican en ella, precedidos por Uruguay,
Ecuador y Nicaragua. Significativamente, son los segundos latinoamericanos que
más creen que en su país la distribución del ingreso es “Justa o muy justa”
(43%) tan sólo por detrás de los ecuatorianos (58%), en ambos casos
encrecimiento lento pero constante.
Por último, de nuevo a contrapelo
de las visiones más reduccionistas de la democracia, su mayor valoración
correlaciona positivamente con la mayor educación política, ideologización e
interés por la política de los ciudadanos. En otras palabras, las sociedades
que piensan, discuten y ejercen más la política son sociedades con esferas
públicas democráticas más vigorosas. Un discurso conservador muy extendido es
el que acusa a los procesos de cambio de “polarizar” sus sociedades,
erosionando con ello la democracia. La realidad es que Venezuela, como
resultado de la hegemonía relativa del chavismo y su pedagogía política en el
sentido común, es el país en el que mayor interés por la política hay de la
región (49%, en las antípodas de Chile con un 17%), y en el que más ciudadanos
se ubican en la categoría “izquierda” (36%, la mayor de Latinoamérica) y,
significativamente, “derecha” (32%), la tercera mayor. La amenaza para las democracias
no está, por tanto, en la disputa política sino en su ausencia, en hurtar
decisiones colectivas a la discusión para entregárselas a poderes privados de
origen no democrático y de decisiones, por tanto, probablemente lesivas para
las mayorías, como en las democracias mínimas de la década perdida en
Latinoamérica. Esta expansión democrática protagonizada por los de abajo no es,
por sí misma, garantía de nada pero es la condición de posibilidad de sucesivos
avances. En cualquier caso, los procesos de cambio político abiertos en la
región deben crear sus propios instrumentos analíticos e interpretativos, para
no ser de nuevo “contados” desde fuera o con las palabras viejas de los órdenes
viejos.
*Doctor en Ciencias Políticas por la Universidad Complutense de Madrid
Director de la línea de investigación “Identidades Políticas” en la Fundación GIS XXI.
Director de la línea de investigación “Identidades Políticas” en la Fundación GIS XXI.
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