21
junio 2013, Rebelión http://www.rebelion.org (Mexico)
Ponencia
presentada en el Coloquio Internacional “Desafíos contemporáneos estratégicos
de la Diplomacia de Cumbres: CELAC e Iberoamérica, organizado por la FLACSO (6
y 7 de junio de 2013, La Habana, Cuba)
La creación de la Comunidad de
Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC) planteó la interrogante sobre cuál
serían sus implicaciones para el resto de los procesos multilaterales de
concertación política, cooperación e integración que coexisten en nuestro
continente. Dentro de ella, el tema más controversial -y que en su momento
motivó abundantes titulares prensa- tiene que ver con el futuro del Sistema Interamericano,
en particular de la OEA.
Es una cuestión latente que en
algún momento deberá tener una solución.
Pienso que incluso en el deseable
escenario de una América Latina y el Caribe mucho más unida que en la
actualidad, posiblemente sea conveniente y necesario desarrollar mecanismos
institucionales multilaterales con los Estados Unidos, como vía para amortiguar
y contener sus tendencias hacia el unilateralismo y el irrespeto del Derecho
Internacional, y para discutir en pie de igualdad temas de interés para ambas
partes. Pero estas instituciones no deberían tener la misma esencia y
principios operacionales del actual Sistema Interamericano, y probablemente
tampoco convendría que mantuvieran su sede en Washington, como ocurre hoy con
la OEA y su Comisión Interamericana de Derechos Humanos. El Sistema
Interamericano, tal cual se concibe y funciona en la actualidad, es
incompatible con el proceso unitario latinoamericano y caribeño.
En un segundo orden, aunque no por
ello se trata de un tema menos complejo, está la cuestión de la relación de la
CELAC con el conjunto de organismos y foros multilaterales propiamente
latinoamericanos y caribeños preexistentes, de los que una buena parte ha
estado padeciendo largas crisis existenciales o no muestran los resultados
concretos esperados. En este sentido, parece inevitable y necesario que nuestra
región se aboque a un proceso de racionalización y redefinición de aquellos
mecanismos multilaterales que han perdido relevancia. Debe tenerse en cuenta
que muchos de los gobiernos latinoamericanos y caribeños enfrentan serias
limitaciones en cuando a su capacidad institucional para atender adecuadamente
a los múltiples foros y organismos multilaterales existentes a nivel regional,
y los funcionarios de sus cancillerías y otros órganos gubernamentales suelen
simultanear dicha atención.
Dentro de este conjunto de
organismos habría que diferenciar a aquellos mecanismos subregionales (SICA,
CARICOM, MERCOSUR, entre otros) que, con todos sus problemas, mantienen una
razón de ser, y aquellos como el SELA, la ALADI y la OLADE, entre muchos otros,
que tal vez deberían redefinirse como órganos técnicos de la CELAC, como parte
de un proceso de construcción y desarrollo institucional que resulta ineludible
si realmente se desea avanzar en el logro de los objetivos estratégicos que se
ha planteado esta organización.
La UNASUR es un caso
particularmente exitoso y representa una referencia del tipo de desarrollo
institucional que se requiere en el marco geográfico más extenso de la CELAC,
aunque inevitablemente ello transcurra mediante un proceso más lento.
Por su parte, los países del
ALBA-TCP constituyen un factor impulsor de un desarrollo más profundo de la
CELAC, dentro del marco de los principios de la flexibilidad, el gradualismo, el
respeto a la diversidad y el pluralismo político e ideológico que la sustentan.
Con el ALBA, PETROCARIBE, la UNASUR
y la CELAC puede hablarse del surgimiento y desarrollo de un nuevo
multilateralismo en América Latina y el Caribe, sobre todo a partir de tres
rasgos de gran trascendencia que tienen en común estos procesos: 1) el rescate
del principio del pluralismo político y económico, 2) el desarrollo de un
sentido de la solidaridad regional no visto desde las luchas por la
independencia y 3) la puesta en evidencia de la contradicción entre el proyecto
asociativo bolivariano y la concepción panamericanista, que representa el
principal factor de complejidad en el actual entramado institucional
multilateral de nuestra región.
El gran peligro que acecha a la
CELAC es la repetición de las frustraciones que han acompañado históricamente a
los diversos mecanismos regionales que la han precedido, en los que ha
prevalecido la escasez de resultados prácticos para el desarrollo de nuestros
pueblos; los excesos de reuniones, declaraciones, planes de acción y programas
de trabajo mayormente incumplidos, la burocratización ineficiente y el
anquilosamiento institucional.
El pasado mes de mayo se produjo en
la Embajada de Brasil en Buenos Aires un interesante encuentro del ex
presidente Lula con intelectuales, políticos y dirigentes sociales. Allí Lula
dijo, según el reporte de Martín Granovsky en el diario Página 12, que “sin
pensamiento estratégico vamos a perder lo que construimos”. También en este
encuentro, al igual que ha hecho en ocasiones anteriores, Lula se refirió a la
importancia de redefinir una doctrina o teoría de la integración ajustada a los
tiempos actuales y a las condiciones y necesidades de América Latina y el
Caribe.
Creo que la clave del éxito de la
CELAC radica en la identificación de unos pocos objetivos y proyectos
estratégicos factibles en el marco geográfico tan extenso y diverso de su
membresía, y que a la vez puedan ser de gran impacto para el desarrollo
sostenible de nuestros pueblos.
Recientemente el Presidente
ecuatoriano Rafael Correa propuso impulsar la integración y la
complementariedad mediante compras públicas de conjunto en la región, lo que
permitiría reducir costos y desarrollar industrias regionales, poniendo como
ejemplo las importantes erogaciones que hacen nuestros países para adquirir
medicamentos o insumos agropecuarios.
Este último ejemplo me hizo
recordar la desaparecida MULTIFERT, compañía multinacional constituida en el
marco del SELA para enfrentar conjuntamente y en mejores condiciones
negociadoras la adquisición de fertilizantes, cuestión de creciente
sensibilidad estratégica y cuya tendencia hacia la carestía y la escasez
impacta negativamente a todos los países latinoamericanos y caribeños. Esta
iniciativa no pudo sobrevivir la ola neoliberal de los años 90 y hasta hoy nos
hacen creer que se trata de proyectos inviables e innecesarios. Obviamente,
cualquier decisión para retomar acciones mancomunadas de esa naturaleza
chocaría de frente contra grandes intereses establecidos y actores muy
poderosos que siempre buscarán perpetuar la fragmentación y la subordinación de
América Latina y el Caribe, pero quizás precisamente se trata del tipo de
propuestas que deben ser pensadas, discutidas e impulsadas por la CELAC, so pena
de caer en la irrelevancia.
A propósito del Presidente Correa,
considero que se trata de uno de los estadistas más preclaros en términos de
ese pensamiento estratégico que reclamaba Lula. Espero que nuestra región pueda
seguir beneficiándose de su liderazgo incluso después que concluya su recién
renovado mandato presidencial. Correa podría ser, por ejemplo, un excelente
primer Secretario General de la CELAC, de cuya constitución fue uno de sus más
destacados impulsores.
En la Declaración de Caracas (2011)
la CELAC fue definida como el mecanismo representativo de concertación
política, cooperación e integración de los Estados latinoamericanos y
caribeños, y como un espacio común que garantice la unidad e integración de
nuestra región. Igualmente se estableció como misión llevar a la realidad el
compromiso político de defensa de la unidad y la integración, la cooperación,
la complementariedad y la solidaridad.
El desarrollo de la CELAC enfrenta
la tensión o el dilema subyacente de cómo lograr que la unidad entre sus
miembros prevalezca sobre los diversos intereses políticos y las
contradicciones ideológicas. En ese sentido, la sola constitución de este foro
fue justamente considerada como un hito histórico en el desarrollo
institucional y el fortalecimiento de la identidad de nuestra región, un
verdadero milagro político solo posible a partir de la concurrencia de una
coyuntura política particularmente favorable y de líderes extraordinarios, de
quienes me limito a recordar aquí a Hugo Chávez, ya en ese momento enfermo,
coronando brillantemente dicho proceso constitutivo en la Cumbre de Caracas del
año 2011.
Este dilema subyacente ha podido
ser resuelto hasta el momento sobre la base de los principios del consenso, la
flexibilidad y la participación voluntaria en las iniciativas, aunque habrá que
evitar que estos principios se conviertan en una receta para el inmovilismo y
en un impedimento para el planteamiento de objetivos osados y muy necesarios.
La CELAC ha logrado avanzar ya con
bastante visibilidad en su objetivo de actuar como el ente representativo de
América Latina y el Caribe en el diálogo con terceros actores tan
significativos como China, India, Rusia y la Unión Europa, así como en
organismos, foros y procesos multilaterales globales. Es una vertiente del
trabajo de la CELAC en la que hay que perseverar, incluso aunque los Estados
Unidos no acepten reconocerle esa representatividad, entre otras razones, por
la presencia de Cuba, aunque no logrará con eso evitar que la organización se
manifieste de manera justa y ejemplar, como lo hizo en su reciente rechazo a la
inclusión de Cuba en el listado sobre los supuestos Estados patrocinadores del
terrorismo elaborado por los Estados Unidos.
Por otra parte, el proceso de la
CELAC necesita trascender cada vez más las oficinas de las Cancillerías y de
otros órganos gubernamentales para involucrar al conjunto de nuestras
sociedades, estimulando decididamente la participación (e incluso la creación)
de actores y movimientos sociales que pueden determinar que el proceso unitario
formal se exprese crecientemente en un proceso unitario real.
Como conclusión, considero que es
fundamental que la CELAC priorice el logro de determinados resultados prácticos
de impacto con la mayor economía de esfuerzos y recursos. Todo esto se puede
decir muy fácilmente en un ejercicio académico, pero se trata, sin dudas, de un
esfuerzo extremadamente complejo, que requiere de mucha ingeniería política, y
en cuyo transcurso son previsibles sucesivos ciclos de avances y retrocesos,
como ha ocurrido a la largo de la historia de las relaciones interamericanas.
Lo importante será que prevalezca la tendencia unitaria hacia la constitución
de una América Latina y el Caribe más unida, justa, poderosa y orgullosa de sí
misma.
*Roberto
M. Yepe Papastamatin. Profesor
del Instituto Superior de Relaciones Internacionales “Raúl Roa García” (La
Habana, Cuba)
Nenhum comentário:
Postar um comentário