5 de Junho de 2015, ADITAL Agencia de
Información Fray Tito para América Latina (Brasil)
Por José
Antonio Gutiérrez D.
Ni
siquiera Pastrana ya niega que el proceso de paz del Caguán, a finales de los
años 1990, sirvió para que el Estado colombiano ganara tiempo ante unas FARC-EP
que se encontraban a la ofensiva, y pudiera aplicar una profunda reingeniería
militar, un aislamiento político a fondo del movimiento guerrillero – que
incluyó la calificación de terrorista --, así como preparar, a través del Plan
Colombia, la entrada de lleno de los gringos al conflicto – sin lo cual,
ninguno de los golpes que han recibido los insurgentes hubiera sido posible.
Es decir, el proceso de "paz” del Caguán
sirvió, no para una búsqueda de paz, sino para profundizar la guerra [1]. Pastrana,
que aparte de ladrón salió también bufón, culpa a las FARC-EP de su
"fracaso”. Sin embargo, desde la lógica oligárquica, el Caguán no fue un
fracaso sino un tremendo golazo.
El
bloque oligárquico se re-organiza… para el Caguanazo
A
Santos también le tocó negociar para ganar tiempo. El 2012 fue
un momento muy
complicado: el gobierno enfrentaba ya un lustro de fortalecimiento de la
iniciativa guerrillera, así como un espiral ascendente de luchas populares en
todo el territorio -fundamentalmente en las zonas rurales-, cuyo inicio podemos
identificar en la huelga de los corteros a finales del 2008. Si sumamos la
imposibilidad, debido al conflicto social y armado, de abrir el territorio
nacional a la inversión extranjera y su locomotora minera, se explica el
escenario que permite el actual proceso de negociación entre insurgentes de las
FARC-EP y gobierno. Mientras tanto, se embolata y posterga indefinidamente el
escenario de negociaciones con el ELN, tal cual como lo hizo Pastrana. Esto
parece un déja-vu.
¿Está
Santos preparando su propio Caguanazo a las FARC-EP? Es una probabilidad
bastante cierta. El ingenuo optimismo de los opinólogos de oficio, de izquierda
o de derecha, que hasta hace poco declaraban que el proceso era irreversible o
que el 2015 sería el "año de la paz”, se ha evidenciado como espurio. Tan
espurio como las ilusiones de quienes creían que Santos impulsaría una especie
de "Frente Popular” contra el "fascismo uribista”. En esa ilusión,
desconfiaron de la movilización popular, y pusieron sus fichas en el apoyo
abierto o velado a un sector de la burguesía, representado en Santos. Apoyo que
se expresó en lo electoral no solamente en la segunda, sino que –de manera aún
más grave- en la primera vuelta. Entre los que tragan sapos para probar la
mermelada y esa izquierda que lleva medio siglo como vagón de cola del
liberalismo, le entregaron la llave de la paz a Santos. Y como también lo
dijimos a su momento, en lugar de ese quimérico "Frente Popular”, quedó
claro el día después de las elecciones, que las concesiones serían hacia la
derecha y jamás hacia la izquierda [2]. Precisamente, lo que está sucediendo.
Con las
llaves de la paz entregadas en bandeja de plata, Santos puede, en cualquier
momento, cumplir lo que ha amenazado desde un comienzo: patear la mesa y volver
a la guerra como si nada. Ya sabemos la línea argumentativa: "lo
intentamos pero no se pudo, las FARC-EP mamaron gallo, rompieron su cese al
fuego unilateral en Buenos Aires, nos tocó defender la población atemorizada de
retaliaciones, tuvieron su oportunidad, nunca habíamos avanzado tanto pero
nuestra voluntad tiene límites”. Y con la pedagogía de la guerra que ha
desarrollado durante este proceso de "paz” en medio del conflicto, hoy
tiene, quizás, más respaldos políticos para romper la mesa que para alcanzar un
acuerdo con los insurgentes. Triste, pero cierto.
El gran
ausente: protagonismo popular
Lo
único que podía haber inclinado la balanza a favor de una solución negociada al
conflicto –y en cuanto negociada, parcialmente favorable a los intereses
populares- era la movilización y la presión permanente de las bases sociales.
Era demostrar que el pueblo es quien tiene las llaves de la paz. Era seguir con
la escalada de protestas y presión popular que llevó a Santos a la mesa y que
hizo que Santos abriera foros y espacios participativos, por restringidos que
fuesen, a las expresiones populares para discutir sus problemas más acuciantes
desde la perspectiva de la agenda de negociaciones. Era poner a la movilización
y la lucha popular como el actor principal de la solución política, y llevar a
la oligarquía al único terreno de lucha en el cual no tiene el toro por las
astas –el terreno de la lucha de clases.
El
escenario del Paro Agrario del 2013 generó espanto en la oligarquía colombiana:
no solamente la acción decidida de los campesinos dejó en claro que la política
de Desarrollo Nacional, junto al aperturismo económico neoliberal, eran
insostenibles, sino que planteó un escenario de convergencia entre el campo y
la ciudad, con millones de personas solidarizándose en los centros urbanos, que
tenía un gran potencial transformador. Santos inmediatamente comenzó a maquinar
la desmovilización de esa fuerza social. Con algunas platicas, logró calmar
momentáneamente los ánimos sin tener que hacer ningún cambio de fondo. Luego,
instaló mesas de negociación que no resuelven nada. Como dijo un dirigente de
base, a los campesinos los traen como carro viejo: de taller en taller. Luego,
agitando el coco de Uribe, se encargó de que las fichas liberales que tiene en
el campo popular instalaran el consenso sobre lo "inoportuno” de
movilizarse contra Santos en el contexto de las elecciones. Luego, la coyuntura
electoral, sumada al electorerismo inveterado de cierta izquierda que confía
más en la autoridad –aun pese a ser mitómana, irresponsable e incumplidora- que
en el pueblo, una izquierda que encuentra preferible los acuerdos con Santos a
una movilización de masas que se les salga de las manos, han dado el golpe de
gracia a la desmovilización popular. Se reproduce esa tendencia descrita por
Marco Palacios para esa izquierda, "siempre confiada en las virtudes de la
elite jacobina (…) Con Lenin, siempre habían desconfiado del ‘espontaneísmo de
las masas’” [3]. Es muchísimo más fácil desmovilizar al pueblo que volverlo a
movilizar: la fórmula de "no salgamos hoy, aunque la gente está arrecha,
saldremos mañana”, en la práctica, nunca ha funcionado. Santos emergió de esta
coyuntura como triunfador, gracias al apoyo tácito o explícito de un importante
sector del movimiento popular, y logra así recomponer la hegemonía del bloque
dominante.
El
callejón sin salida de los gestos unilaterales
En el
campo militar (que jamás en un conflicto social como el colombiano es el
decisivo) también Santos logra neutralizar el peligro. No me extenderé
mayormente en esta ocasión sobre el impacto de los gestos unilaterales,
precisamente en momentos en que toda acción debería ser bilateral; ya me he
referido a eso recientemente [4]. El problema de fondo es que el gobierno ha
apostado, exitosamente, por debilitar al adversario en el contexto de las
negociaciones para sacar o una "paz barata” (para ellos, cara para el
pueblo) o un retorno a la guerra total en condiciones más favorables para sí.
Si la insurgencia está debilitada o no, es un asunto que no puede ser abordado
como una cuestión absoluta, pero lo cierto es que las FARC-EP se encuentran hoy
con alrededor de 100 guerrilleros muertos en bombardeos y acciones militares
desde que declararon su cese al fuego unilateral (casi 50 en las últimas dos
semanas), eso sin contar los múltiples arrestos y capturas, así como la pérdida
de la iniciativa militar. Es decir, el cese al fuego unilateral fue un festín
para el guerrerismo. En términos relativos, claro que la insurgencia se ha
debilitado militarmente con el cese al fuego unilateral, mientras que en lo
político no ganó prácticamente nada: los medios siguen con su demonización como
si nada, aplaudieron cada golpe que se les dio en este período, montaron
escándalo por cada acción defensiva, y ahora responsabilizan a las FARC-EP por
la escalada de violencia. Esto, mientras también se asesina y encarcela a los
luchadores populares, pues esta guerra no es sólo contra la insurgencia sino
contra todas las expresiones del pueblo organizado.
Las
reglas del juego están claras: Santos no necesita dar ninguna muestra de
reciprocidad pero puede pedir todo el tiempo más y más gestos unilaterales a la
insurgencia. Él sí puede asesinar incluso a dos miembros del equipo negociador
de las FARC-EP, tal cual antes había asesinado al comandante insurgente Alfonso
Cano, pero los guerrilleros no pueden siquiera capturar a un general en un
golpe de mano – caso del general Alzate -- porque Santos patea la mesa. Las
FARC-EP solamente están autorizadas a matar a soldados pobres, porque eso sí no
molesta mayormente al establecimiento – aunque le saquen provecho
mediáticamente. Por eso es que al bloque dominante le importa un pepino si la
guerra continúa o no, siempre y cuando el escenario que sea les garantice el
máximo de beneficios; es decir, que se maten entre pobres, mientras la
oligarquía disfruta de las mieles del saqueo generalizado al pueblo colombiano
sin que nadie le moleste.
Entender
el momento sin falsas ilusiones en la oligarquía: ni irreversibilidad ni
fatalismo
Así las
cosas, todo parece indicar que se viene un Caguanazo a las FARC-EP. O se rinden
o se vuelve a la guerra total, pero el Estado ya está en una posición mucho más
fuerte. De concretizarse este escenario, estaríamos no solamente ante un revés
histórico para los insurgentes, sino que el conjunto del movimiento popular,
tanto quienes se identifican con la salida negociada como quienes no, sufrirían
un golpe del que tardarían años, sino décadas en recuperarse. Se equivocan
quienes piensan que una rendición o derrota de la insurgencia, o la firma
acelerada de la "paz exprés”, servirían para abrir un espacio político a
nuevos movimientos sociales de corte progresista, hoy represados,
supuestamente, por la "guerra” (en abstracto). Para lo que servirían es
para fortalecer a la misma oligarquía de siempre en un auténtico carnaval
reaccionario. Ese bloque dominante es la verdadera represa para los movimientos
populares – la guerra, apenas la expresión de su forma de dominación concreta.
También
constituye un error hacerse falsas ilusiones en torno al supuesto carácter
progresista de Santos de cara al uribismo: una lectura errónea que lleva a
políticas desastrosas. Decir que el carácter zigzagueante y la incapacidad de
Santos para cumplir sus compromisos, así como su persistencia en la arremetida
militar contra los insurgentes, tendrían que ver con supuestas presiones sobre
él (que sin duda las tiene, pero no determinan su comportamiento), es una falta
de sentido histórico, es desconocer la naturaleza de la oligarquía colombiana e
ignorar el carácter concreto de la lucha de clases en Colombia. ¿Piensan,
ingenuamente, que de no ser por el coco uribista Santos sería un paladín de los
pobres y un demócrata de tomo y lomo?
Es
necesario entender el carácter de esta oligarquía, entender el sentido de la
negociación y el hecho de que reposa sobre un equilibrio precario de fuerzas y
no sobre sencillas voluntades, para poder superar el actual momento desde la
lucha popular, mediante hechos concretos, no mediante súplicas a la rancia
oligarquía [5]. Esa es realmente la única esperanza que tiene el sector popular
en la actual coyuntura. Santos no es invencible, pero seguirá siéndolo mientras
sea él quien define el terreno de lucha. Pero así como no debemos sobrevalorar
a Santos, tampoco debemos desestimarlo. Una nota de Anncol plantea que Santos
es un tigre de papel. Quizás así lo sea; pero no podemos dejar la cita de Mao
incompleta. Hay que recordar que aún el tigre de papel tiene colmillos y garras
[6]. Y eso es lo que ha sabido mostrar en estas semanas el "presidente de
la paz”. Hay que demostrar que el viejo topo [7]también tiene sus garras.
Notas:
[3]
Marco Palacios, "Violencia Pública en Colombia”, Bogotá, FCE, 2012, p.74.
[7]
Alusión de Marx al movimiento revolucionario, que socava las bases del
capitalismo de manera subterránea y paciente. Este término es utilizado en
"El 18 Brumario de Luis Bonaparte”.
Fuente: lapluma.net
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