26
noviembre 2013, Cuba Debate http://www.cubadebate.cu (Cuba)
Recientemente el periodista Bill
Keller, de The New York Times,
retó a Glenn Greenwald, ex reportero del diario británico The Guardian que
reveló las filtraciones de Edward Snowden. Cubadebate comparte
con sus lectores esta extraordinaria esgrima verbal entre dos modelos de
periodismo, texto que ha traducido el sitio Ventana Política, del
Ministerio de Relaciones Exteriores de Cuba.
Por Bill Keller
Mucha de la especulación acerca
del futuro de las noticias se centra en el modelo empresarial: ¿Cómo
generaremos ingresos para pagar a quienes recopilan y difunden las noticias?
Pero la prejudicial influencia del Internet da lugar a otras cuestiones
profundas con respecto a lo que se está tornando el periodismo, a su carácter
esencial y valores. La columna de esta semana es una conversación — una polémica
(mayormente) civil — entre dos puntos de vista muy diferentes de cómo el
periodismo lleva a cabo su misión.
Glenn Greenwald hizo público
probablemente el mayor artículo periodístico del año, las revelaciones de
Edward Snowden acerca del inmenso aparato de vigilancia de la Agencia de Seguridad Nacional.
Además, ha criticado abiertamente el tipo de periodismo que se practica en
lugares como The New York Times, y ha abogado por un tipo de periodismo más
activista, más parcial. A principios de este mes anunció que pasaba a formar
parte de una nueva empresa periodística, con el apoyo del
multimillonario de eBay, Pierre Omidyar, quien prometió invertir 250 millones
de dólares y “tirar a la basura las viejas reglas.” Yo invité
a Greenwald a que se me sumara en un intercambio en línea acerca de lo que eso
significa exactamente.
Estimado Glenn:
Llegamos al periodismo provenientes
de diferentes tradiciones. Yo he pasado mi vida trabajando en periódicos que
dan mucha importancia a la cobertura progresista pero imparcial, que esperan
que reporteros y redactores se reserven sus opiniones a menos que se reubiquen
(como lo hice yo) en las páginas identificadas claramente como la portada de
opinión. Usted proviene de una tradición más activista — primero como abogado,
luego como bloguero y columnista, y más recientemente como parte de una nueva
empresa periodística independiente financiada por el fundador de eBay, Pierre
Omidyar. Su redacción procede de un punto de vista expuesto claramente.
En un anuncio publicado por Reuters
este verano, el crítico periodístico Jack Shafer celebró la tradición del
periodismo parcial — “De Tom Paine a Glenn Greenwald” — y lo comparó a usted
con lo que llamó “el ideal empresarial.” No explicó la frase, pero no creo que
la haya empleado de manera positiva. Henry Farrell, bloguero de The Washington Post, escribió más
recientemente que publicaciones como The New York Times y The
Guardian “tienen relaciones políticas con los gobiernos, por lo que
temen publicar (y por ende validar) cierta clase de informaciones”, y sugirió
que su nuevo proyecto con Omidyar representaría un gran escape a tales
relaciones.
Encuentro bastante que admirar en
la historia estadounidense de periodistas defensores, que van desde los autores
de panfletos hasta los sensacionalistas, hasta el Nuevo Periodismo de los 60 y hasta
lo mejor de los blogueros activistas de la actualidad. En el mejor de los
casos, su fortaleza y pasión han estimulado las verdaderas reformas (con
frecuencia, como en la Era Progresista, gracias a las “relaciones políticas de
los periodistas con los gobiernos”). Espero que la cobertura que usted ofreció
acerca de la vigilancia hiperactiva de la Agencia Nacional de Seguridad
conlleve a alguna responsabilidad inmediata.
Pero el tipo de periodismo que
practican The Times y otras organizaciones de prensa convencionales
— en el mejor de los casos — también incluye bastante de qué enorgullecerse,
revelaciones desde Watergate hasta la tortura y las prisiones secretas para la
malversación de la industria financiera, e incluso algunas revelaciones previas
a las de Snowden acerca
del abuso de autoridad de la Agencia de Seguridad Nacional.
Esos son casos que saltan a la mente, pero
usted encontrará ejemplos casi en cada reportaje diario. Los periodistas en
esta tradición tienen muchas opiniones, pero dejarlas a un lado para seguir los
hechos — como se supone que un juez en un tribunal aparte los prejuicios para
seguir la ley y la evidencia — a menudo puede tener resultados más sustanciales
y más creíbles. La prensa convencional ha tenido sus fracasos — episodios de
credibilidad, equivalencia falsa, sensacionalismo y falta de atención — por los
que hemos sido merecidamente azotados. Espero que usted diga: no han sido
suficientemente azotados. Así que le paso el azote.
Estimado Bill:
No existe cuestión alguna en que
los periodistas en las sedes de los medios de prensa, ciertamente incluyendo
al The New York Times, hayan producido alguna cobertura
extraordinaria en las últimas dos décadas. No pienso que alguien discuta que lo
que se ha tornado (bastante recientemente) el modelo estándar para un reportero
— ocultando las perspectivas subjetivas propias o lo que parecen ser
“opiniones” — excluya al buen periodismo.
Pero asimismo este modelo
ha generado mucho periodismo atroz y algunos hábitos tóxicos que debilitan la
profesión. Un periodista que se aterrorice de salir a expresar
cualquier opinión muchas veces estará libre de frases declaratorias con
respecto a la verdad, optando en cambio por una formulación cobarde e inútil de
“esto-es-lo-que-ambas-partes-dicen-y-yo-no-voy-a-resolver-los-conflictos”. Esto
recompensa la deshonestidad por parte de los funcionarios políticos y
empresariales que saben que pueden confiar en periodistas “objetivos” para
ampliar sus falsedades sin desafíos (por ejemplo, la cobertura se reduce a “X
dice Y” en lugar de “X dice Y, y eso es falso”).
Lo que es peor aún, esta coacción
asfixiante con respecto a cómo se permite a los reporteros expresarse
genera una forma de periodismo estéril que se torna tanto incapaz como
aburrido. El no llamar tortura a la “tortura” porque funcionarios del
gobierno exigen el empleo de un eufemismo más agradable, o el identificar
perezosamente una afirmación cuya verdad es demostrable con una cuya falsedad
se puede probar, priva al periodismo de su pasión, vigor, vitalidad y esencia.
Lo peor de todo es que este modelo
se basa en una concepción falsa. Los seres humanos no son máquinas impulsadas
por la objetividad. Todos nosotros de manera intrínseca percibimos y procesamos
el mundo a través de prismas subjetivos. ¿Qué sentido tiene fingir lo
contrario?
La distinción relevante no está
entre los periodistas que tienen opiniones y los que no las tienen, porque esta
última categoría es mítica. La distinción relevante está entre los periodistas
que revelan honestamente sus suposiciones subjetivas y valores políticos y
aquellos que de manera deshonesta fingen no tener ninguna o las ocultan de sus
lectores.
Por otra parte, todo periodismo es
una forma de activismo. Cada elección periodística necesariamente comprende
suposiciones altamente subjetivas — de tipo cultural, político o nacionalista —
y sirve a los intereses de una facción o de otra. El antiguo abogado del
Departamento de Justicia de Bush, Jack Goldsmith, en el 2011
elogió lo que llamó “el patriotismo de la prensa estadounidense”,
refiriéndose a su lealtad de proteger los intereses y las políticas del
gobierno de los Estados Unidos, lo que pudiera (o no) ser una acción noble,
pero definitivamente no es objetiva: es bastante subjetiva y clásicamente
“activista.”
Pero en última instancia, la
única medida real del periodismo que debe importar es la exactitud y la
fiabilidad. Yo personalmente creo que revelar honestamente en lugar de
esconder nuestros valores subjetivos hace al periodismo más sincero y
fidedigno. No obstante, ningún periodismo — del más “objetivo” desde el
punto de vista estilístico al más descaradamente dogmático — posee ningún valor
real si no se basa en hechos, evidencias, e información comprobable. La
afirmación de que periodistas abiertamente dogmáticos son incapaces de producir
un buen periodismo es absolutamente tan inválida como la afirmación de que la
artificiosa forma de periodismo libre de perspectivas no puede hacerlo.
Estimado Glenn:
No los veo como reporteros
fingiendo no tener opiniones. Los veo como reporteros, como una disciplina
ocupacional, postergando sus opiniones y dejando que la evidencia hable por sí
misma. Y lo que importa es que este no es sólo un ejercicio individual, sino
una disciplina institucional, con redactores que tienen la tarea de desafiar a
los escritores si han desestimado hechos o argumentos opuestos que los lectores
pudieran querer saber.
Lo importante es que una vez que
hayas declarado públicamente tus “suposiciones subjetivas y valores políticos”,
es la naturaleza humana querer defenderlos, y se torna tentador omitir o
minimizar los hechos, o formular los argumentos de forma tal que apoyen el
punto de vista que has declarado. Y algunos lectores, al saber que escribes
desde la izquierda o la derecha, mirarán tu cobertura con justificada
desconfianza. Por supuesto que lo podrían hacer de cualquier modo — pasando por
alto cualquier cosa que lean porque aparezca en el “liberal” The New
York Times — pero considero que la mayoría de los lectores confían
más en nosotros porque sienten que hemos hecho la debida diligencia, y no sólo
expuesto los argumentos. (Una vez vi una encuesta de opinión donde se preguntó
a los lectores del The Times si consideraban que esta
publicación era “liberal.” La mayoría dijo que sí. Entonces les preguntaron
si The Times era “imparcial.” Una gran mayoría dijo que sí.
Supongo que puedo vivir con eso). En estos momentos trabajo en el campo de la
opinión, pero como reportero y redactor de noticias he definido mi trabajo no
cómo decir a los lectores lo que pienso, o decirles lo que deben creer, sino
decirles lo que necesitan saber para decidir por ellos mismos. Usted está en lo
cierto, por supuesto, con respecto a que algunas veces los resultados de ese
proceso son menos emocionantes que una fuerte polémica.
En ocasiones el juego limpio se
convierte en equivalencia falsa, o se percibe como un eufemismo. Pero es
simplista decir, por ejemplo, a menos que utilice la palabra “tortura”, que
usted ha fracasado ante una prueba de coraje, o que encubre al diablo. Claro
que considero el waterboarding (ahogamiento simulado) una
tortura. Pero si un periodista me ofrece una descripción vívida delwaterboarding,
observa la larga línea de regímenes monstruosos que lo han practicado, y luego
expone el debate legal en cuanto a si se viola un estatuto o acuerdo
internacional específico, no me interesa si emplea la palabra o no. Yo estoy
contento — y completamente equipado — para sacar mis propias conclusiones.
Si Jack Goldsmith, antiguo abogado
de la administración de Bush, hubiera elogiado a la prensa estadounidense,
citando las propias palabras que usted emplea, por “su lealtad de proteger los
intereses y las políticas del gobierno de los Estados Unidos”, entonces yo
estaría fuertemente en desacuerdo con él. Nosotros hemos publicado muchos
artículos que desafiaron las políticas e intereses declarados por el gobierno.
Pero eso no es exactamente lo que dice Goldsmith. Él plantea que The
Times y otros medios de difusión importantes toman seriamente en
cuenta los argumentos de que publicar algo perjudicará la seguridad nacional —
lo que podría significar que alguien resultara asesinado. Eso es verdad.
Nosotros escuchamos con respeto tales afirmaciones, y luego tomamos nuestras
propias decisiones. Si no estamos convencidos, en ocasiones publicamos a pesar
de las fuertes objeciones del gobierno. Si estamos convencidos, esperamos o no
damos a conocer detalles. La primera vez que me enfrenté a una decisión de esa
índole fue en 1997 cuando era redactor extranjero, y un reportero aprendió de
un conflicto entre Rusia y Georgia, antigua república soviética, qué hacer con
un alijo de uranio altamente enriquecido dejado atrás luego de la
desintegración de la Unión Soviética. El conflicto fue una noticia interesante.
Pero cuando el reportero verificó resultó ser que el arsenal estaba
completamente sin protección, a disposición de cualquier terrorista que
quisiera fabricar una sucia bomba. Nos pidieron reservarnos el artículo hasta
que se cercara y resguardara el material — y así lo hicimos. No fue una
decisión difícil.
¿Entonces cuál sería su política
con respecto a publicar información que algunos consideran pone en peligro la
seguridad nacional? (Comprendo que esta no es una pregunta totalmente
hipotética). ¿Usted les permitiría al menos tratar de exponer los argumentos?
Estimado Bill:
¿Por qué esos reporteros que
ocultan sus opiniones habrían de estar menos tentados por la naturaleza humana
a manipular su cobertura que aquellos que son honestos en cuanto a sus
opiniones? En todo caso, ocultar sus puntos de vista, le ofrece a un reportero
más libertad para manipular su cobertura puesto que el lector desconoce esos
pareceres ocultos y por ende le es imposible tomarlos en consideración.
Por ejemplo, yo desconocía hasta
bien transcurrido el hecho, de que John Burns [corresponsal del Times] ocultó
algunas opiniones bastante favorables acerca del ataque a Irak. Él no solo
admitió en el 2010 y 2011 que no logró anticipar la matanza
y destrucción masiva que ocasionaría la invasión, sino que además consideró a
los soldados invasores de los Estados Unidos como “ángeles del Señor” y
“libertadores.” ¿Eso lo hace ser un activista en lugar de un periodista? Yo no
lo creo. Sin embargo, como lector, realmente desearía haber conocido sus
opiniones ocultas en el momento que reportaba acerca de la guerra para haber
podido tomarlas en consideración.
Pienso que es muy difícil argüir
que el tono aparentemente “objetivo” exigido por los grandes medios de
comunicación eleve la confianza pública, dada la tan baja estima que le merecen
al público esas instituciones del sector de los medios de comunicación. Mucho
más allá de las preocupaciones relativas a la parcialidad ideológica, el
fracaso de la credibilidad de los medios de comunicación es el resultado de
cosas tales como el apoyo al gobierno de los Estados Unidos a divulgar
falsedades que originaron la guerra en Irak, y de manera más general, la
sumisión ciega al poder político: patologías exacerbadas por la prohibición de
noticias concernientes al esclarecimiento de cualquier afirmación declaratoria
relacionada con las palabras y acciones de funcionarios políticos por miedo a
que se nos acuse de ser imparciales.
En cuanto a tomar en cuenta los
peligros que existen para las vidas inocentes antes de la publicación: nadie
cuestiona que los periodistas deben hacerlo. No obstante, no le concedo un
valor agregado a las vidas de estadounidenses inocentes en comparación con las
vidas de individuos inocentes no estadounidenses, ni sentiría especial lealtad
por el gobierno de los Estados Unidos con respecto a otros gobiernos a la hora
de decidir qué publicar. Cuando Goldsmith elogió el “patriotismo” de los medios
de difusión estadounidenses, quiso decir que los medios informativos de este
país profesan especial lealtad a las opiniones e intereses del gobierno de los
Estados Unidos.
Supongo que uno puede argumentar
que así es como debe ser. Pero cualquiera que sea el modo de pensar,
ciertamente no es “objetivo”. Es nacionalista, subjetivo y activista, lo que es
mi cuestión principal: todo periodismo es subjetivo y una forma de activismo,
incluso si se intenta fingir que no lo es.
No tengo ninguna objeción con
respecto al proceso mediante el cual se permite a la Casa Blanca hacer aportes
antes de la publicación de secretos confidenciales.
En efecto, WikiLeaks, defensor de la transparencia
radical transparencia, fue a la Casa Blanca y solicitó orientación antes de
publicar los diarios de guerra de Iraq y Afganistán, pero la Casa Blanca se negóa
responder, y entonces tuvo la osadía de criticar a WikiLeaks por publicar
materiales que se dice deberían no ser revelados. Ese proceso previo a la
publicación es tanto razonable desde el punto de vista periodístico (los
periodistas deben obtener la mayor cantidad de información relevante que les
sea posible antes de tomar decisiones de publicación) y sensato desde el punto
de vista legal (todo abogado de la Ley de Espionaje dirá que tal consulta puede
ayudar a demostrar la intención periodística a la hora de publicar dichos
materiales). Para todas las coberturas de la Agencia Nacional de Seguridad que
he hecho — no sólo para The Guardian sino para los medios de
difusión de todo el mundo — los redactores han notificado a la Casa Blanca
antes de proceder a su publicación (aunque en la inmensa, inmensa mayoría de
los casos, no se tuvieron en cuenta sus exigencias de omitir información por
falta de razones específicas en favor de tales supresiones).
Mi objeción no es con respecto a
ese proceso como tal, sino a instancias específicas que conllevan a la
supresión de información que debe hacerse pública. Sin rencor intencionado,
considero que la decisión del The Times en el 2004 de no sacar a la
luz el artículo de Risen/Lichtblau de la Agencia de Seguridad
Nacional a solicitud de la Casa Blanca de Bush fue uno de los casos más atroces
de esa índole, pero existen muchos otros.
En esencia, veo el valor del periodismo
sobre la base de una misión que comprende dos aspectos: proporcionar al público
una información fiel y de vital importancia, y su capacidad única de realizar
una verificación verdaderamente confrontacional a quienes están en el poder.
Cualquier reglamento no escrito que afecte alguno de esos dos flancos es el que
considero como una antítesis al verdadero periodismo y no se debe tomar en
cuenta.
Estimado Glenn:
“Nacionalista,” la palabra que
usted utiliza para referirse al “modo de pensar” de la prensa estadounidense,
es una marca que lleva cierta carga repugnante. Es el lado oscuro de la palabra
“patriótico” (igualmente superficial). Sugiere lealtad ciega y chovinismo.
Supongo que no lo usa por casualidad. Y yo por casualidad tampoco lo puedo dejar
así.
The New York Timeses
global cuando se trata de recopilación de noticias (31 oficinas fuera de los
Estados Unidos), de su plantilla (de entrada, nuestro funcionario ejecutivo
principal es británico) y especialmente de su público. Pero es, desde sus orígenes,
una empresa estadounidense. Esa identidad conlleva a beneficios y a
obligaciones. Los beneficios incluyen una constitución y una cultura que, en
comparación con la mayor parte del mundo, favorece la libertad de prensa. (Es
por tal razón que los editores suyos en The Guardian se nos
han acercado en más de una ocasión para asociarnos en empresas periodísticas
delicadas — buscando refugio de la Ley de Secretos Oficiales de Gran Bretaña al
amparo de nuestra Primera Enmienda). Las obligaciones incluyen, ante todo,
imputar la responsabilidad al gobierno cuando viole nuestras leyes, falte a
nuestros valores, o no logre estar a la altura de sus responsabilidades. Hemos
consumido una gran energía periodística al poner a la luz la corrupción y
opresión en otros países, pero la responsabilidad comienza en casa.
Como cualquier empeño de los seres
humanos, el nuestro no es perfecto, y algunas veces decepcionamos. Los críticos
de la izquierda, incluyéndolo a usted, se indignaron al saber que mantuvimos en
secreto el artículo de la escucha clandestina de la Agencia de Seguridad
Nacional por más de un año, hasta tanto estuve satisfecho de que el interés
público pesara más que cualquier posible daño a la seguridad nacional. Los
críticos de la derecha se enfurecieron aún más cuando publicamos en el 2005.
Las personas honorables pudieran estar en desacuerdo con tales decisiones de
publicar o no publicar. Pero esas opiniones fueron el resultado de un cálculo
largo, difícil e independiente, de sopesar riesgos y responsabilidades, no por
“lealtad al gobierno de los Estados Unidos.”
A propósito, ya que menciona a
WikiLeaks, una de nuestras principales preocupaciones al convertir esos
documentos en artículos periodísticos en el 2010 era evitar poner en peligro a
informantes inocentes — no a estadounidenses, sino a disidentes, eruditos,
defensores de los derechos humanos o civiles corrientes cuyos nombres se
mencionaron en los cables clasificados desde puestos de avanzada extranjeros.
La actitud de WikiLeaks con respecto a ese asunto fue una cruel indiferencia.
Según David Leigh, investigador del The Guardian a cargo de
ese artículo, Julian Assange dijo: “si los matan, se lo merecen.”
(Assange niega haberlo dicho, pero la trayectoria de David Leigh le da bastante
credibilidad). El ejecutivo de Google Eric Schmidt dijo que Assange le había
comentado que hubiera preferido que no hubiera redacciones. En varias ocasiones
he dicho que Julian Assange y WikiLeaks deben tener derecho a la misma libertad
de prensa que The New York Times. Pero no finjamos que tienen el
mismo sentido de responsabilidad.
¿Un nuevo asunto?
Pierre Omidyar, su nuevo empleador, cree que ha visto el futuro del periodismo, y que se parece a usted. En una entrevista para la NPR (Radio Nacional Pública), Omidyar dijo que “la confianza en las instituciones está disminuyendo” y ahora el “público quiere relacionarse con personalidades”. Por eso está creando una constelación de estrellas, solistas “llenos de pasión” e investigadores defensores. Sé que usted no habla por Omidyar, pero tengo algunas interrogantes acerca de cómo usted ve este nuevo mundo.
En primer lugar, se ha vuelto un cliché de nuestro negocio/profesión/oficio que los periodistas se forjen como “marcas” individuales. Sin embargo, el periodismo — en particular la materia más difícil, como lo es el periodismo investigativo — se beneficia inmensamente del apoyo institucional, incluyendo a un personal técnico que sabe cómo aprovechar al máximo una base de datos, redactores y verificadores de hechos que enriquecen los artículos, diseñadores gráficos que ayudan a complicar los temas comprensibles y, no menos importantes, abogados quienes están sumidos en la libertad-de-información y en la ley de la Primera Enmienda. En la cobertura de Snowden, usted trabajó dentro de la estructura institucional del The Guardian y, por un tiempecito, del The Times. ¿Entonces qué tiene de diferente la nueva empresa? ¿Será solamente una institución periodística con otro nombre?
En Segundo lugar, en una entrevista con
mi viejo amigo David Cay Johnston usted dijo que la cobertura de los gobiernos
y de otras grandes instituciones está próxima a cambiar de manera radical
debido a la omnipresencia del contenido digital. Los gobiernos y negocios
dependen de inmensos tesoros de información. Todo lo que se necesita, según
usted, es acceso y una conciencia atribulada para crear a un Edward Snowden o a
un Bradley Manning. No obstante, me parece que se necesita algo más: una
voluntad de arriesgarlo todo. Manning está cumpliendo 35 años de condena en prisión
por las revelaciones en WikiLeaks, y Snowden se enfrenta a una vida
en el exilio. Las mismas herramientas digitales que facilitan el leak (filtración
de información) a su vez hacen difícil que puedas evitar que no te
agarren. Esa es una razón por la que a mi entender la abrumadora preponderancia
de la cobertura investigativa aún viene tras reporteros que cultivan fuentes
confiables durante meses o años, no de aquellos con acceso a información
confidencial que de repente deciden confiar un dispositivo portátil de
almacenamiento lleno de secretos a alguien que no conocen. ¿En verdad cree
usted que Snowden y Manning representan el futuro del periodismo investigativo?
Y, en tercer lugar, ¿será lo Nuevo
de Pierre Omidyar una monocultura política, o espera usted que haya otros Glenn
Greenwalds de la derecha a bordo?
De vuelta a usted.
Estimado Bill:
Para entender lo que quiero decir
con “nacionalista,” examinemos el ejemplo que hemos discutido: la no
utilización de la palabra “tortura” por parte del The New York Times para
describir las técnicas de interrogatorio de la era de Bush. Usted dice que el
empleo de esta palabra es innecesario puesto que usted describió las técnicas
de manera detallada. Eso está bien: pero The New York Times (junto
con otros medios de comunicación) sí usó la
palabra “tortura” sin reservas para referirse a las mismas técnicas — al ser
empleadas por países que son adversarios de los Estados Unidos. A eso es a lo
que me refiero con “nacionalismo”: a tomar decisiones periodísticas para
conducir y promover los intereses del gobierno estadounidense.
No me refiero al término
despectivamente (al menos no de forma absoluta), sólo de manera descriptiva, lo
que demuestra que todo periodismo responde a un punto de vista y a un grupo de
intereses que representar, incluso cuando se han hecho esfuerzos para
ocultarlo.
En lo que concierne a la diferencia
entre WikiLeaks y The New York Times: The Guardian (conjuntamente
con The New York Times) tiene una amarga y prolongada enemistad
con Assange (ahora
que ya han sacado provecho de sus documentos), así que yo personalmente no
asumiría su inherente credibilidad en conflictos relacionados con lo que se
dijo o no en privado. Sobre la base de todo lo que he visto, ni Assange ni
WikiLeaks tienen el más remoto deseo de poner en peligro a personas inocentes.
Más bien lo contrario: ellos han tratado diligentemente de redactar nombres de
inocentes, y enviarlos a la Casa Blanca para sus aportes antes de la
publicación (lo que fue injustificadamente negado). Además, la única vez que se
hizo público un inmenso tesoro de documentos no editados fue, irónicamente,
cuando el periodista que usted mencionó (no uno relacionado con
WikiLeaks) publicó la contraseña
del archivo en su libro.
No obstante, en un sentido más
amplio: incluso si uno fuera a asumir como argumento que la transparencia más
agresiva de WikiLeaks pudiera ocasionalmente traducirse en revelaciones
excesivas (proposición que rechazo), la postura más amigable al gobierno por
parte de The New York Times y de medios de prensa similares
con frecuencia genera su propio periodismo bastante perjudicial. No fue
WikiLeaks quien lavó afirmaciones oficiales falsas con respecto a las armas de
destrucción masiva de Saddam y a la alianza con Al Qaeda en su primera página
bajo la capa de “noticias” para ayudar a comenzar una guerra atroz. No es
WikiLeaks quien de manera habitual ofrece anonimato a funcionarios de los
Estados Unidos para permitirles divulgar mitologías que exaltan a los
dirigentes o calumnias bastante tóxicas de los detractores del gobierno sin
ninguna responsabilidad.
No es WikiLeaks quien estampa acusaciones
increíblemente incendiarias acerca de aquellos estadounidenses que denuncian la
existencia de prácticas ilegales dentro de su organización sin la más mínima
evidencia. Y no fue WikiLeaks el que permitió al pueblo de los Estados Unidos
reelegir a George Bush mientras sabía, pero ocultaba, que él escuchaba sus
conversaciones a escondidas exactamente de la misma manera en que lo prohibía
el derecho penal.
En cuanto a la nueva empresa que
estamos creando con Pierre Omidyar: aún estamos ideando cómo será, cómo estará
estructurada y demás, así que mi capacidad para dar respuesta a algunas de sus
preguntas es limitada. No obstante, puedo abordar varias cuestiones que
plantea.
Somos de la absoluta opinión que
redactores fuertes y experimentados son vitales para el buen periodismo, y es
nuestra intención tener muchos de ellos. Es necesario que los redactores
garanticen el mayor nivel de fidelidad factual, verifiquen las afirmaciones
claves, y ayuden a los periodistas a tomar decisiones que eviten perjudicar a
inocentes.
Pero no necesitan imponer reglas
estilísticas obsoletas, ni apagar la voz y pasión exclusivas de los
periodistas, ni impedir ningún tipo de afirmación declaratoria cuando
funcionarios de alto nivel recurren a evasivas, o exigen eufemismos solicitados
por el gobierno en lugar de aclarar los términos según los hechos, o confieren
una categoría superior a las declaraciones oficiales o exigencias oficiales de
supresión. En resumen, los redactores deben estar ahí para facultar y
posibilitar al periodismo acusatorio agresivo, fuerte y altamente factual, no
para servir de control en aras de neutralizar o suprimir el periodismo.
Intentamos abordar las afirmaciones
de las más poderosas facciones con escepticismo, no con reverencia. Las
aseveraciones oficiales son nuestro punto de partida para investigar (“El
funcionario A dijo X, Y y Z hoy: ahora veamos si esa es la verdad”), no la pura
verdad sobre la que versa la creación de nuestros relatos (“X, Y y Z, dice el
funcionario A”).
En lo que a las fuentes respecta,
en verdad no entiendo la distinción que usted cree que existe entre Snowden y
fuentes más tradicionales.
Snowden acudió a periodistas que
trabajan para periódicos entre los más respetados del mundo. Los “dispositivos
portátiles de almacenamiento” no nos caían simplemente del cielo: trabajamos
por un tiempo bastante prolongado para establecer una relación de confianza y
desarrollar un marco que nos permita informar sobre estos materiales. ¿En qué
difiere eso de la decisión de Daniel Ellsberg de llevar los Papeles del
Pentágono al The Times a principios de 1970?
Habiendo dicho todo esto, usted
menciona un asunto interesante e importante con respecto a los riesgos para las
fuentes. Pero no sólo personas como Manning y Snowden enfrentan acusaciones y
prolongados períodos en prisión. Estadounidenses que acudieron a medios de
comunicación más tradicionales para denunciar la existencia de prácticas
ilegales dentro de su organización — como Tom Drake y Jeffery Sterling —
también enfrentan cargos por delitos graves ante una administración que, como
dijo el antiguo consejero jurídico general de su diario, James Goodale, se ha
mostrado más vengativa al atacar el proceso de recopilación de noticias que
cualquiera desde Richard Nixon.
E incluso periodistas en este
proceso, como el galardonado con el Premio Pulitzer de su diario, Jim Risen,
enfrenta la real amenaza de ir a prisión.
La situación de miedo que se ha
generado de manera deliberada significa que, como plantea Jane Mayer del The
New Yorker, el proceso de recopilación de noticias ha llegado a un “punto
muerto.” Muchos reporteros de seguridad nacional del Times, tales como Scott
Shane, han emitido similares advertencias: que en estos momentos las fuentes
temen usar los medios tradicionales de trabajo con los reporteros a causa de la
agresividad de la administración de Obama. Obviamente, la vigilancia
omnipresente exacerba en gran medida este problema, puesto que la recopilación
de todos los metadatos imposibilita casi totalmente la comunicación entre una
fuente y un periodista sin conocimiento del gobierno.
Entonces sí: conjuntamente con las
nuevas tecnologías para aumentar la privacidad, yo sí pienso que denunciantes
valientes e innovadores como Manning y Snowden son de crucial importancia para
abrir en alguna medida esta oscuridad y ofrecer algo de luz. El denunciar los
actos negativos del gobierno llevados a cabo en secreto no debiera traer
aparejado un coraje extremo y la voluntad de ir a prisión por décadas o incluso
de por vida. Sin embargo, así es. Y ese constituye un inmenso problema para la
democracia, que todos los periodistas deberían combatir de conjunto. La
reclamación de las libertades básicas de prensa en los Estados Unidos
constituye un impulso importante para nuestra nueva empresa.
Acerca de si nuestra nueva empresa
estará ideológicamente homogeneizada: la respuesta es “sin dudas no.” Damos la
bienvenida y aceptamos a quienquiera que se dedique al verdadero periodismo
acusatorio sin tener en cuenta dónde se clasifique en el espectro político, y
si ha estado hablando con periodistas conservadores así: verdaderos
conservadores, no la interpretación de “conservadores” de la Costa Oriental
como es el caso de David Brooks.
La ideología que nos impulsa es el
periodismo de responsabilidad basado en una rigurosa fidelidad factual.
Estimado Glenn:
Su aparente desdén por David Brooks
es revelador. Supongo que lo que lo descalifica de la categoría que usted
propone de “verdaderos conservadores” es que él pone la razón por encima de la
pasión y en ocasiones encuentra una confluencia. De la misma forma en que Lenin
despreciaba a los liberales, en que el Tea Party se resiste a los republicanos
moderados, así mismo usted parece reservar su desdén más perspicaz para la
moderación, para el compromiso. Eche un vistazo al Washington de hoy y dígame
cómo está resultando.
Estamos de acuerdo, por supuesto,
en que el afecto de la actual administración por la Ley de Espionaje y la
disposición de apresar a reporteros que protegen a sus fuentes ha generado un
clima hostil para todo tipo de cobertura investigativa. Concordamos en que eso
es deplorable y perjudicial para la democracia.
También existen otras cosas en las
que coincidimos, pero no se suponía que este intercambio fuera para encontrar
nuestros puntos comunes, así que antes de cerrar me gustaría volver una vez más
a lo que considero es nuestro desacuerdo fundamental.
Usted insiste en que “todo periodismo
responde a un punto de vista y a un grupo de intereses que representar, incluso
cuando se han hecho esfuerzos para ocultarlo.” Y por ende, no tiene sentido
tratar de ser imparcial. (Evito la palabra “objetivo,” que sugiere un perfecto
estado mítico de la verdad). Es más, caso tras caso, donde participan los
medios convencionales, usted, Glenn Greenwald, está convencido de que sabe lo
que es controlar ese “grupo de intereses”. Nada es tan inocente como el sentido
de juego limpio o la determinación de dejar que el lector decida; debe ser
alguna fidelidad servil a fuerzas políticas poderosas.
A mi juicio, la imparcialidad es
una aspiración que vale la pena en el periodismo, incluso cuando no se alcance
totalmente. Entiendo que en la mayoría de los casos te acerca a la verdad,
porque impone una disciplina de verificar todas las suposiciones, incluyendo en
gran medida las propias. Esa disciplina no llega de manera natural. Considero
que el periodismo que comienza desde una predisposición declarada en público es
menos propenso a encontrar la verdad, y tiene menos posibilidades de convencer
a los que ya no están convencidos. (Evidencia A: cadena de noticias Fox
News). Y sí, los escritores son más propensos a manipular la evidencia
para sostener un punto de vista declarado que uno mantenido en privado, porque
el orgullo está en riesgo.
Usted señala acertadamente que esta
búsqueda de la justicia es un principio relativamente nuevo en el periodismo
estadounidense. Un lector no tiene que retroceder mucho en los archivos —
incluidos los archivos de este periódico — para hallar el tipo de periodismo
abiertamente dogmático que usted aprueba. Tiene el “alma” que usted ansía. Pero
para un oído moderno, a menudo suena sermoneador, y sospechoso.
A mi entender, la necesidad de un
periodismo imparcial es más grande de lo que alguna vez fue, porque hoy vivimos
en un mundo de medios de difusión basados en afinidad, donde los ciudadanos
pueden construir, y lo hacen, cámaras de ecos de sus propias creencias. En
general, es demasiado fácil sentirse “informado” sin nunca toparse con
información que desafíe nuestros prejuicios.
Hace poco usted señalaba que las
encuestas demuestran una mala opinión del público estadounidense con respecto a
los medios informativos. Afirmó — considero sobre la base de ninguna evidencia
— que esta estima en decadencia es el resultado de la “sumisión ciega al poder
político.” ¿En serio? Me parece más verosímil que el menoscabo del respeto por
los medios de comunicación de los Estados Unidos — categoría que incluye todo
desde mi periódico, hasta el USA Today, el Rush Limbaugh, el National Enquirer,
y los noticieros locales que se basan en noticias sensacionalistas — se explica
por el hecho de que mucho de él es trivial, superficial, sensacionalista, redundante
y, sí, ideológico y polémico.
Le ofrezco la última palabra, y
entonces podemos dar paso a los usuarios, en caso de que alguno haya llegado
hasta aquí.
Glenn, le deseo suerte en la nueva
empresa, y espero que inspire a más multimillonarios a invertir dinero en el
periodismo. Si me permite darle un consejo no solicitado. Hay muy poco de lo
que usted ha mencionado en este intercambio que no se haya dicho antes en las
páginas del The Times, aunque en un lenguaje menos cargado. La
autocrítica y la corrección, de las cuales poseo gran experiencia, no son
divertidas, pero son tan saludables para el periodismo como la independencia, y
constituyen una reverencia a la verdad. La humildad es tan querida como la
pasión. Así que mi consejo es: Aprenda a decir: “Estábamos equivocados.”
Estimado Bill:
Sólo me restan un par de asuntos
rápidos para concluir.
Mi “desdén” por David Brooks se basa en los años que lleva
animando la guerra extrema y la veneración de una clase política de élite que
ha generado poco más que un lamentable fracaso y corrupción. No veo en lo
absoluto nada de moderado en él. Yo sólo señalaba que si usted quiere
enorgullecerse de contratar a conservadores para que escriban en su periódico,
mal puede él representar tal movimiento.
Pienso que existe algún juego
semántico en la forma que escoge para resumir nuestro debate. Mi visión del
periodismo sin lugar a dudas requiere tanto justicia como una adhesión rigurosa
a los hechos. No obstante, entiendo que esos valores se promueven siendo
honestos acerca de nuestras propias perspectivas y suposiciones subjetivas en
lugar de asumir un tono de todo-lo-sabe, de neutralidad que da a entender
equivocadamente que los periodistas residen más allá de los puntos de vista
normales y de las lealtades a las facciones que plagan al no periodista y al
“activista” pavoroso.
Arraigado a la perspectiva
institucional y a las metodologías para hacer reportajes del The New
York Times existen todo tipo de suposiciones políticas y culturales
bastante discutibles y subjetivas acerca del mundo. Y salvo algunas nobles
excepciones, The Times, por diseño o de cualquier otra forma, ha
servido por mucho tiempo a los intereses del mismo grupo de facciones poderosas
y de élite. Su manera de reportar no es menos “activista,” subjetiva o motivada
por las opiniones que las nuevas voces de los medios de comunicación que
desdeña en ocasiones con condescendencia.
Gracias por sus mejores deseos y
por el intercambio que exhorta a la reflexión. Se lo agradezco.
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