Leonardo Boff / www.redescristianas.net / 20 Agosto 2007
La situación medioambiental de la Tierra ha sido más o menos estable desde el neolítico, hace unos diez mil años, como puede ser comprobado científicamente analizando las capas de hielo del permafrost. La gran transformación ocurrió con el proceso industrial, especialmente en la posguerra y con el sorprendente crecimiento de la población. Anualmente empezaron a lanzarse a la atmósfera miles y miles de millones de toneladas de gases de efecto invernadero (dióxido de carbono, metano, óxido de nitrógeno y ozono) hasta el punto de que el sistema natural ya no consigue absorberlos. Ésta es la causa fundamental del calentamiento planetario, que no sería un nuevo ciclo natural de la Tierra, sino algo inducido por las prácticas humanas.
La Organización Meteorológica Mundial (OMM) ha elaborado modelos teóricos que nos permiten hacer previsiones fiables. Según ella, desde ahora hasta el año 2100 las temperaturas se elevarán entre 1,8 y 6 grados centígrados, estabilizándose alrededor de los 2-3 grados. El nivel del mar subiría de 18 a 59 centímetros. Todo eso a condición de hacer desde ahora fuertes inversiones (cerca de 460 mil millones de dólares anuales) para estabilizar la temperatura de la Tierra. Sin ese empeño colectivo, desaparecerían cerca del 20-30% de las especies animales y vegetales y el número de víctimas humanas podría llegar a millones.
Las sequías, la desertización y la salinización de los suelos privarían de agua potable a casi tres mil millones de personas, haciendo aumentar en 600 millones los que ya pasan hambre. Los «refugiados ecológicos» serían millones, que no aceptarían pasivamente el veredicto de muerte sobre sus vidas e invadirían regiones más favorables a la vida.
Estas no son profecías de mal agüero sino llamamientos a todos los que alimentan solidaridad generacional y amor a la Casa Común. Hay un obstáculo cultural grave: estamos habituados a resultados inmediatos, mientras que aquí se trata de resultados futuros, fruto de acciones realizadas ahora. Como afirma la Carta de la Tierra: «las bases de la seguridad mundial están amenazadas; estas tendencias son peligrosas pero no inevitables».
Estos peligros solamente podrán evitarse si cambiamos el modo de producción y el modelo de consumo. Esta transformación civilizatoria exige la voluntad política de todos los países del mundo y la colaboración sin excepción de toda la red de empresas transnacionales y nacionales de producción, pequeñas, medianas y grandes.
Si algunas empresas mundiales se negasen a obrar en esta misma dirección podrían anular los esfuerzos de todas las demás. Por eso, la voluntad política debe ser colectiva e impositiva con prioridades bien definidas y con líneas generales bien claras, asumidas por todos, pequeños y grandes. Es una política de salvación planetaria.
El gran riesgo, que muchos ya ven, está en la lógica del sistema del capital mundialmente articulado. Su objetivo es el mayor lucro posible en el menor tiempo posible, con la expansión cada vez mayor de su poder, doblegando las legislaciones que limitan su voracidad. El capitalismo se orienta por la competición y no por la cooperación. Ante los cambios paradigmáticos se ve confrontado a este dilema: o se autoniega, mostrándose solidario con el futuro de la humanidad y cambia su lógica y así corre el riesgo de ir a la quiebra, o se autoafirma en su busca de lucro, desconsiderando toda compasión y solidaridad, pasando incluso por encima de montañas de cadáveres y de la Tierra devastada.
Muchos temen que, fiel a su naturaleza de lobo voraz, el capitalismo se vuelva suicida y prefiera morir y hacer morir antes que perder. Ojalá la vida supere a la lógica.
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