5 de septiembre de 2014, Red del Tercer Mundo (TWN)
No. 179 - Año 2014, http://agendaglobal.redtercermundo.org.uy
(Uruguay)
Roberto Bissio*
El Grupo de los 77 y
China acaban de presentar en las Naciones Unidas un proyecto de resolución para
negociar y firmar el año próximo una “marco legal multilateral que
establezca un marco regulatorio legal para los procesos de restructuración de
la deuda soberana.
Para cumplir sus
cometidos, los soberanos se endeudan. En un pasado no tan lejano esta deuda
soberana podía financiar aventuras militares o la vida dispendiosa de los
monarcas y sus cortes. En el mundo contemporáneo, en el que la primera
obligación de los Estados es respetar, promover y proteger los derechos
humanos, es la necesidad de un desarrollo que maximice el bienestar la que
justifica el endeudamiento soberano.
Hay un enorme progreso
ético y político entre el Estado absolutista y aquel basado en la soberanía
popular organizada democráticamente. Sin embargo, a la hora en que
el soberano
está en dificultades para pagar sus deudas, el mundo sigue siendo un territorio
sin ley.
En 1307, Felipe IV de
Francia solucionó su quiebra acusando a sus acreedores, los caballeros
templarios, de herejía y sodomía y enviándolos a la hoguera. Si, en cambio, la
fuerza estaba del lado de los acreedores, éstos no vacilaban en utilizarla
contra el deudor soberano en falta (default), como hicieron los
ingleses, alemanes e italianos en 1902, bloqueando con sus barcos cañoneros los
puertos de Venezuela para cobrar su deuda, con un saldo de decenas de muertos
en los bombardeos.
La reacción popular
latinoamericana contra este abuso fue enorme pero un solo gobierno se
solidarizó con el agredido y el canciller argentino Luis María Drago enunció el
29 de diciembre de 1902 la doctrina que hoy lleva su nombre y que considera
ilegal el cobro violento de una deuda, lo que obviamente protegía a los Estados
pequeños de la arbitrariedad de potencias que actuaban como juez, parte y
ejecutor.
Nada más se ha hecho
desde entonces para resolver de manera legítima e imparcial las disputas entre
acreedores y deudores soberanos. En 1956, el gobierno argentino no pudo pagar
las deudas de corto plazo contraídas por el gobierno del general Pedro Aramburu
al derrocar a Juan Perón el año anterior. Argentina aceptó la invitación de
Francia de negociar una solución con los países acreedores y así nació el Club
de París, en el que los soberanos acreedores negocian con los deudores
soberanos las deudas de gobierno a gobierno. Es un mecanismo informal y parcial
en el que cada pequeño país deudor debe sentarse a negociar en condiciones muy
desiguales ante los gobiernos de diecinueve países poderosos (Estados Unidos,
varios de Europa occidental, Canadá, Japón, Israel y Rusia). En casi cincuenta
años, el Club ha renegociado cuatrocientas treinta veces la deuda oficial de
noventa países acreedores, por un monto total de 583,000 millones de dólares.
Pero en las últimas dos
décadas la deuda soberana ha cambiado y los gobiernos ya no le piden prestado a
otros gobiernos sino que ofrecen bonos al público nacional e internacional. Un
Estado puede prestar a otro con la seguridad de que el cobro estará respaldado,
ya no por sus cañoneras pero sí por la presión colectiva del Club de París.
¿Qué seguridad tiene el inversor particular? La lógica del mercado es implacable.
Si el deudor es percibido como riesgoso, el comprador de bonos va a exigir
tasas de interés altas. Los países que más necesitan el dinero pagan más caro
por él.
Para bajar las tasas de
riesgo, los países emiten bonos en monedas “fuertes” (dólares, euros o yenes),
se recurre a la intermediación de grandes bancos internacionales y, finalmente,
se renuncia a la soberanía jurídica, estableciendo las leyes y tribunales de
Nueva York, Londres o Tokio para la resolución de cualquier problema con los acreedores,
con lo que los sistemas financieros de estas ciudades prosperan a costa de las
necesidades de los países en desarrollo.
Los bonos ya fueron
usados en el siglo XVI por Felipe II, quien pasó a la historia como el mejor
rey de España, a pesar de tres declaraciones de default y
subsecuentes restructuraciones de su deuda externa. Pero este mecanismo se
multiplicó explosivamente en las dos últimas décadas, al punto de que hoy se
estima en cincuenta y cinco billones (millones de millones) de dólares el total
de bonos soberanos circulando, cien veces más que toda la deuda de gobierno a
gobierno renegociada por el Club de París en su historia.
Pero toda esta
arquitectura financiera depende, en última instancia, de oscuros jueces como
Thomas Griesa, de quien el New York Times dijo que “no termina
de entender” cómo funcionan los bonos bajo su jurisdicción y cuya famosa
resolución a favor de los fondos especulativos “difícilmente puede inspirar
confianza en el sistema legal estadounidense”.
La International
Capital Market Association (ICMA), que agrupa a los intermediarios de bonos
soberanos, está reclamando nuevas reglas de juego y el Grupo de los 77 y China
acaban de presentar en las Naciones Unidas un proyecto de resolución para
negociar y firmar el año próximo una “marco legal multilateral que
establezca un marco regulatorio legal para los procesos de restructuración de
la deuda soberana, con miras a aumentar la eficiencia, estabilidad y
predictibilidad del sistema financiero internacional”.
La votación será el
martes 9 de setiembre y su resultado puede marcar un cambio en la historia de
la deuda, que es una expresión financiera de la historia mundial de la
inequidad.
*Roberto Bissio es Director del
Instituto del Tercer Mundo (ITeM).
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