24 octubre 2014, Rebelión
http://www.rebelion.org (México)
Rodrigo Viana, Portal Forum
Traducido del portugués para Rebelión por Susana Merino
Desde la campaña de
1989 no se veía en Sâo Paulo un acto político con tan enorme carga emocional.
Los paulistas que votan al PT (y también aquellos que a pesar de no gustarles
tanto el PT han resuelto reaccionar contra la ola de odio y conservadurismo que
se apoderó de la calle) estuvieron el lunes 20 de octubre en el TUCA –histórico
teatro de la PUC-SP en el barrio Perdices.
El TUCA reviste un carácter simbólico. Y el PT hace
tiempo que venía descuidando las batallas simbólicas. El TUCA fue el centro de
las manifestaciones contra la dictadura, en defensa de los derechos humanos.
Por lo tanto si hay un lugar donde los paulistas pueden reunirse para decir
“basta” a la ola conservadora, ese lugar es el teatro de la PUC.
El PT había calculado una asistencia de entre 500 y
800 personas, en un acto en que Dilma recibiría el apoyo de los artistas y los
intelectuales. Pero sucedió algo increíble: fue tanta gente que
se colmó el
auditorio y se extendió afuera, cerrando la calle Monte Alegre.
Frente al hermoso edificio, de históricas arcadas, se
mezclaban dos o tres generaciones, antiguos militante con banderas rojas,
jóvenes indignados de tono autoritario y odioso de la campaña Tucana (del PSDB,
N. de T.) y también gente de entre 40 y 50 años que recuerda muy bien lo que
fue la campaña del 89. A través de una gran pantalla la multitud que se hallaba
en el exterior pudo seguir el acto que se desarrollaba en el interior. Un acto
amplio, con gente del PT, del PSOL, del PCdoB, del PSB con intelectuales y
artistas que no tienen filiaciones partidarias (como el escritor Raduan Nassar)
y hasta extucanos como Bresser Pereira.
El discurso de Bresser fue firme, dejando claro
que el centro de la disputa no es (ni nunca lo fue) la corrupción, sino el
enfrentamiento entre ricos y pobres. Fue necesario contar con Bresser, un
extucano, para volver a instalar la lucha de clases en la campaña petista,
bromeó un periodista amigo.
Gilberto Maringoni, que fue candidato a gobernador de
San Paulo por el PSOL, puso en evidencia que el partido está madurando y tiende
a ganar cada vez más espacio con una postura crítica, pero no suicida.
Maringoni ironizó acerca de la “alternancia en el poder” realizada por el PSDB
y por la élite conservadora. Ellos gobernaron 500 años, por lo tanto nos toca
gobernar a nosotros.
Los “nosotros” a los que se refiere Maringoni no es el
PSOL, ni tampoco el PT, sino el pueblo -organizado en partidos de izquierda,
sindicatos y nuevos colectivos que acerquen al debate a las juventudes de la
periferia-.
Llegaron luego Dilma y Lula (que venían de otro acto
emocionante y cargado de simbólica convocatoria en la periferia de la zona
este paulista). Bromeé con un amigo: “bien podría Dilma aparecer en el balcón
del TUCA pero girado hacia afuera adonde está el pueblo…” Mi amigo me
respondió: “sería muy lindo ver aparecer a don Pedro en el día de hoy” Muchos
pensaron lo mismo y comenzaron los gritos: “¡Dilma al balcón!”
Pero a esa altura de la noche, las 10, se mantenía la
pantalla. Los discursos en el interior del teatro fueron enardeciendo a la
militancia que seguía firme en el exterior, a pesar de la fina lluvia que
(finalmente) caía sobre Sâo Paulo. Se sucedieron los discursos del prefecto
Fernando Haddad, de Roberto Amaral (que fue botado de la presidencia del PSB,
aliado de la dirección partidaria, por haberse negado a atribuir al tucanato la
histórica leyenda socialista) y Marta Suplicy.
Se sucedieron luego las adhesiones de los artistas y
los profesores, leídas por Sergio Mamberti. Y algunas exposiciones
videofilmadas: Dalmo Dallari (un viejo jurista defensor de los derechos
humanos) y Chico Buarque.
Cuando habló este último la multitud estalló. La aparición de Chico en la campaña juega un papel que tal vez ni él mismo advierta. Una sensación de que a pesar de los errores y las concesiones de los 12 años de ejercicio del poder se mantienen vivas, en el filo de la historia, uniendo a Dilma y al PT, las viejas luchas en defensa de la democracia de los años 60 y 70.
En tal sentido, Chico Buarque es en la izquierda
brasileña un símbolo solo comparable a Lula.
Así se llegó al final de los últimos discursos. Lula
pidió que se enfrente el preconcepto. Enardeció a la militancia y Dilma
pronunció uno de sus mejores discursos de esta campaña. Firme, feliz.
Lo interesante es que ambos parecen complementarse. Si
Lula simboliza que los pobres, los desheredados pueden gobernar (que el Estado
brasileño no debe ser un club en defensa de los intereses de la vieja élite).
Dilma pone el acento en algo a lo que el PT no dio nunca la debida importancia,
la defensa del interés nacional.
Dilma demostró -tranquilamente y sin odio– que el PSDB
tiene como proyecto achicar el Brasil. Recordó los ataques a Brasil en las
manifestaciones contra la Copa (con lo que se pretendía disminuir la autoestima
del pueblo brasileño, tratando de convencerlo de que seríamos un pueblo incapaz
de albergar un acontecimiento tan grande), y la incapacidad de los
adversarios de pensar Brasil como una potencia autónoma.
Dilma puso de manifiesto claridad, grandeza y calma.
Mucha calma.
El acto terminó pasadas las 11 de la noche y entonces
aconteció la sorpresa: Dilma se acercó al balcón del teatro que da a la calle e
improvisó sin micrófono un diálogo con la multitud, llena de gestos y sonrisas.
Parecía sentir la energía que le llegaba de la calle. Dilma, una señora ya próxima a los 70 años (insultada
en la apertura de la Copa, atacada de forma arrogante en los debates y en la
prensa) mostró alegría y orgullo.
Fueron diez minutos, sin micrófono, sin parlantes. El
pueblo cantaba y Dilma respondía sin palabras. Asida a la reja del pequeño
balcón saltaba y levantaba en alto su puño cerrado. No era un puño de odio sino
un puño de quien sabe muy bien a los que representa.
Dilma no es una oradora nata, no tiene el arrastre
popular de un Lula. Pero en esta campaña se convirtió en líder, el acto en el
TUCA puede considerarse el momento en el que se concretó ese paso. Dilma pasa
de ser menos de una “gerente” para ser mucho más una “líder política” que
encabeza un proyecto de cambio iniciado hace 12 años.
Dilma ha traído al PT una bocanada de Vargas y de
Brizola, del laborismo y de la defensa del interés nacional. Y el PT (con el
apoyo de la militancia popular, no necesariamente petista) parece haber
incorporado finalmente a Dilma ya no como continuadora del trabajo de Lula,
sino como una líder que se afirma por sí misma. En la lucha concreta.
Un liderazgo que en la recta final, en ese día lunes
de fina llovizna paulistana que saltaba al ritmo de la calle, asomada al
histórico balcón de la PUC de San Pablo. Dilma maduró.
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