4 epetiembre 2015, Rebelión
http://www.rebelion.org (México)
El efecto de la Revolución Cubana en los
políticos y militares de los Estados Unidos fue, como en el caso de la
izquierda revolucionaria latinoamericana, muy impactante y, posiblemente, el
efecto fue más fuerte. La Revolución Cubana, como otras grandes revoluciones
del siglo pasado, ayudó a que las fuerzas contrarrevolucionarias pudieran
mejorar sus políticas e instrumentos de represión. En su ‘Discurso en la
conmemoración del 30 de noviembre’ Che Guevara afirma: “Nuestra lucha victoriosa
trajo dos consecuencias: el despertar de los pueblos de América que vieron que
se podía hacer la revolución, que palparon cómo se podía hacer una revolución,
cómo no estaban cerrados todos los caminos y cómo no era indispensable el
mantenerse constantemente recibiendo los golpes de los explotadores, y cómo
aquel camino podía ser no tan largo como pensaron algunos dirigentes de los
partidos que están llevando la lucha tesoneramente contra las oligarquías y
contra el imperialismo en cada país; y, al mismo tiempo abrimos los ojos del
imperialismo. El imperialismo empezó a prepararse también para ahogar en sangre
las nuevas Cuba que pudieran existir. Y antes de morir ya Kennedy había dicho
que no admitiría nuevas Cuba en el continente, y lo han reiterado sus sucesores
que, además son lobos de la misma camada, así que no habría por qué pensar que
fueran a tener una filosofía diferente. Pero, además de reiterarlo, han
demostrado sus intenciones de llevar a cabo esa acción, llevarla a cabo no
solamente en América sino en todos los países del mundo en que se creara la
lucha, desarrollara la lucha revolucionaria”.
El factor sorpresa de un golpe en un lugar inesperado,
bajo condiciones políticas imprevistas y con un método inesperado que fue
elemental
en la victoria de la Revolución Cubana, se había ido. Regis Debray,
filósofo francés y en los años sesenta un declarado partidario de la lucha
guerrillera, señaló en su ‘América Latina: problemas de estrategia
revolucionaria’:
“Cuba ha elevado el nivel de preparación material e
ideológica de la reacción imperialista en menos tiempo que el de las
vanguardias revolucionarias. Si hoy, y en menor plazo, el imperialismo ha
extraído más ventajas de la Revolución Cubana que las fuerzas revolucionarias,
esto no debe -- mucho lo dudamos -- a que posea una superior inteligencia. El
imperialismo está en mejores condiciones de llevar a la práctica más
rápidamente las enseñanzas que ha extraído de la Revolución Cubana, porque
dispone de todos los medios materiales de la violencia organizada, más el
influjo nervioso que le presta su instinto de conservación”.
En este artículo narramos algunos de los principales
efectos que han tenido la Revolución Cubana sobre la política exterior de los
Estados Unidos en relación con América Latina. La sección 1 está dedicada a la
Alianza para el Progreso. En la sección 2 analizamos la política
contraguerrillera norteamericana y en la sección 3 discutimos las diferentes
doctrinas norteamericanas que fueron elaborados en relación con la amenaza de
“una segunda Cuba”. El artículo cierra con una reflexión sobre las
intervenciones norteamericanas y la aceptación de eso por parte de los
gobiernos latinoamericanos.
1. La Alianza para el Progreso
La política de los Estados Unidos dirigida a evitar
“una segunda Cuba” tenía un lado socioeconómico y un lado militar. La política
socioeconómica hacia América Latina se plasmó en el tratado Alianza para el
Progreso. El componente militar se reflejó en la extensión de la ayuda militar,
la creación de unidades de contraguerrilla e intervenir en los asuntos internos
de los países latinoamericanos. Ambas partes de la política latinoamericana de
los Estados Unidos eran las dos caras de una misma moneda. En los años
1958-1961 la ayuda militar a América Latina aumentó de 48 a 91 millones de
dólares.
La Alianza para el Progreso fue firmado por todos los
países de América Latina, excepto por Cuba, el 17 de agosto de 1961 en Punta
del Este (Uruguay). Los siguientes objetivos de este tratado fueron
identificados: el ingreso nacional per cápita tendría que aumentarse anualmente
con 2.5%, la base económica debería ampliarse, los precios deberían
estabilizarse, la economía tenía que industrializarse, la productividad en el
sector agrícola debería incrementarse, la esperanza promedio de vida debería
aumentar, viviendas de bajo costo tendrían que ser construidas, un mercado
común latinoamericano debería crearse y las transferencias financieras deberían
ser controladas. Con el fin de alcanzar estos objetivos, los Estados Unidos se
obligaban a proveer en diez años un monto de 20 mil millones de dólares.
Igualmente, los países de Europa Occidental y Japón se comprometieron de dar
apoyo financiero. La “ayuda” fue por un 90% de préstamos.
La Alianza para el Progreso fue, por supuesto,
criticada por Cuba. En la ‘Segunda Declaración de La Habana’ se lee: “Los
pueblos saben que en Punta del Este, los cancilleres que expulsaron a Cuba se
reunieron para renunciar a la soberanía nacional; que allí el Gobierno de
Estados Unidos fue a sentar las bases no solo para la agresión a Cuba, sino
para intervenir en cualquier país de América contra el movimiento liberador de
los pueblos; que Estados Unidos prepara a la América Latina un drama
sangriento; que las oligarquías explotadoras, lo mismo que ahora renuncian al
principio de la soberanía, no vacilarán en solicitar la intervención de las
tropas yanquis contra sus propios pueblos, y que con ese fin la delegación
norteamericana propuso un comité de vigilancia contra la subversión en la Junta
Interamericana de Defensa, con facultades ejecutivas, y la adopción de medidas
colectivas”.
La Alianza para el Progreso fue un tratado que
encajaba perfectamente en la estrategia global de los Estados Unidos porque no
solamente trataba de eliminar las condiciones objetivas para la revolución y
suprimir movimientos revolucionarios, sino también intentó mantener y
profundizar la hegemonía norteamericana en América Latina ampliando su base
política y extendiendo los mercados para sus productos. La Alianza para el
Progreso se centró en el mantenimiento y la profundización del sistema
capitalista a través de la modernización de la producción y la desaparición
gradual de las relaciones de producción precapitalistas en el campo.
2. La política contraguerrillera norteamericana
La injerencia norteamericana en los asuntos internos
de América Latina se amplió y fue más abierta después de la reunión en Punta
del Este. En septiembre de 1961, se crearon los Boinas Verdes, unidades
especiales de contraguerrilla del Ejército. Y en octubre de 1961 se inició en
la Argentina, en la Escuela Superior de Guerra, las primeras capacitaciones en
la guerra contrarrevolucionaria interamericana.
El 18 de enero de 1962, se creó el Grupo Especial de
la Contrainsurgencia con la participación de, entre otros, el procurador
general, el jefe de las Fuerzas Armadas, la CIA, el Departamento de Estado, el
Ministerio de Defensa y el Asistente Especial del presidente para asuntos de
seguridad nacional. El grupo tenía que asegurar que, frente a la guerra de
guerrillas, el Ejército y las agencias norteamericanas que trabajaron en el
extranjero como la Agencia para el Desarrollo Internacional, estarían equipados
material y doctrinalmente. Además, debía coordinar entre las agencias
gubernamentales y acelerar la implementación de las decisiones políticas en el
campo de la contrainsurgencia, e iniciar y supervisar la investigación de
nuevas ideas, doctrinas y técnicas para fines de contrainsurgencia. En el mismo
año se fundó en Panamá la Academia Inter-americana de Policía, controlada por
la CIA. Este “centro educativo” se ocupaba, principalmente, de la capacitación
en la contrainsurgencia. La policía fue considerada como la primera línea de
defensa contra los movimientos insurgentes.
Las actividades de contraguerrilla de los Estados
Unidos se resumen en el Plan Latinoamericano Operación Seguridad. Consistía en
cinco puntos:
1. El entrenamiento de tropas (oficiales, suboficiales
y soldados de América Latina) en la lucha de contraguerrilla. Uno de estos centros
de capacitación estuvo en Panamá y llegó a ser conocido como la Escuela de las
Américas (SOA), con sede en Fort Gulick. En el 1961, se inició allí el primer
curso de contrainsurgencia. Entre el 1961 y 1964, 16.343 militares
latinoamericanos recibían capacitación en la SOA. Los cursos cubrían todos los
aspectos de contrainsurgencia, desde temas militares, paramilitares y políticos
hasta tópicos sociológicos y psicológicos. También se enseñaba cómo llevar a
cabo operaciones en la selva. Había cursos de dos a cuarenta semanas.
2. La guerra psicológica.
3. La derrota militar de la guerrilla.
4. La derrota política de la guerrilla. Eso tenía que
ver, por ejemplo, con la detección y el uso de las diferencias políticas e
ideológicas dentro del movimiento guerrillero o sugerir en la propaganda que
las derrotas sufridas por los guerrilleros fueron errores políticos de la
organización combatiente.
5. Dar instrucciones para la llamada reintegración de
las zonas subversivas. Un elemento esencial para eso era el despliegue de
tropas para la Acción Cívica. Su objetivo era: (a) separar la población de las
fuerzas armadas revolucionarias y (b) dar al ejército la dirección de una
determinada área para la eliminación de cualquier desarrollo revolucionario.
En enero de 1962, Cuba fue expulsada de la
Organización de Estados Americano (OEA). El Gobierno se había declarado
marxista-leninista y eso era incompatible con los “propósitos y principios del
Sistema Interamericano” decía una de las resoluciones adoptadas durante una
reunión de consulta de los ministros de Relaciones Exteriores de los estados
miembros de la OEA en Uruguay. También se decidió encargar al consejo de la OEA
establecer un comité compuesto por expertos de diferentes países que a petición
de cada estado miembro individual, tendría que dar consejos de cómo lidiar con
las actividades subversivas y su preparación, por causa de la intervención de
China y la antigua Unión Soviética que amenazan la paz y la seguridad nacional.
Aunque desde marzo de 1960 los Estados Unidos estaban realizando diferentes
intentos para derrocar el gobierno revolucionario de Cuba y con los cuales,
entonces, rompieron con los “principios” de la OEA, no era, por supuesto, un
punto de discusión o de crítica.
En marzo de 1963, los Estados Unidos tomaron una serie
de medidas que deberían reducir la libertad de movimiento de los
revolucionarios. En el Caribe, por ejemplo, se introducía un sistema de
vigilancia y los países de América Central y el Caribe recibían recursos
financieros para proteger su costa. En el caso de América Latina en conjunto,
las operaciones de inteligencia fueron mejoradas con el objetivo de evitar
salidas ilegales y dificultar la entrada al país por grupos u organizaciones
con intenciones revolucionarias, etcétera. En una reunión de los primeros
ministros de los países centroamericanos en abril de 1963 y en la cual también
participó una delegación norteamericana, se decidió entre otros:
“2. Recomendar a sus gobiernos, tomar medidas para
impedir el movimiento clandestino de armas a los países del Istmo -- países de
América Central -- , entre ellos instrucciones específicas aduaneras para
intensificar la inspección de la mercancía entrante y saliente en los puertos,
aeropuertos y fronteras para evitar el contrabando de armas, establecer medidas
estrictas de seguridad y de responsabilidad con respecto a las armas y
municiones que han sido proporcionadas a sus fuerzas armadas y las fuerzas del
orden .
3. Recomendar a sus gobiernos la adopción y la
implementación, lo antes posible, de medidas efectivas para prevenir
actividades de carácter subversivo que pueden ser promovidas por la propaganda
de Castro o agentes en cada uno de los países de América Central.
4. Recomendar a los gobiernos de Centroamérica y
Panamá para establecer , tan pronto como sea posible , una organización en cada
estado con el único propósito de contrarrestar la subversión comunista en el
área de América Central y Panamá. Estas organizaciones serán los principales
responsables de:
a. Detectar, controlar y contrarrestar las acciones y
los objetivos de los miembros , organizaciones , simpatizantes y colaboradores
del partido comunista .
b. Ayuda mutua y el intercambio de información sobre
los movimientos de personas o grupos , propaganda, fondos y armas para fines
subversivos comunistas”.
En julio de 1964, los estados miembros de la OEA
fueron ordenados a romper sus relaciones diplomáticas, comerciales y consulares
con Cuba.
3. Los golpes contra gobiernos
democráticos
En marzo de 1964, el presidente de Brasil João Goulart
fue una de las primeras víctimas de la “nueva” política latinoamericana de los
Estados Unidos. Igual como en 1954 con el presidente guatemalteco Jacobo
Árbenz, las propuestas del presidente brasilero para llevar a cabo una reforma
agraria no fueron toleradas por Washington. El 31 de marzo, el general Humberto
de Alencar Castello, apoyado por la CIA, perpetró un golpe de estado. El 4 de
noviembre de 1964, el presidente reformista boliviano Víctor Paz Estensoro fue
depuesto por el general René Barrientos.
El ataque abierto del imperialismo a gobiernos que
querían mejorar las condiciones de vida de sus pueblos que, para tales efectos,
afectaban los intereses de los capitalistas estadounidenses, y el intento de
Washington para aplastar el movimiento popular antiimperialista, se reflejaron
en distintas doctrinas. En 1963, se formuló la llamada doctrina Kennedy. De
acuerdo con el presidente de los Estados Unidos, “los estados americanos deben
estar preparados para acudir en ayuda de cualquier gobierno que la pida para
evitar una toma de poder más vinculada a la política del comunismo extranjero
que a un deseo interno de cambio. Mi país está dispuesto a hacer esto. Nosotros
en este hemisferio, también debemos utilizar cada recurso a nuestro alcance
para impedir el establecimiento de otra Cuba en este hemisferio”. La doctrina
Mann de 1964, que lleva el nombre del jefe del departamento de asuntos
interamericanos en el Departamento del Estado, Thomas Mann, proporcionaba a los
responsables políticos de la Casa Blanca una orientación política en cuanto a
las condiciones reales y los acontecimientos concretos. Los regímenes
dictatoriales deberían ser reconocidos cuando estos sustituyeron gobiernos
“pro-comunistas” y, por lo tanto, defenderían los intereses norteamericanos. La
doctrina continuó la política de reconocimiento y el aprecio de dictadores en
tal medida, que la formalizó como parte de la política exterior oficial de los
Estados Unidos. En 1953, el dictador peruano Manuel Odría recibió una alta
condecoración militar norteamericana, la Legion
of Merit, y en 1954 fue el turno del dictador venezolano Marcos Pérez. La
doctrina Johnson de 1965 era un paso más allá de la doctrina que desarrolló
Thomas Mann porque decía que los Estados Unidos tenían que prevenir
efectivamente que se estableciera un régimen “comunista” en el Hemisferio
Occidental.
La política externa de Washington llegó en 1965 a un
nuevo clímax, después Guatemala de 1954. Finales de abril de 1965, los Estados
Unidos decidieron invadir a la República Dominicana. Las propuestas económicas
del presidente Juan Bosch perjudicaron los intereses estadounidenses.
El ataque a la República Dominicana puede ser visto
como el sello de la obra imperialista de los Estados Unidos en esos años. Su
intervención militar fue enmascarada por el apoyo que recibieron de casi todos
los países de América Latina. Las decisiones adoptadas en enero de 1962 en la
reunión de ministros de Relaciones Exteriores de la OEA, parecieron haber sido
solamente propaganda. En una de estas resoluciones se leía que los estados
miembros de la OEA “reiteran su adhesión a los principios de autodeterminación
y de no intervención, como los estándares guía de las relaciones entre las
naciones americanas ”.
4. Palabras finales
El apoyo de la OEA a la intervención en la República
Dominicana, mostró, como se lee en la ‘Segunda Declaración de La Habana’, que
este organismo se había convertido realmente en “un ministerio de colonias
yanquis, una alianza militar, un aparato de represión contra el movimiento de
liberación de los pueblos latinoamericanos”. También dejó en claro que los
gobiernos latinoamericanos predicaban la no intervención cuando los problemas
en un país eran controversias entre facciones de la clase dominante. Sin
embargo, si las estructuras de poder estaban en juego y la lucha de clases se
intensificaba, nadie tenía problemas con una intervención.
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