13 junio 2015,
Rebelión
http://www.rebelion.org (México)
Alfred
W. McCoy, TomDispatch
Traducido
del inglés para Rebelión por Sara Plaza
WASHINGTON
VERSUS CHINA EN EL SIGLO XXI
Incluso
para los más grandes imperios la geografía es a menudo destino. Sin embargo,
esto no se lo enseñarán en Washington. Las elites políticas, de seguridad
nacional y de política exterior estadounidenses siguen ignorando los
fundamentos de la geopolítica que han conformado el destino de los imperios
mundiales en los últimos 500 años. En consecuencia, no han entendido el sentido
y la importancia de los rápidos cambios globales que se han producido en
Eurasia y que están socavando la ambiciosa estrategia de Washington para
dominar el mundo de las últimas siete décadas.
Una mirada superficial a lo que actualmente se entiende por
"sabiduría" interna en Washington revela una concepción del mundo
sorprendentemente insular. Fíjense por ejemplo en el científico político de
Harvard Joseph Nye Jr., conocido por haber creado el concepto de "poder
blando". Proporcionando una simple lista de las maneras en que él cree que
el poder militar, económico y cultural de Estados Unidos sigue siendo único y
superior, recientemente sostenía que no existe ninguna fuerza, interna o global, capaz de eclipsar el
futuro de Estados Unidos como principal potencia mundial.
A quienes señalan la
emergente economía de Beijing y proclaman este "el siglo chino", Nye
les ofreció un listado de inconvenientes: la renta per cápita de China
"tardará décadas (si es que lo logra) en alcanzar" la de Estados
Unidos; de manera miope, ha "enfocado sus políticas principalmente en su
región"; no ha "desarrollado ninguna capacidad significativa para la
proyección de la fuerza global". Sobre todo, declaró Nye, China sufre
"desventajas geopolíticas en el equilibrio de poder dentro de Asia, si se
compara con Estados Unidos".
O dicho de otro modo
(y en esto Nye es representativo de todo un mundo de pensamiento en
Washington): con más aliados, barcos, combatientes, misiles, dinero, patentes y
películas taquilleras que ninguna otra potencia, Washington gana
definitivamente.
Si el profesor Nye
dibuja el poder con números, el último mamotreto del ex secretario de Estado
Henry Kissinger, modestamente titulado World Order [Orden mundial] y aclamado en las reseñas como nada menos que una revelación, adopta una
perspectiva
nietzscheana. El eterno Kissinger presenta la política mundial como
si fuera plástico, es decir, sumamente susceptible de ser modelada por grandes
líderes con deseos de poder. Según este criterio, siguiendo la tradición de los
grandes diplomáticos europeos Charles de Talleyrand y el príncipe [Klemens von]
Metternich, el presidente Theodore Roosevelt fue un intrépido visionario que
impulsó "el papel estadounidense en la gestión del equilibrio
Asia-Pacífico". Por otro lado, el sueño idealista de Woodrow Wilson de la
autodeterminación nacional le volvió un inepto en geopolítica, mientras que
Franklin Roosevelt estuvo ciego ante la inflexible "estrategia
global" del dictador soviético Joseph Stalin. Harry Truman, por el contrario,
superó la ambivalencia nacional para comprometer a "Estados Unidos en la
conformación de un nuevo orden internacional", una política sabiamente
seguida por los siguientes 12 presidentes.
Entre los más
"valientes", insiste Kissinger, estuvo el líder del "coraje, la
dignidad y la convicción", George W. Bush, cuya apuesta firme por la
"transformación de Iraq de uno de los estados más represivos de Oriente
Medio en una democracia multipartidista" habría tenido éxito de no ser por
el "implacable" empeño de Siria e Irán en subvertir su trabajo. Desde
esa perspectiva, no hay lugar para la geopolítica; lo único que realmente
importa es la visión audaz de los "hombres de Estado" y los reyes.
Y quizá esa sea una
perspectiva reconfortante en Washington en un momento en el que la hegemonía de
Estados Unidos está desmoronándose en medio de un desplazamiento tectónico del
poder mundial.
Con unos consagrados
visionarios en Washington tan sorprendentemente obtusos en cuestiones de
geopolítica, quizá haya llegado el momento de volver a los principios básicos.
Eso significa regresar al texto fundacional de la geopolítica moderna, el cual
sigue siendo una guía indispensable pese a haber sido publicado en una oscura
revista de geografía británica hace más de un siglo.
Sir Halford inventa
la geopolítica
En una fría tarde
londinense de enero de 1904, Sir Halford Mackinder, el director de la London
School of Economics, "cautivó" a las personas reunidas en el
auditorio de la Real Sociedad Geográfica (Londres) en [el número 1 de] Savile
Row, mientras pronunciaba una conferencia con el atrevido título "The Geographical Pivot of History" ["El pivote
geográfico de la historia"] [1]. Esta conferencia evidenció, a decir del
presidente de la institución, "una brillantez descriptiva [...] rara vez
igualada en esta sala".
Mackinder sostuvo que
el futuro del poder mundial no radicaba, como imaginaba la mayoría de los
británicos, en controlar las vías marítimas mundiales sino una vasta masa de
tierra que él denominó "Euro-Asia". Apartando la atención de Estados
Unidos para colocar a Asia Central en el epicentro del globo, e inclinando a
continuación el eje de la Tierra un poquito más hacia el norte de lo que lo
hace la proyección de Mercator, Mackinder redibujó y, por lo tanto,
reconceptualizó la cartografía mundial.
Su nuevo mapa
mostraba África, Asia y Europa no como tres continentes separados, sino como
una masa de tierra unitaria, una auténtica "isla mundial". El ancho y
profundo "heartland" ("corazón continental") –6.437
km desde el golfo Pérsico hasta el mar de Siberia Oriental– era tan enorme que
solo podría ser controlado desde sus "rimlands"
("márgenes continentales" [2]) en Europa Oriental o lo que él
denominó "marginal" marítimo en los mares circundantes.
El
"descubrimiento de la ruta que, pasando por el Cabo de Buena Esperanza,
conducía hasta la India" en el siglo XVI, escribió Mackinder, "dotó a
la cristiandad de la movilidad de poder más amplia que se conoce [...]
envolviendo con su influencia al poder terrestre euroasiático que hasta
entonces había amenazado su propia existencia". Esta enorme movilidad,
explicó más adelante, dio a los navegantes europeos "superioridad durante aproximadamente
cuatro siglos sobre la gente de tierra de África y Asia".
Sin embargo, el
"heartland" de esta vasta masa de tierra, una "región
pivote" que se extiende desde el golfo Pérsico hasta el río Yantzé en
China, sigue siendo nada menos que el punto arquimédico del poder mundial
futuro. "Quien gobierne el Corazón Continental dominará la Isla
Mundial", resumió más adelante Mackinder. "Quien gobierne la Isla
Mundial dominará el mundo" [3]. Más allá de la vasta masa de esa isla
mundial, que conforma el 60% de la superficie terrestre del planeta, se
encontraba un hemisferio de menor importancia cubierto de grandes océanos y
unas pocas "islas más pequeñas" lejanas. Se refería, por supuesto, a
Australia y las Américas.
Para la generación
anterior, la apertura del Canal de Suez y el transporte marítimo a vapor habían
"incrementado la movilidad del poder marítimo [con relación] al poder
terrestre". Pero los futuros ferrocarriles podían tener "un papel muy
destacado en la estepa", afirmaba Mackinder, disminuyendo los costes del
transporte marítimo y desplazando el centro neurálgico del poder geopolítico
tierra adentro. Con el tiempo, el "Estado pivote" de Rusia podría,
aliado con otra potencia como Alemania, expandirse "por las tierras
marginales de Eurasia", permitiendo "el uso de amplios recursos
continentales para la construcción de una flota, y un imperio de alcance
mundial estaría a la vista".
Durante las dos horas
siguientes, según iba leyendo un texto denso con la sintaxis enrevesada y las
referencias clásicas esperadas de un antiguo catedrático de Oxford, su
audiencia supo que estaba teniendo conocimiento de algo extraordinario. Varias
personas se quedaron después para realizar extensos comentarios. Por ejemplo,
el reconocido analista militar Spenser Wilkinson, el primero en ocupar una
cátedra de historia militar en Oxford, se declaró poco convencido de la
"moderna expansión de Rusia", insistiendo en que el poder naval
británico y japonés continuaría la histórica función de mantener "el
equilibrio entre las fuerzas dividas [...] en la región continental".
Ante la presión de su
entendida audiencia para que tuviera en cuenta otros hechos y factores,
incluyendo el "aire como medio de locomoción", Mackinder respondió:
"Mi objetivo no es predecir un gran futuro para este o aquel país, sino
establecer una fórmula geográfica que usted pueda aplicar a cualquier
equilibrio político". En lugar de explicar hechos específicos, Mackinder
estaba elaborando una teoría general sobre la relación causal entre geografía y
poder mundial. "El futuro del mundo", repetía, "depende del
mantenimiento de [un] equilibrio de poder" entre las potencias marítimas
como Gran Bretaña y Japón situados en el marginal marítimo y "las fuerzas
internas expansivas" dentro del heartland euro-asiático que pretendían contener.
Mackinder no solo
expresó una visión del mundo que influiría en la política exterior británica
durante varias décadas, sino que en aquel momento acababa de crear la ciencia moderna de la "geopolítica": el estudio de cómo la
geografía, bajo determinadas circunstancias, puede conformar el destino de
pueblos, naciones e imperios enteros.
Aquella noche en
Londres fue, por supuesto, hace muchísimo tiempo. Era otra época. Inglaterra
todavía estaba de duelo por la muerte de la reina Victoria. Teddy Roosevelt era
presidente. Henry Ford acababa de abrir una pequeña fábrica de automóviles en
Detroit para fabricar su Modelo A, que tenía una velocidad punta de 45,06 km/h.
Solo un mes antes, el "Flyer" de los hermanos Wright realizó su
primer vuelo, alcanzando una altura de 36,57 m, para ser exactos.
Y aún así, durante
los siguientes 110 años las palabras de Sir Halford Mackinder ofrecerían un
prisma de excepcional precisión para entender la a menudo oscura geopolítica
detrás de los conflictos mundiales más importantes: dos guerras mundiales, una
Guerra Fría, las guerras de Estados Unidos en Asia (Corea y Vietnam), dos
guerras en el golfo Pérsico e incluso la interminable pacificación de Afganistán.
La pregunta hoy es: ¿Cómo puede ayudar Sir Halford a entender no solo los
siglos pasados, sino el próximo medio siglo?
Britania gobierna las
olas
En la época del poder
marítimo, que duró más de 400 años –desde 1602 hasta la Conferencia de Desarme
de Washington en 1922– las grandes potencias competían por controlar la isla
mundial euroasiática a través de las vías marítimas que se extendían a su
alrededor a lo largo de 15.000 millas desde Londres hasta Tokio. El instrumento
del poder era, por supuesto, el barco: primero buques de guerra, luego
acorazados, submarinos y portaviones. Mientras los ejércitos terrestres
avanzaban trabajosamente por el barro de Manchuria o Francia en batallas con
cantidades estremecedoras de bajas, las armadas imperiales se deslizaban por el
mar, maniobrando por el control de costas y continentes enteros.
En la plenitud de su
poder imperial, alrededor de 1900, Gran Bretaña gobernaba las olas con una
flota de 300 buques capitales y 30 bastiones navales, bases que rodeaban la
isla mundial desde Scapa Flow en el Atlántico Norte, a través del Mediterráneo
en Malta y Suez, hasta Bombay, Singapur y Hong Kong. Al igual que el Imperio
Romano cercaba el Mediterráneo convirtiéndolo en Mare Nostrum ("Nuestro Mar"), la potencia
británica convertiría el océano Índico en su propio "mar cerrado",
asegurando sus flancos con ejércitos en la frontera noroeste de la India e
impidiendo a los persas y los otomanos construir bases navales en el golfo
Pérsico.
Con esa maniobra,
Gran Bretaña también se aseguraba el control sobre Arabia y Mesopotamia,
territorio estratégico al que Mackinder denominó "el paso terrestre de
Europa a las Indias" y la puerta de entrada al "heartland"
de la isla mundial. Desde esta perspectiva geopolítica, el siglo XIX fue, en el
fondo, una rivalidad estratégica, a menudo llamada "el Gran Juego",
entre Rusia "dominando casi por completo el Corazón Continental [...]
golpeando las puertas interiores de las Indias", y Gran Bretaña
"avanzando hacia tierra firme desde las entradas marítimas de la India
para enfrentar la amenaza procedente del noroeste". En otras palabras,
Mackinder llegó a la conclusión de que "las realidades geográficas
finales" de la edad moderna eran el poder marítimo versus el poder terrestre
o "la Isla Mundial versus el Corazón Continental"[4].
Las intensas
rivalidades, primero entre Inglaterra y Francia y más tarde entre Inglaterra y
Alemania, sirvieron para impulsar en Europa una incesante carrera de armamento
naval que elevó el coste del poder marítimo hasta niveles insostenibles. En
1805, el buque insignia del Almirante [Horatio] Nelson, el HMS Victory, con su casco de
roble de 3.500 toneladas, navegó a una velocidad de 9 nudos hacia la batalla de
Trafalgar contra la armada de Napoleón, sus cañones de ánima lisa de 100 mm
disparando balas de 19,05 kg a una distancia que no superaba los 360 m.
Un siglo después, en
1906, Gran Bretaña creó el primer buque de guerra moderno del mundo, el HMS Dreadnought, con un casco
de acero con un grosor de 30,5 cm y 20.000 toneladas de peso, turbinas de vapor
que permitían alcanzar una velocidad de 21 nudos y cañones de repetición
mecanizados de 12 pulgadas capaces de disparar proyectiles de 385 kg con un
alcance de 19 km. El coste de este leviatán fue de 1,8 millones de libras
esterlinas, equivalentes a casi 300 millones de dólares actuales. En la
siguiente década media docena de potencias habían vaciado sus tesoros para
construir flotas enteras de estos letales y costosísimos acorazados.
Gracias a la
combinación de la superioridad tecnológica, el alcance mundial y las alianzas
navales con Estados Unidos y Japón, la Pax
Britannica duraría un siglo
entero, desde 1815 hasta 1914. Al final, sin embargo, este sistema mundial
estuvo marcado por una acelerada carrera de armamento naval, una volátil
diplomacia entre grandes potencias y una feroz competición por el imperio de
ultramar que acabó en la salvaje carnicería de la Primera Guerra Mundial,
dejando 16 millones de muertos para 1918.
El siglo de Mackinder
Como señaló una vez el prestigioso historiador Paul Kennedy, especializado en
asuntos internacionales, "en lo que quedaba del siglo XX quedó demostrada
la tesis de Mackinder", con dos guerras mundiales por el control de sus
"rimlands" que se extendieron desde Europa Oriental hasta Asia
a través de Oriente Medio. De hecho, la Primera Guerra Mundial fue, como el
propio Mackinder explicó, "un duelo directo entre el poder terrestre y el
poder marítimo". Al final de la guerra, en 1918, las potencias marítimas
–Gran Bretaña, Estados Unidos y Japón– enviaron expediciones navales a
Arcángel, el mar Negro y Siberia para contener la revolución rusa dentro del
"heartland" de Rusia.
Constatando la influencia
de Mackinder en el pensamiento geopolítico alemán, Adolf Hitler arriesgaría su Reichen un intento descabellado
de apropiarse del heartland ruso como Lebensraum, o espacio vital,
para su "raza superior". El trabajo de Sir Halford fue determinante
en el ideario del geógrafo alemán Karl Haushofer, fundador de la Zeitschrift für Geopolitik , impulsor del concepto de Lebensraum y asesor de Adolf Hitler y de su brazo
derecho, Rudolf Hess. En 1942 el Führer envió un millón de hombres, 10.000
piezas de artillería y 500 tanques para quebrar el frente del río Volga en
Stalingrado. Al final, el Ejército alemán tuvo 850.000 víctimas, entre heridos,
muertos y capturados, en un intento vano de atravesar el rimland de Europa Oriental hacia la región
pivote de la isla mundial.
Un siglo después de
la publicación de la obra capital de Mackinder, otro académico e historiador
británico especializado en la historia de los imperios, John Darwin, sostuvo en
su magistral After Tamerlane [ Después de Tamerlán ] que Estados Unidos había conseguido
su "colosal imperium [...] a una escala sin precedentes" tras la
Segunda Guerra Mundial, al convertirse en la primera potencia de la historia
que controlaba los puntos axiales estratégicos "en ambos extremos de
Eurasia" (su interpretación de la "Euro-Asia" de Mackinder). Con
el temor a la expansión china y rusa como "catalizador de la
colaboración", Estados Unidos se hizo con bastiones imperiales en Europa
Occidental y Japón. Con estos puntos axiales como pilares, Washington construyó
después un arco de bases militares siguiendo el patrón marítimo británico, con
las que fue rodeando la isla mundial.
La geopolítica axial
de Estados Unidos
Una vez arrebatado el
control de los extremos axiales de la isla mundial a la Alemania nazi y el
Japón imperial en 1945, durante los siguientes 70 años Estados Unidos aplicó
capas cada vez más gruesas de poder militar para contener a China y a Rusia
dentro del heartland euroasiático. Despojada de su
cobertura ideológica, la ambiciosa estrategia de Washington de la
"contención" anticomunista de la época de la Guerra Fría fue poco más
que un proceso de sucesión imperial. Una Gran Bretaña agotada fue reemplazada
en el control del "marginal" marítimo, pero las realidades
estratégicas siguieron siendo prácticamente las mismas.
De hecho, en 1943,
dos años antes del final de la Segunda Guerra Mundial, un envejecido Mackinter publicó su último artículo, "The Round World and the Winning of the
Peace" ["El mundo redondo y la conquista de la paz"], en la
influyente revista estadounidense Foreign
Affairs. En él, recordaba a los estadounidenses que aspiraban a una
"ambiciosa estrategia" para una versión sin precedentes de hegemonía
planetaria que incluso su "sueño de poder aéreo mundial" no cambiaría
las bases geopolíticas. "Si la Unión Soviética sale de esta guerra como
conquistadora de Alemania", advertía, "alcanzará el rango del poder
terrestre más grande del mundo", controlando la "fortaleza natural
más grande de la tierra".
Al momento de
establecer una nueva Pax
Americana posbélica, lo
primero y básico para contener el poder terrestre soviético sería la Armada
estadounidense. Sus flotas rodearían el continente euroasiático, complementando
y luego suplantando a la Armada británica: la Sexta Flota se instaló en Nápoles
en 1946 para controlar el océano Atlántico y el mar Mediterráneo; la Séptima
Flota se estableció en la Bahía Subic, Filipinas, en 1947, para controlar el
Pacífico Occidental; y desde 1995 la Quinta Flota se encuentra en Bahrein, en
el golfo Pérsico.
A continuación, los
diplomáticos estadounidenses sumaron capas de alianzas militares envolventes:
la Organización del Tratado del Atlántico Norte (1949), la Organización del
Tratado del Medio Oriente (1955), la Organización del Tratado del Sudeste
Asiático (1954) y el Tratado de Seguridad Estados Unidos-Japón (1951).
En 1955 Estados
Unidos también tenía un red mundial de 450 bases militares en 36 países para,
en gran medida, contener el bloque sino-soviético detrás de un Telón de Acero
que coincidía en grado extraordinario con las "rimlands" de
Mackinder alrededor de la masa continental euroasiática. Hacia el final de la
Guerra Fría, en 1990, el cerco de la China comunista y Rusia necesitaba 700
bases de ultramar, una fuerza aérea de 1.763 aviones de combate, un enorme
arsenal nuclear, más de 1.000 misiles balísticos y una armada de 600 buques,
incluyendo 15 portaviones nucleares y sus flotillas, todos conectados por el
único sistema global de satélites de comunicación del mundo.
Como fulcro del
perímetro estratégico de Washington alrededor de la isla mundial, la región del
golfo Pérsico ha sido durante casi 40 años el lugar donde Estados Unidos ha
intervenido constantemente, de manera manifiesta y encubierta. La revolución
iraní de 1979 supuso la pérdida de un país clave en el arco del poder
estadounidense alrededor del golfo, y dejó a Washington en la difícil posición
de tener que reconstruir su presencia en la región. Con ese fin y
simultáneamente, por un lado apoyaría a Sadam Husein en Iraq en su guerra
contra el Irán revolucionario y, por el otro, armaría a los muyahidines afganos
más extremistas contra la ocupación soviética de Afganistán.
Fue en este contexto
en el que Zbigniew Brzezinski, asesor de Seguridad Nacional del presidente
Jimmy Carter, puso en marcha su estrategia para derrotar a la Unión Soviética
con una agilidad geopolítica absoluta, que todavía hoy sigue siendo poco
comprendida. En 1979 Brzezinski, un aristócrata polaco empobrecido que conocía
como pocos las realidades geopolíticas de su continente natal, convenció a
Carter para lanzar la Operación Ciclón con un enorme presupuesto anual que alcanzó los 500 millones de dólares
a finales de los 80. Su objetivo: movilizar combatientes musulmanes para atacar
el blando vientre centro-asiático de la Unión Soviética y abrir una brecha
profunda de radicalismo islamista en el heartland soviético. Lo que simultáneamente iba
a infligir una derrota desmoralizadora al Ejército Rojo en Afganistán y dejar
el "rimland" de Europa Oriental fuera de la órbita de Moscú.
"Nosotros no empujamos a los rusos a intervenir [en Afganistán]", dijo Brzezinski en 1998, al explicar su hazaña geopolítica en esta versión
Guerra Fría del Gran Juego, "pero aumentamos a sabiendas la probabilidad
de que lo hicieran [...] Esa operación secreta fue una idea excelente. Tuvo el
efecto de hacer caer a los rusos en la trampa afgana".
Preguntado sobre el
legado de esta operación que dio origen a un Islam combatiente hostil a los
Estados Unidos, Brzezinski, que estudió y a menudo citaba a Mackinder, se negó
rotundamente a pedir disculpas. "¿Qué es más importante para la historia
del mundo?", preguntó. "¿Los talibanes o el colapso del imperio
soviético? ¿El levantamiento de algunos musulmanes o la liberación de Europa
central y el final de la Guerra Fría?"
Pero incluso la
impresionante victoria estadounidense en la Guerra Fría, con la implosión de la
Unión Soviética, tampoco transformaría los fundamentos geopolíticos de la isla
mundial. Como resultado, tras la caída del muro de Berlín en 1989, la primera
incursión diplomática de Washington en la nueva época sería un intento de
restablecer su posición dominante en el golfo Pérsico, utilizando como pretexto
la ocupación de Kuwait por parte de Sadam Husein.
En 2003, cuando
Estados Unidos invadió Iraq, el historiador Paul Kennedy acudió de nuevo a la
para entonces centenaria obra de Mackinder para explicar este aparentemente inexplicable infortunio. "En este momento, con
cientos de miles de tropas estadounidenses en las rimlands euroasiáticas", escribió en el Guardian, "parece como si
Washington estuviera tomándose en serio el mandato de Mackinder para asegurar
el control del 'pivote geográfico de la historia'". Si se interpretan
estas afirmaciones de forma amplia, la rápida proliferación de bases
estadounidenses en Afganistán e Iraq debería entenderse como una nueva apuesta
imperial para alcanzar una posición clave en el borde del heartland euroasiático, algo semejante a lo que
hicieron los británicos con sus viejos fuertes coloniales a lo largo de la
frontera noroeste de la India.
En los años
siguientes Washington intentó sustituir algunos de sus ineficientes soldados
sobre el terreno por drones. En 2011 la Fuerza Aérea y la CIA habían rodeado el territorio euroasiático con 60 bases para su armada de drones. Para
entones, su caballo de batalla era el Reaper: sus misiles Hellfire, sus bombas
GBU-30 y unalcance de 1.850 km permitían atacar objetivos en casi cualquier lugar de África
y Asia desde aquellas bases.
Significativamente,
las bases de drones están esparcidas en estos momentos por los márgenes
marítimos alrededor de la isla mundial –desde Sigonella, Sicilia, hasta
Incirlik, Turquía; Yibuti en el mar
Rojo; Qatar y Abu Dabi en el golfo Pérsico; las islas Seychelles en el océano
Índico; Jalalabad, Khost, Kandahar y Shindand enAfganistán; y en el Pacífico,
Zamboanga en Filipinas y la Base Aérea Andersen en la isla de Guam, entre otros lugares.
Para patrullar esta extensa periferia, el Pentágono se ha gastado 10 mil
millones de dólares en construir una armada de 99 drones Global Hawk, equipados con cámaras de alta resolución capaces de vigilar todo el territorio en
un radio de 160 km, sensores electrónicos que pueden neutralizar señales de
comunicación y motores eficientes con autonomía para 35 horas de vuelo y un alcance de 14.000 kilómetros.
La estrategia de
China
En otras palabras,
los movimientos de Washington no son algo nuevo, aunque lo sean a una escala
previamente inimaginable. Pero el ascenso de China para convertirse en la
primera economía mundial, inconcebible hace un siglo, sí representa algo nuevo
y por eso amenaza con dar la vuelta a la geopolítica marítima que ha
configurado el poder mundial durante los últimos 400 años. En lugar de
centrarse básicamente en construir una flota de alta mar como hicieron los
británicos o una armada aeroespacial global semejante a la estadounidense,
China está adentrándose en la isla mundial en un intento de rediseñar
minuciosamente los fundamentos geopolíticos del poder mundial. Y para ello está
utilizando una estrategia sutil que hasta ahora ha conseguido eludir a la
cúpula del poder en Washington.
Después de décadas de
silenciosa preparación, Beijing ha empezado recientemente a revelar su
ambiciosa estrategia para hacerse con el poder mundial, con pasos cautelosos.
Su plan en dos etapas está diseñado para construir una infraestructura
transcontinental para la integración económica de la isla mundial desde dentro,
mientras moviliza fuerzas militares para ir rompiendo, con cortes quirúrgicos,
el cerco de contención estadounidense.
El paso inicial ha
sido un impresionante proyecto para crear la infraestructura para la integración
económica del continente. Al establecer una elaborada y costosísima red de
líneas de alta velocidad para el transporte de grandes volúmenes de mercancías
y oleoductos y gasoductos a través de la amplia extensión de Eurasia, China
puede materializar la visión de Mackinder de un modo nuevo. Por primera vez en
la historia, el transporte transcontinental rápido de carga crítica –petróleo,
minerales y productos manufacturados– será posible a escala masiva, y podría
integrar ese vasto territorio en una única zona económica que se extendería a
lo largo de 10.000 km desde Shangai a Madrid. De esta manera, las autoridades
de Beijing esperan trasladar el centro neurálgico del poder geopolítico desde
la periferia marítima al interior del continente, el heartland.
"Los
ferrocarriles transcontinentales están ahora modificando las condiciones del
poder terrestre", escribió Mackinder en 1904, cuando el
"precario" ferrocarril transiberiano de vía única, el más largo del
mundo, cubría los 9.173 km de distancia entre Moscú y Vladivostok. "[P]ero
no habrá transcurrido una gran parte del siglo antes de que Asia esté cubierta
de ferrocarriles. Los espacios comprendidos por el Imperio ruso y Mongolia son
tan extensos, y son hasta tal punto incalculables sus potenciales en cuanto a
[...] combustibles y metales, que es inevitable que allí se desarrolle un gran
mundo económico, más o menos aislado, que será inaccesible al comercio
oceánico".
Mackinder se adelantó
un poco con su predicción. La revolución rusa de 1917, la revolución china de
1949 y los siguientes 40 años de la Guerra Fría frenaron cualquier avance real
durante décadas. De este modo, el "heartland" euro-asiático no
conoció el crecimiento económico y la integración, en parte debido a las
barreras ideológicas artificiales –el Telón de Acero y luego la partición
sino-soviética– que paralizaron la construcción de cualquier infraestructura a
través del extenso territorio de Eurasia. Ya no.
Solo unos pocos años
después del final de la Guerra Fría, el antiguo asesor de Seguridad Nacional,
Brzezinski, que por entonces se había vuelto muy crítico con los puntos de
vista globales que mantenían las elites políticas tanto republicanas como
demócratas, empezó a lanzar advertencias sobre la ineptitud geopolítica de Washington. "Desde
que los continentes comenzaron a interactuar políticamente, hace
aproximadamente cinco siglos", escribió en 1988, básicamente parafraseando
a Mackinder, "Eurasia ha sido el centro del poder mundial. La potencia que
domine 'Eurasia' controlará dos terceras partes de las regiones más
desarrolladas y económicamente más productivas del mundo [...] volviendo al
hemisferio occidental y Oceanía geopolíticamente periféricos con respecto al
continente central del mundo".
Esta lógica
geopolítica ha pasado desapercibida en Washington, pero ha sido bien entendida
por Beijing. De hecho, durante la última década China ha realizado la mayor
inversión en infraestructura del mundo, un billón de dólares hasta ahora y
sigue sumando, desde que Washington inauguró su sistema de autopistas
interestales en la década de los 50 del siglo pasado. Las cifras de las líneas
ferroviarias y los oleoductos que se están construyendo son mareantes. Entre
2007 y 2014, China cuadriculó su territorio con casi 15.000 km de nuevas líneas de alta velocidad, más
que el resto del mundo en conjunto. El sistema transporta actualmente a 2,5 millones de pasajeros al día, a una velocidad máxima de 380 km/h. Para cuando esté completado en 2030 tendrá más de 25.000 km de vías de alta velocidad, con un coste
de 300 mil millones de dólares, y unirá las principales ciudades de China.
Simultáneamente, las
autoridades chinas empezaron a colaborar con los Estados vecinos en un
gigantesco proyecto para integrar la red nacional de ferrocarriles en una red
transcontinental. Desde 2008 los alemanes y los rusos se unieron a los chinos
para construir el "Puente Terrestre Euroasiático". Dos rutas
este-oeste, el viejo transiberiano al norte y una nueva ruta por el sur, a lo
largo de la antigua Ruta de la Seda a través de Kazajistán, deberían conectar
toda Eurasia. Por la ruta sur, más rápida, viajarán contenedores con productos manufacturados de alto valor añadido,
ordenadores y piezas de automóviles, que recorrerán 10.782 km desde Liepzig,
Alemania, hasta Chongqing, China, en tan solo 20 días, casi la mitad de
los 35 días que se tarda en transportar esas mercancías en barco.
En 2013 la Deutsche
Bahn AG (empresa de ferrocarril alemana) empezó a preparar una tercera ruta entre Hamburgo y Zhengzhou que ha reducido el tiempo de
viaje a 15 días, mientras que la Kazakh Rail abrió una conexión Chongqing-Duisburg con tiempos parecidos. En octubre de
2014 China anunció planes para la construcción de la línea de alta velocidad más larga del mundo
con un coste de 230 mil millones de dólares. Según lo planeado, los trenes
recorrerán los 6.920 km entre Beijing y Moscú en solo dos días.
Además, China está
construyendo dos ramales en dirección suroeste y sur hacia el
"marginal" marítimo de la isla mundial. En abril, el presidente Xi
Jinping firmó un acuerdo con Pakistán para invertir 46 mil millones de dólares en el
Corredor Económico China-Pakistán. Autopistas, conexiones ferroviarias,
oleoductos y gasoductos sumarán casi 3.248 km desde Kashgar, en Xinjiang, la
provincia más occidental de China, hasta las instalaciones portuarias conjuntas
en Gwadar, Pakistán, inauguradas en 2007. China ha invertido más de 200 millones de dólares en la construcción de este puerto estratégico
de Gwadar, en el mar Arábigo, a unos 600 km del golfo Pérsico. En 2011 China
también comenzó a ampliar sus líneas ferroviarias a través de Laos hacia el Sudeste Asiático, con
un coste inicial de 6,2 mil millones de dólares. Cuando esté terminada, una
línea de alta velocidad trasladará viajeros y mercancías desde Kunming a
Singapur en 10 horas.
Por otro lado, en
esta última década tan dinámica, China ha construido una red integrada de
gasoductos y oleoductos transcontinentales para importar combustibles de toda
Eurasia para sus centros de población localizados en el norte, el centro y el
sureste. En 2009, tras una década de trabajo, la Corporación Nacional de
Petróleo de China (CNPC, por sus siglas en inglés), propiedad del Estado, abrió el último tramo del oleoducto Kazajistán-China, con una extensión de
2.253 km entre el mar Caspio y Xinjiang.
Simultáneamente, la
CNPC colaboró con Turkmenistán para inaugurar el gasoducto Asia Central-China. Con una longitud de 1.931 km, que en
gran medida corren paralelos al oleoducto Kazajistán-China, se trata del
primero que lleva el gas natural de la región hasta China. Para sortear el
Estrecho de Malaca, controlado por la Armada estadounidense, la CNPC abrió el gasoducto Sino-Myanmar en 2013 para trasladar el petróleo de Oriente
Medio y el gas natural birmano a lo largo de 2.414 km desde la Bahía de Bengala
hasta la remota región suroccidental de China. En mayo de 2014 la compañía firmó un acuerdo para los próximos 30 años, por valor de 400 mil millones de
dólares, con el gigante ruso privatizado, Gazprom, para entregar 38 mil
millones de metros cúbicos de gas natural cada año a partir de 2018, a través
de una red de gasoductos todavía por completar, que cruzará Siberia hasta
Manchuria.
A pesar de su
envergadura, estos proyectos solo son un parte del auge de la construcción que,
en los últimos cinco años, ha tejido una maraña de gasoductos y oleoductos a
través de Asia Central y hacia el sur, llegando hasta Irán y Pakistán. El
resultado será pronto una infraestructura energética integrada terrestre,
incluyendo la enorme red de oleoductos y gasoductos de la propia Rusia, que se
extenderá por toda Eurasia, desde el Atlántico hasta el mar del Sur de China.
Para capitalizar unos
planes de crecimiento regional tan asombrosos, en octubre de 2014 Beijing
anunció la creación del Banco Asiático de Inversión en Infraestructuras. Las
autoridades chinas ven esta institución como una futura alternativa regional y,
a la larga, euroasiática al Banco Mundial controlado por Estados Unidos. Hasta
ahora, a pesar de la presión de Washington para que no se unieran, 14 países
clave, incluyendo aliados cercanos de Estados Unidos como Alemania, Gran
Bretaña, Australia y Corea del Sur, han firmado como socios fundadores. Simultáneamente, China ha empezado a establecer
relaciones comerciales a largo plazo con zonas de África ricas en recursos, con
Australia y con el Sudeste Asiático, como parte de su plan para integrar
económicamente la isla mundial.
Por último, Beijing
acaba de revelar una estrategia hábilmente diseñada para neutralizar las
fuerzas militares que Washington ha desplegado a lo largo del perímetro del
continente. En abril el presidente Xi Jinping anunció la construcción de un
gigantesco corredor de carreteras, ferrocarriles y oleo-gasoductos que irá
directamente desde el oeste de China hasta su nuevo puerto en Gwadar, Pakistán,
creando la logística para los futurosdespliegues navales en el mar Arábigo, rico en energía.
En mayo Beijing
intensificó su reclamación de control exclusivo sobre el mar del Sur de China, ampliando la Base Naval Longpo en la isla de Hainan para construir la primera
instalación para submarinos nucleares de la región, acelerando los trabajos de dragado para crear tres nuevos atolones que podrían convertirse en aeródromos
militares en las disputadas islas Spratley, y desaconsejando formalmente los sobrevuelos de los aviones de la Armada estadounidense.
Al construir la infraestructura para las bases militares en el mar del Sur de
China y el mar Arábigo, Beijing está poniendo los medios que le permitirán
socavar, quirúrgica y estratégicamente, la política estadounidense de
contención militar.
Al mismo tiempo,
Beijing está diseñando planes para desafiar el dominio espacial y ciberespacial
de Estados Unidos. En este sentido, espera completar su propio sistema global de satélites para 2020, que representaría el
primer desafío para el dominio espacial de Washington desde que en 1967 Estados
Unidos desplegara su sistema de 26 satélites de comunicación de defensa. Simultáneamente,
Beijing está desarrollando una impresionante capacidad para la guerra cibernética.
Dentro de una o dos
décadas, si fuera necesario, China estará preparada para realizar cortes
quirúrgicos en unos pocos puntos estratégicos del cerco que mantiene Washington
alrededor del continente, sin tener que hacer frente al poder militar global
estadounidense, y podría hacer inútil su gigantesca armada de portaviones,
cruceros de guerra, drones, cazas y submarinos.
Al carecer de la
visión geopolítica de Mackinder y su generación de imperialistas británicos,
las actuales autoridades estadounidenses no han sabido entender la importancia
y el sentido del cambio global radical que está teniendo lugar en la gran masa
de tierra euroasiática. Si China logra vincular sus emergentes industrias con
los enormes recursos naturales del heartland euroasiático entonces, posiblemente,
como Sir Halford Mackinder predijo aquella fría tarde londinense de 1904,
"un imperio de alcance mundial estaría a la vista".
Notas de la
traductora:
[1] Para las citas de
esta conferencia que aparecen en el ensayo se ha tomado como referencia la
traducción de Marina Díaz Sanz con base en la realizada para la compilación por
A. B. Rattenbach (1975). Antología
geopolítica. Buenos Aires: Pleamar, disponible en línea aquí.
[2] Rimland no es un término acuñado por Halford
Mackinder, sino por Nicholas John Spykman. Este último desarrolla su teoría del
margen continental en contraposición con la teoría del corazón continental de
Mackinder. Lo que señala Mackinder en el texto de su conferencia es lo
siguiente: "En el este, sur y oeste de este 'corazón continental' (heart-land)
se hallan las regiones marginales, que se alinean en un amplio 'cinturón' (crescent)
accesible a los navegantes [...] Fuera de la región pivote, en un gran 'cinturón
interior' (inner crescent), se hallan Alemania, Austria, Turquía, India
y China, y en un 'cinturón exterior' (outer crescent), Inglaterra,
Sudáfrica, Australia, los Estados Unidos, Canadá y el Japón". El margen
continental (rimland) de Spykman se correspondería grosso modo con el "cinturón
interior" de Mackinder (vid. algunos trabajos en línea aquí y aquí).
[3] Esta cita no es
de la conferencia "El pivote geográfico de la historia", sino del
libro: Mackinder, Halford J. (1996) Democratic
Ideals and Reality: A Study in the Politics of Reconstruction. Washington, D.C.: National Defense University
Press. Edición original en Londres: Constable, y Nueva York: Holt, 1919.
[4] Ibíd.
*Alfred W. McCoy es colaborador
habitual de TomDispatch, ocupa la cátedra
Harrington de Historia en la Universidad de Wisconsin-Madison. Es el editor de Endless Empire: Spain’s
Retreat, Europe’s Eclipse, America’s Decline y el autor de Policing
America’s Empire: The United States, the Philippines, and the Rise of the
Surveillance State, entre otras obras.
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