28 agosto 2014, Rebelión http://www.rebelion.org (México)
BRICS, PIIGS, MINT… los
acrónimos no solo tienen como objetivo abreviar el contenido del mismo, sino
que pretende también crear una sensación de unidad entre los elementos que lo
componen. Cumplen además la función de permitir un fácil consumo de esa imagen
conglomerada. Es el caso de los BRICS, que en los últimos tiempos han acaparado
numerosos focos mediáticos. En principio Brasil, Rusia, India, China y
Sudáfrica no tienen demasiados elementos en común, sus estructuras productivas
son diferentes, su evolución histórica también, sus raíces culturales no tienen
demasiados elementos en común… Lo que les unió fue Goldman Sachs que fue quien
inventó en 2003 el famoso “BRIC” para designar a grandes países cuya emergencia
económica empezaba a despuntar, la “S” de Sudáfrica fue añadida tiempo después.
Como decía en estas mismas páginas el profesor de la UCM y compañero de
econoNuestra José Antonio Nieto Solís, antes fueron los NPI, ahora son los BRICS.
Las previsiones no han
defraudado, y si bien en 2002 el PIB combinado de India y China excedía el de
los países ricos del G7, en 2011 el PIB de China e India sobrepasaba la mayor
parte de los países de alto ingreso. Mientras que en 2009, 9 de las 10
economías más grandes eran naciones de alto ingreso, hoy solo son 7 y se prevé
que en no mucho tiempo ese número se reduzca a 4
(EEUU, Japón, Alemania y Reino
Unido). Sin duda estos cambios están teniendo un impacto sobre el orden
económico internacional, pero los grandes movimientos todavía están por llegar.
El orden hoy renqueante pero todavía vigente se estableció por EEUU tras la
Segunda Guerra Mundial en los llamados acuerdos de Bretton Woods, donde se
crearon el FMI, el Banco Mundial y una OMC (aunque esta última tardó varias
décadas en concretarse en su forma actual). Hoy los BRICS como bloque
paradigmático lo están desafiando sin tapujos.
China es la que
concentra más miradas, pues en términos de PIB y población supera con mucho a
cualquiera de sus compañeros de viaje. Con más de 120 “campeones nacionales”
(esas empresas públicas de las que Occidente se ha deshecho como muebles
viejos), controles de capitales y toneladas de inversión pública canalizadas
por bancos controlados por el Estado, China parece haber capeado el temporal de
la crisis aplicando esos elementos del liberalismo que los países ricos se han
negado a utilizar. Eso ha generado unos problemas internos como la burbuja
inmobiliaria o la enorme deuda pública, pero con tasas de crecimiento por
encima del 6%, con socios comerciales estratégicamente repartidos a lo largo
del mundo y con un gran peso del Estado en la economía, parece que eso no es un
peligro en el corto plazo. Al menos no tan grande como la depresión
deflacionaria en la que está sumida la zona euro.
Algunos vaticinan que China reemplazará a EEUU en la hegemonía mundial, estableciendo un paralelo con el mundo unipolar en
el que hemos vivido desde la caída del muro de Berlín, pero con un nuevo
protagonista. La metáfora es errónea, pues la caída de la hegemonía
estadounidense no dejará un sitio vacío para que sea ocupado por otra potencia,
sino que conllevará el derrumbe el orden económico internacional en su
conjunto, de forma que la emergencia de uno nuevo necesitará de cambios incluso
en lo que entendemos como “potencia”. EEUU y Rusia forjaron su fuerza en una
belicosa guerra fría, con un gran protagonismo militar que tiraba en buena
medida de ambas economías. Eran potencias agresivas, con momentos al borde de
una guerra nuclear. La potencia económica China, sin embargo, no se ha forjado
en un contexto militarizado, sino en acuerdos comerciales, inversiones en el
extranjero y negociaciones en las organizaciones multilaterales. De hecho,
China es un firme defensor de las Naciones Unidas y de las resoluciones
multilaterales, antes que de las intervenciones militares. Razones no le faltan
para esgrimir esos argumentos.
China ha tenido una
política de, por un lado, encontrar nuevos mercados potenciales, y, por otro,
asegurarse un abastecimiento suficiente para aplacar su voracidad energética.
Por ejemplo, China está condenada, por la llamada “maldición de Malaca”, a que
su abastecimiento energético y comercial pase por el estrecho de Malaca, un
angosto pasaje que limita mucho su expansión comercial. Para superar esta
limitación China ha hecho innumerables esfuerzos entre los que se encuentra su
activa participación en la construcción de un nuevo canal que conectará el
Atlántico con el Índico en Nicaragua. Esto tiene importantísimas implicaciones
para EEUU que, hasta ahora, había controlado, mediante la colaboración de
Panamá, el histórico canal. Sin embargo, la empresa concesionaria para los
próximos 100 años del nuevo canal en Nicaragua, y la que hará la mayor parte de
la inversión, será china. La misma lógica sigue la construcción de puertos de
última generación en Gwadar, Pakistán, o las inversiones energéticas en Nigeria
y el resto de África.
La importancia de
Latinoamérica también ha sido puesta de manifiesto con sendos viajes a la
región del primer ministro chino, Xi Jinping, y ruso, Putin. Sin embargo, Rusia es una potencia decadente,
forjada en sus enfrentamientos con EEUU. Los objetivos políticos, siendo
también los económicos importantes, son su principal interés. Con la nueva
guerra comercial con EEUU y la UE, Rusia necesita buscar apoyos políticos y
nuevos socios comerciales. Los BRICS y su apoyo a la posición rusa en el
conflicto de Ucrania son una buena muestra de por qué Rusia apuesta por este
bloque. Sin embargo, siendo uno de los países más grandes y con más recursos
energéticos del bloque de los BRICS, su estructura productiva y el tipo de
capitalismo por el que ha apostado (crony capitalism) no parecen augurar una
importancia como la que tuvo en el siglo XX. Tal vez por eso algunos afirman
que los focos se trasladarán en el siglo XXI desde el Océano Atlántico al
Océano Índico, reemplazando el antiguo conflicto de la guerra fría EEUU-Rusia
por otro de nueva generación, menos militarizado y más comercial, China-India.
Y es que uno de los
grandes problemas que los BRICS habrán de resolver son los intereses
confrontados de sus miembros. Tomemos como ejemplo la creación del Nuevo Banco
de Desarrollo (NDB), una institución que mezcla los objetivos de “desarrollo”
del Banco Mundial y de “estabilización monetaria” del FMI, con una suscripción
inicial de 100 mil millones de... dólares. En efecto, durante los últimos años
los BRICS pidieron y negociaron hasta la saciedad un nuevo acuerdo de cuotas en
el FMI que respondiera a la emergencia de la potencia económica de esos nuevos
países. Tanto la UE como EEUU solo permitieron concesiones menores, lo que ha
llevado a los BRICS a crear un nuevo banco de desarrollo. Bien es cierto que el
nuevo banco tiene una menor capacidad que las instituciones del FMI, y que no
empezará a realizar sus primeros préstamos hasta el 2016. Pero nadie puede
dudar de que es un paso importante, tanto en términos geopolíticos como en el
camino hacia una remodelación del orden económico mundial que hemos conocido
desde la guerra fría.
No será un banco que
regale el dinero, pero sí que relaje las famosas condicionalidades de los
draconianos ajustes estructurales que han sufrido América Latina o África y que
tanto sufrimiento y muerte han causado. Igualmente, será un banco abierto a la
entrada de nuevos países emergentes como Turquía o Nigeria (que ha superado en
capacidad económica a Sudáfrica), lo que previsiblemente ocurrirá en un futuro
próximo. Además, será un banco que también buscará la independencia de esos
países respecto al dólar, un veneno que durante mucho tiempo les ha corrido por
sus “venas abiertas”. Pero también será un banco que tenga que lidiar con los
intereses de China e India, diferentes a los rusos o brasileños. La falta de
homogeneidad económica no es un problema a la hora de crear instituciones
multilaterales, pues se suele suplir con convergencia en los intereses
políticos. No obstante, sabiendo que la sede de dicho banco estará en China, y
de que el mayor suscriptor será también el gigante asiático, surgirán
conflictos internos a la hora de conceder créditos para planes de
infraestructura o planes de rescate financiero.
Aun así, parecía
evidente la necesidad de nuevas fuentes de recursos multilaterales, no sujetas
a los intereses occidentales de los países ricos. Ahí radica su fuerza, en la
voluntad explícita y endógena de los BRICS de, a pesar de su heterogeneidad,
crear un orden alternativo económico y político multipolar. Ese nuevo orden más
difuso, menos belicoso, más centrado en relaciones comerciales multilaterales,
con el nuevo epicentro en el Océano Índico, y con China a la cabeza, tal vez
nos permite atisbar un cambio de época, más que una época de cambios. Bien es
cierto que no será una revolución como la toma del Palacio de Invierno, pero sí
permitirá cambios de un calado que probablemente sea difícil anticipar en estos
momentos, aunque sin duda serán de una magnitud volcánica. Ante eso, las viejas
potencias renqueantes, marchando a duras penas sobre el desfiladero de la
crisis, todavía pretenden mantener a golpe de sanción y de bloqueo multilateral
-cuando no de intervención militar- su antiguo esplendor. No falta mucho para
que también veamos cambios en este lado del planeta. Pero eso es algo que
depende de las nuevas formas, partidos y movimientos que se están gestando.
Estaremos atentos. Y participativos. Sin duda, valdrá la pena.
*Iván H. Ayala es Investigador asociado al ICEI y miembro de
econoNuestra
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BRICS, БРИКС: Brasil, Rússia, Índia, China, South Africa, Бразилия, Россия, Индия, Китай, Южная Африка
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