30 septiembre 2015, Rebelión
http://www.rebelion.org (México)
A Jorge Risquet Valdés, combatiente
revolucionario recientemente fallecido y, obviamente, al pueblo cubano
El 7 de diciembre es una fecha que
nunca pasará desapercibida para el pueblo de Cuba. Ese mismo día, pero de 1896,
cayó combatiendo en San Pedro, Punta Brava, el Lugarteniente General del
Ejército Libertador Antonio Maceo Grajales y su ayudante, el capitán Panchito Gómez Toro, hijo del General mambí
Máximo Gómez. Treinta y ocho años después y en la misma ciudad que el Titán de
Bronce —Santiago de Cuba— nacía Frank Isaac País García, destacado luchador clandestino contra la tiranía batistiana. Y el 7 de
diciembre de 1989, hace ya casi veintiséis años y 119 después del primer hecho
aludido en este escrito, culminó en toda Cuba la Operación Tributo.
Ésta operación consistió en el
traslado a la Isla de los restos mortales de más de 2.000 internacionalistas
cubanos caídos en misiones en África. En medio de una gran conmoción, los
combatientes repatriados fueron inhumados en los Panteones de los Caídos,
acondicionados para la ocasión en cada uno de los 169 municipios del país —a
cada uno en su lugar de origen, aunque el acto central fue celebrado en el
Cacahual, lugar donde descansan los restos de Maceo y Gómez Toro—. Previamente,
en el cementerio de la Misión Cubana en Angola, los especialistas del Instituto
de Medicina Legal habían hecho un extraordinario y exhaustivo trabajo de
identificación y preparación de los cadáveres.
Pero, como no podía ser de otra
manera, tan magna y emotiva jornada tuvo sus antecedentes que, por su enorme y
positiva trascendencia, así como por el descarado empeño por parte del imperio
en ocultarlos y tergiversarlos, bien vale la pena recordar.
La Revolución Cubana no sólo se
consagró a su propia defensa —ahí tenemos el caso de Playa Larga y Playa Girón,
donde en abril de 1961 y en sólo 66 horas, el Ejército Rebelde y las Milicias liquidaron
la invasión mercenaria apoyada y financiada por el gobierno de los Estados
Unidos—, también se dedicó a prestar ayuda —siempre altruista— a infinidad de
causas justas en numerosos países de África y de América Latina.
Por la República Popular de Angola,
en el transcurso de los casi dieciséis años que duró la “Operación Carlota” [1],
llegaron a pasar 377.033 combatientes
cubanos. Esta nación, presidida entonces
por el dirigente del Movimiento Popular para la Liberación de Angola —MPLA—,
Agostinho Neto, solicitó la ayuda cubana para defender su soberanía frente a la
agresión sudafricana. Agresión invasora que estaba apoyada por la
contrarrevolución interna y la ayuda espiritual y material de Estados Unidos.
Los yanquis —siempre tan deshumanizados— suministraron, a través de Sudáfrica,
infinidad de armamento a la Unión Nacional para la Independencia Total de
Angola —UNITA—, organización liderada por Jonas Savimbi que arrasaba aldeas
enteras y asesinó a cientos de miles de civiles, incluyendo mujeres y niños. El
Frente Nacional para la Liberación de Angola —FNLA—, cuyo mercenario dirigente
era Holden Roberto, también recibió ayuda norteamericana y actuaba de idéntica
manera.
Estados Unidos sabía perfectamente,
además, puesto que ellos las suministraron a través de Israel, que el régimen
fascista y racista de Sudáfrica contaba con la posesión de siete armas
nucleares similares a las que ellos lanzaron sobre Hiroshima y Nagasaki. Con la
esperanza, quizá, de que hicieran uso de ellas contra las tropas cubano-angolanas,
el imperialista gobierno no dijo nada.
No está de más recordar que, con
esta misión internacionalista, Cuba contribuyó de manera decisiva a rechazar
las embestidas bélicas del enemigo externo, a que la ONU aprobara —mediante la
aplicación de la resolución 435— la independencia de Namibia —última colonia
del África negra— por la que tanto luchó la Organización del Pueblo de África
Sudoccidental —SWAPO—, a la liberación de Zimbabwe… y a que se derrumbase el
Apartheid en Sudáfrica y se “rompieran” los cerrojos que mantuvieron
encarcelados por más de un cuarto de siglo a Nelson Mandela y a otros compañeros del Congreso Nacional Africano —ANC.
El compañero Fidel definió muy bien el carácter desinteresado de la intervención cubana,
diciendo que, una vez cumplida la misión que les llevó a tierras tan lejanas,
las fuerzas internacionalistas se retiraron sin llevarse otra cosa del África
que los restos de sus compañeras y compañeros caídos —2.085 cumpliendo misiones
militares y otros 204 en tareas civiles—; mientras que los principales países
capitalistas tenían importantes inversiones e intercambiaban miles de millones
de dólares cada año comerciando con el régimen racista.
El 10 de enero de 1989, cuando en
gesto de buena voluntad Cuba adelantaba el regreso de 3.000 combatientes —antes
de la fecha acordada con las Naciones Unidas, el primero de abril de 1989—, un
hervidero de niños, mujeres y hombres salieron a las calles con emocionado
semblante —y abundantes lágrimas— para despedirles y agradecerles la ayuda
prestada.
Y no solo en cuestiones militares
Cuba echó una mano muy importante al pueblo angolano. Paralelamente, entre 1976
y 1991, 42.510 colaboradores civiles cumplieron misiones en este país africano.
Entre ellos se encontraban trabajadores de la salud pública —médicos,
estomatólogos, enfermeros, farmacéuticos, técnicos de laboratorio,
especialistas en reparaciones de equipos e instrumental médico…—, que prestaron
sus valiosos servicios en los más remotos rincones del país; realizando campañas
de vacunación, de higienización, de educación para la salud… y erradicaron
brotes de epidemias como el cólera, por ejemplo.
Por su parte, los trabajadores de la
enseñanza impartieron clases de primaria en cientos de escuelas, además de que
numerosos profesores también se dedicaron a la enseñanza de otros niveles,
incluido el universitario. Mientras esto sucedía en Angola, en Cuba se
graduaron cerca de 8.000 angolanos en los niveles medio y superiores.
En cuanto al sector de la
construcción se refiere, uno de los más numerosos de la colaboración cubana,
sus trabajadores construyeron buena cantidad de puentes para el
restablecimiento de las vías de comunicación terrestre, así como viviendas,
escuelas, fábricas de cemento, etc.
Además de estos, la colaboración
civil también abarcó otros sectores como el forestal, la agricultura, la pesca,
la marina mercante, el transporte, la energía, el deporte…
No olvidemos tampoco que estas
misiones fueron realizadas bajo las difíciles condiciones de un país en guerra.
En la ciudad de Huambo, la UNITA llegó a colocar un coche-bomba frente al
céntrico edificio donde se albergaban cientos de cooperantes. Quince obreros de la construcción
perdieron la vida a resultas de la explosión. En respuesta, 200.000 trabajadores del mismo gremio, en Cuba, llenaron
planillas inscribiéndose para sustituir a sus hermanos caídos.
El 11 de enero de 1989, cuando el
general de ejército Raúl Castro recibió al primer grupo de combatientes que
regresaba a Cuba, dijo que “hijos de esas tradiciones son también los
trabajadores civiles, entre ellos médicos, constructores y maestros, que por
decenas de miles han trabajado abnegadamente en aras del bienestar y la
felicidad del pueblo angolano y no pocas veces se tornaron soldados y empuñaron
resuelta y heroicamente las armas”.
Y era verdad. Como los miembros de
las fuerzas armadas no podían estar en todas partes, bajo la dirección del
Comando Unificado de Defensa Popular que se creó, los cooperantes civiles
estaban entrenados y equipados con armamento de infantería.
En la ciudad de Sumbe, por ejemplo,
cuando sus pacíficos habitantes disfrutaban de las tradicionales fiestas
carnavalescas, 230 cooperantes cubanos, de los cuales 43 eran mujeres, se
vieron en la necesidad de empuñar las armas. Junto a sus compañeros angolanos
—entre ambas nacionalidades sumaban 460 efectivos—, hicieron frente y
repelieron la agresión de la UNITA que trataba de secuestrar a los propios
cooperantes, finalmente retirándose sin conseguirlo. Siete cubanos cayeron como
consecuencia de la heroica defensa.
Volviendo a la participación
estrictamente bélica, decir que importantes fueron las batallas de Quifangondo
y Cabinda. El líder y mercenario del FNLA, Holden Roberto, había anunciado que
tomaría Luanda — en poder del MPLA — el 10 de noviembre de 1975, víspera de la
fecha acordada para proclamar la independencia de Angola.
Para esa anunciada toma Roberto
contaba con 2.000 angolanos de su sanguinario ejército, así como con 1.200
soldados zairenses — por aquel entonces, la actual República Democrática del
Congo se llamaba Zaire — suministrados por Mobutu — principal aliado del FNLA y
también de Estados Unidos —, unos 120 mercenarios portugueses y unos cuantos
asesores sudafricanos y estadounidenses. Pero en la citada fecha, a trece
millas al norte de la capital, en Quifangondo, una fuerza numéricamente
inferior de guerrilleros del MPLA respaldados por artilleros cubanos, puso en
fuga a los atacantes.
En Cabinda sucedió algo parecido. El
8 de noviembre, los mercenarios, las tropas de Mobutu —quien buscaba anexionar
Cabinda a Zaire — y el Frente para la Liberación del Enclave de Cabinda —FLEC —
lanzaron un ataque.
Defendido el enclave por alrededor
de 1000 miembros de las Fuerzas Armadas Populares para la Liberación de Angola
— FAPLA, transformación de las fuerzas guerrilleras del MPLA en ejército
regular — y 232 cubanos, en las primeras horas del 12 de noviembre, ya con
Quifangondo asegurado y declarada la independencia, los defensores pasaron a la
ofensiva y en pocas horas, zairenses, mercenarios y soldados del FLEC se
retiraron totalmente desorganizados por la frontera de Zaire.
Conseguida por fin su independencia,
Angola fue admitida en la Organización de la Unidad Africana — OUA — como su
Estado miembro número veintisiete, abandonando los sudafricanos sus últimas
posiciones en el sur de Angola el 27 de marzo del año siguiente.
Tres días después, el Consejo de
Seguridad de las Naciones Unidas condenó la agresión de Sudáfrica a la
República Popular de Angola. Con esta situación tan favorable, el gobierno de
Agostinho Neto y Cuba acordaron disminuir el personal militar cubano durante
los años 1976, 1977 y 1978 hasta retirar todas las tropas y dejar sólo a los
instructores.
Sin embargo, diversos
acontecimientos acaecidos cuando ya se estaba cumpliendo el plan de retirada — un
tercio de los 36.000 efectivos que operaban en aquel momento ya habían
regresado a Cuba — obligó a detenerlo.
A principios de marzo de 1977, sin
el consentimiento del presidente Neto y atravesando la frontera Este con Zaire,
fuerzas del Frente de Liberación Nacional Congolés — FNLC — se introdujeron en
Zaire en guerra abierta contra el tiránico régimen de Mobutu. Esta incursión,
conocida como “la primera guerra de Shaba”, se detuvo a finales de mayo con la
derrota de los katangueses, que por ese nombre se les conocía a los
guerrilleros de FNLC, retornando estos a territorio angolano de manera
precipitada. A esta derrota katanguesa contribuyeron de manera importante los
1.500 soldados marroquíes transportados por Francia que acudieron en ayuda de
Mobutu.
Fueron tres meses de gran tensión
para los cubanos y angolanos, temiendo que la incursión de los katangueses
fuera respondida con un ataque de Zaire a la República Popular de Angola.
Por otra parte — y esto ya fue un
problema interno — el 27 de marzo, una plataforma ultraizquierdista que
perseguía el objetivo de conquistar el poder, atacó el Palacio Presidencial,
tomó la sede de Radio Nacional de Angola, ocupó la cárcel de San Paulo y
provocó el levantamiento de la Novena Brigada de Infantería de las FAPLA en la
capital.
Por orden de Neto, el Batallón
Presidencial, al cual asesoraban varias decenas de cubanos, rechazó el asalto
al Palacio y recuperó la emisora de radio.
Entendiendo los jefes de la rebelión
que la respuesta dada a sus ataques era eficaz y contundente, abandonaron sus
posiciones llevándose de rehenes a dirigentes del MPLA y de las FAPLA, a
quienes cruelmente asesinaron.
En cuanto a los racistas
sudafricanos, no resignados con su expulsión del territorio angolano, se
dedicaron durante los dos primeros años a violar el espacio aéreo de la RPA y a
realizar incursiones terrestres con el pretexto de perseguir a los combatientes
de la SWAPO.
Así, por ejemplo, el 4 de mayo de
1978, como a las siete de la mañana, más o menos, aviones de la Fuerza Aérea
Sudafricana iniciaron un criminal bombardeo contra el campamento de refugiados
namibios de Cassinga, ubicado a unos 250 kilómetros de la frontera. El
resultado del sangriento ataque fue de 600 refugiados muertos y 350 heridos
graves; la mayoría de ellos ancianos, mujeres y niños.
Bajo el intenso ataque aéreo y con
infinidad de minas colocadas por el enemigo en todo el trayecto, las fuerzas
cubanas acantonadas en Chamutete, a quince kilómetros al sur de Cassinga,
lograron aproximarse al campamento. Este avance, realizado en combate desigual
por los internacionalistas, puso en fuga a las tropas sudafricanas. La
intervención de los cubanos, sin embargo, no resultó gratuita: dieciséis de
ellos perdieron la vida y 76 resultaron heridos.
Poco después, niños y niñas
sobrevivientes de este masivo asesinato y otros muchachos que habitaban en el
sur de Angola, fueron llevados a Cuba, fundándose con ellos la primera escuela
de la SWAPO en la Isla de la Juventud — curiosamente, una de ellas llegó a ser
embajadora de Namibia en Cuba.
Este nefasto acontecimiento puso de
manifiesto que Sudáfrica, junto a la UNITA del sanguinario Savimbi y por
supuesto que con la condicional y miserable ayuda de Estados Unidos, volvía a
la ofensiva para tratar de conseguir sus perversos propósitos.
Sobra decir que el cambio tan
adverso y repentino provocó la anulación del plan de retirada que ya se estaba
produciendo, llegándose a aumentar incluso el número de internacionalistas en
territorio angolano a partir de los citados acontecimientos.
Y creo que no debería finalizar esta
breve reseña bélica sin nombrar a Cuito Cuanavale, antigua base aérea de la
OTAN, donde entre enero y marzo de 1988 se desarrollaron los combates decisivos
para lograr la victoria sobre la coalición África del Sur-UNITA. Esta victoria
militar repercutió favorablemente en el proceso de negociaciones comenzado a
mediados de 1987. En el plano militar las fuerzas cubano-angolanas fueron muy
superiores, sobre todo tras los citados combates de Cuito Cuanavale, donde se
contó con la ayuda de destacamentos namíbios. Por eso mismo — y no por buena
gente — los enemigos de la República Popular de Angola acabaron firmando lo que
no deseaban. Viéndose militarmente perdidos, y tragándose la habitual
prepotencia que les caracteriza, no les quedó otra alternativa que hacerlo.
Los acuerdos de Paz para el Suroeste
de África fueron firmados por Sudáfrica, Angola y Cuba en la sede de la ONU, en
diciembre de 1988. Estados Unidos participó como mediador, aunque, en realidad,
por ser un aliado del régimen del apartheid, les correspondía sentarse junto a
los sudafricanos.
“El jefe de los negociadores
norteamericanos, subsecretario de Estado Chester Crocker, durante años se opuso
a que Cuba participara […] En un libro de su autoría sobre el tema fue realista
cuando, refiriéndose a la entrada en la sala de reunión de los representantes
de Cuba, escribió: ‘la negociación estaba a punto de cambiar para siempre’.
El personero de la administración
Reagan sabía bien que con Cuba en la mesa de negociaciones no prosperarían la
burda maniobra, el chantaje, la intimidación ni la mentira”— el entrecomillado
es de Fidel.
Y ya que hablamos de África, voy a
extenderme un poco más. La primera intervención de Cuba en este castigado y
explotado continente [2] comenzó con el viaje de Jorge Ricardo Masetti [3]
a Túnez. Enviado por Cuba en octubre de 1961, con un mensaje que ofrecía ayuda
al Frente de Liberación Nacional de Argelia, éste mensajero se reunió con los
líderes rebeldes que luchaban por la independencia de Argelia desde 1954. Como
resultado de la reunión se convino que Cuba enviara armas. Efectivamente, en
diciembre del mismo año el barco cubano Bahía de Nipe zarpó de La Habana con
abundantes armas para desembarcarlas en Casablanca. Desde esta ciudad marroquí,
en enero de 1962 fueron transportadas al campamento del FLN próximo a Oujda,
cerca de la frontera argelina.
De regreso a La Habana, el Bahía de
Nipe levó anclas con 78 guerrilleros heridos y veinte niños de campamentos de
refugiados, huérfanos en su mayoría.
Pocos meses más tarde, el 3 de julio
de 1962, Argelia consiguió su independencia de Francia.
Después, ya como primer ministro de
Argelia y aprovechando su estancia en Nueva York para asistir a la ceremonia de
admisión de su país en las Naciones Unidas, Ahmed Ben Bella viajó a Cuba. Esta visita se realizó el 16 de octubre de 1962 y llegó
desde Estados Unidos a bordo de un avión cubano, tras entrevistarse con Kennedy
que lo recibió en Washington. Agradeció a Cuba la ayuda prestada y apoyó a la,
por aquel entonces, todavía joven Revolución. Valientes comentarios y valiente
viaje que, como cabía esperar, no agradó ni un ápice al inquilino de la Casa
Blanca. Recordemos que aquellos fueron momentos muy tensos entre Cuba y Estados
Unidos, y que un día después de la mencionada visita se desató la Crisis de
Octubre, la de los famosos misiles.
Y así fue pasando el tiempo. No
mucho después, el 24 de mayo de 1963, llegó a Argelia una misión de médicos
cubanos. A este país magrebí le pasó un poco como a Cuba. De los escasos
médicos que había en su territorio la mayoría eran franceses, y muchos de estos
se fueron a sus lugares de origen recién estrenada la independencia.
No fue muy amplio el personal médico
enviado por el gobierno cubano —45 hombres y diez mujeres— puesto que, como ya
he señalado, tampoco en Cuba por aquellas fechas se contaba con muchos médicos.
Sin embargo, sí creo que deberíamos subrayar cómo un país subdesarrollado
—Cuba— ofreció ayuda totalmente gratuita a otro país —Argelia— con una
situación todavía más complicada en ese sentido que la cubana.
En realidad, si después de hablar de
Angola me he extendido un poco con Argelia lo he hecho porque, precisamente en
este país y en la fecha ya señalada, Cuba inició las misiones
internacionalistas de civiles que ya he comentado hace unas líneas y que nunca
interrumpió, ni siquiera en los peores momentos del período especial. A partir
de la experiencia argelina, estas misiones fueron en rápido aumento
beneficiando de forma totalmente altruista a buena cantidad de países hermanos.
Y si esta fue la primera
colaboración civil de Cuba revolucionaria en el mundo, el primer envío de
personal militar al continente africano fue también con destino a Argelia.
Antes dije que se enviaron armas
para apoyar a los rebeldes en su lucha por la independencia. En esta segunda
ocasión a territorio argelino llegaron armas y combatientes —en total sumaron
686 efectivos.
Durante el verano de 1963, Marruecos
quiso trastocar la frontera con Argelia para apoderarse de las minas de hierro
de Gara Yebilet, algo que las autoridades argelinas lógicamente no permitieron.
No llegando a ningún acuerdo, las armas se erigieron como protagonistas del
conflicto, comenzando, así, la denominada Guerra del Desierto.
Militarmente, Marruecos era superior
a Argelia —contaba con menor número de soldados, pero su ejército estaba mejor
equipado y entrenado—. De modo que Ben Bella solicitó ayuda a Cuba, ayuda que
no se dejó esperar, materializándose en octubre de 1963.
Afortunadamente, los
internacionalistas cubanos no llegaron a combatir. Las autoridades marroquíes,
enteradas del desembarco en Orán de tropas y armamento cubano, sobrestimaron al
enemigo. Sobrestimación que, sumada a la falta de ayuda esperada por parte de
sus amigos occidentales, acabó apendejándoles un poco, si no bastante.
Bajo esas condiciones, el 29 de
octubre, Ben Bella y Hassan II se reunieron en Mali y al día siguiente firmaron
el alto el fuego que propició el regreso, en febrero de 1964, a la situación
anterior a las hostilidades.
Y ya, para alejarnos definitivamente
de Argelia, recordar que Ahmed Ben Bella fue derrocado el 19 de junio de 1965
mediante un golpe de Estado. De todos modos, como ya sabemos, aquí empezó, pero
no acabó la epopeya de Cuba en África.
En la madrugada del 24 de abril de
1965, tras cruzar el lago Tanganica desde Tanzania, el Che llegó al Congo —ex
colonia belga que en octubre de 1971 pasó a llamarse Zaire y desde mayo de 1997
República Democrática del Congo— al frente de una columna de guerrilleros
cubanos.
En diciembre de 1964, Ernesto
Guevara inició un viaje que durante tres meses le llevó a ocho países africanos
y a China. Durante ese período se reunió con varios dirigentes de movimientos
de liberación para ver cómo Cuba podía ayudarlos.
En nombre del gobierno cubano, el
Che ofreció a Laurent Kabila y a Gastón Soumialot —líderes de los Simbas—
instructores cubanos y armas. Ayuda que de buen grado aceptaron los rebeldes.
Lo que estos dirigentes nunca
imaginaron fue que, poco tiempo después, el propio Che llegaría al frente de
los instructores; acontecimiento que no les agradó demasiado por miedo, según
ellos, a que el conocimiento de su presencia provocara un “escándalo
internacional”.
Las intenciones de los
internacionalistas cubanos eran buenas, pero este país no estaba preparado para
una revolución.
Aliados con los cómplices del
asesinato de Patricio Lumumba —Mobutu y Tshombe—, Estados Unidos, máximo
responsable del citado asesinato, estaba metido hasta las cejas en toda esta
contienda; solo que, como casi siempre, lo hacía de manera encubierta. En un
momento en que los Simbas avanzaron poniendo en peligro sus imperiales
intereses, los norteamericanos no dudaron en contratar a exiliados cubanos que
residían en Miami para pilotar aviones belgas y bombardear a los rebeldes.
También contrataron a más de 1.000 mercenarios —estos en su mayoría
sudafricanos blancos que arrasaban y saqueaban aldeas enteras asesinando a sus
indefensos pobladores— para apoyar al ineficaz ejército congolés contra la
guerrilla.
Cuando los cubanos llegaron, la
situación que encontraron era poco esperanzadora. Los mercenarios pagados por
Estados Unidos ya habían aplastado la rebelión, pero esto era lo de menos. El
mayor problema residía en que la mayoría de los Simbas no querían combatir ni
recibir entrenamiento —ellos eran pésimos guerrilleros— de los instructores
recién llegados; sus jefes pretendían dirigir sin poner un solo pie en el país
de la contienda —el Che sólo pudo ver al escurridizo Kabila en una ocasión, y a
los internacionalistas cubanos este comportamiento les llamó negativamente la
atención, puesto que sus jefes en la Guerra de Liberación contra Batista nunca
abandonaron el campo de batalla—. Además, a los combatientes internacionalistas
—incluido al Che— nunca les dejaron llevar a la práctica los planes que ellos
tenían para reconducir la lucha, lucha que finalmente los rebeldes decidieron
dar por finalizada, invitando a los cubanos a que se marcharan.
Ante estas caóticas condiciones poco
o nada podía hacerse, así que, tras siete meses de intentos baldíos, los
internacionalistas abandonaron el Congo cruzando de nuevo el lago Tanganica,
esta vez en sentido contrario.
La incomprensión de los que allí
dirigían la lucha fue probablemente la causa fundamental de que los objetivos
de la misión no prosperaran. De todos modos, el ejemplo del Che y sus
compañeros no fue vano, pues sirvió para que cientos de miles de cubanos lo
imitaran y ayudaran a independizar a otros países del sufrido y explotado
continente africano.
Y si la columna del Che llegó al
Congo ex belga en abril, en agosto del mismo año otra columna lo hizo al Congo
ex francés. Dirigida por Jorge Risquet Valdés, esta columna tenía la misión de entrenar y asistir a los rebeldes del
Movimiento Popular para la Liberación de Angola —MPLA—, que tenían su cuartel
general allá, en Brazzaville, crear una milicia para defender al Congo ex
francés de la agresión del Congo ex belga, preservar al gobierno de un posible
golpe de Estado… y unirse, tan pronto como se presentara la ocasión, a la
columna del Che para reforzarla.
Pero el gobierno de Massamba-Débat
decepcionó bastante a los internacionalistas cubanos. No era un gobierno de
revolucionarios firmes. Entendiendo que su presencia no iba a contribuir a
extender la revolución por el África austral, menos de dos años después, tras
armar y entrenar a cientos de rebeldes angolanos, decidieron marcharse.
Cuba también cuenta con la
experiencia de Guinea-Bissau, donde en 1966 instructores militares y médicos
cubanos se unieron a los rebeldes del Partido para la Independencia de Guinea y
Cabo Verde —PAIGC— que, liderados por Amílcar Cabral, combatían contra el
colonialismo portugués; y allá permanecieron hasta el final de la guerra en
1974. Exceptuando la de Angola, esta fue la intervención cubana más larga en
África.
Derrotados los portugueses, Cuba
entrenó al nuevo ejército, aportó casi la mitad de los médicos en ese trocito
de África y fundó la Escuela de Medicina.
Otro país africano que igualmente
recibió ayuda cubana fue Etiopía. Recurro a las palabras de Miguel A.
D’Estéfano Pisani: “El 11 de septiembre de 1974 fue destronado el imperio de
Haile Selassie I, cuyo título completo era ‘Conquistador de la Tribu de Judá,
Elegido de Dios y Rey de los Reyes de Etiopía’. Bajo el imperio, el 20 por
ciento de la tierra laborable pertenecía a la Iglesia Copta, el 40 por ciento
pertenecía a la familia imperial, y el 40 por ciento restante a feudales y
autócratas.
En julio de 1977, Etiopía informó a
la Asamblea General de la ONU que mientras estaba desarrollando un esfuerzo
máximo para emanciparse de la esclavitud, la opresión y la explotación del
régimen feudal, el 23 de ese mes Somalia había emprendido una guerra de
agresión. En octubre se estaba desarrollando una lucha muy violenta en
territorio etíope, y en enero de 1978 los somalos atacaron la zona etíope de
Harar, pero las tropas etíopes, apoyadas por los primeros combatientes
internacionalistas cubanos, defienden la zona y rechazan a la fuerza atacante
en los accesos a la ciudad. El 8 de marzo, una columna blindada cubana, que
avanzó unos doscientos kilómetros en menos de tres días, tomó Dagahabur; así,
las posiciones decisivas del territorio etíope de Ogaden habían sido liberadas
y las tropas somalas se retiraron hacia sus fronteras. El 12 de marzo, se
liberó la totalidad del territorio etíope ocupado por Somalia.
De haber tenido éxito el plan somalo
de ocupar una gran parte del territorio etíope, tal precedente hubiera sido
funesto para toda África, cuyos Estados han aceptado el principio de la
intangibilidad de sus fronteras”.
En la Operación Baraguá, que así se
llamó la misión cubana en Etiopía, participaron 16.000 internacionalistas
cubanos, y registró el mayor envío de tropas si exceptuamos a las que
combatieron en Angola.
Otros países africanos, como Zambia,
Zimbabwe, Mozambique… también contaron con la ayuda de Cuba.
“En estos más de veintiséis años no
hubo un solo día en que los combatientes cubanos dejaran de empuñar el fusil en
África. A veces fueron solo unas decenas, en algún destacamento guerrillero en
la selva. A mediados de 1988, fueron más de 50.000.
Es así, de conjunto, a lo largo de
todo un período, como hay que analizar la epopeya cubana en África” — el
entrecomillado es de Jorge Risquet Valdés.
Y por supuesto que, en todos esos
años, la ayuda a los focos guerrilleros de Latinoamérica tampoco quedó
descuidada.
Incluso, Cuba ofreció voluntarios
para combatir en Vietnam contra el imperialismo yanqui, pero, salvo a unos
pocos militares que ayudaron en la formación de cuadros, los vietnamitas sólo
aceptaron a civiles, entre ellos a numerosos médicos.
Con la participación directa de
constructores y técnicos cubanos se transformó el legendario Camino Ho Chi
Minh, formado por miles de trillos que atravesaban selvas de Vietnam, Laos y
Cambodia, para transportar los tanques y cañones que se utilizaron en la
ofensiva general que culminó en la liberación de Saigón y la completa derrota
de la agresión yanqui. A esta derrota también contribuyeron, de manera
decisiva, las movilizaciones del pueblo norteamericano en contra de la
agresión, así como las de otros muchos pueblos del mundo.
El 19 de julio de 1966, como
consecuencia de un bombardeo estadounidense, cerca de Hanoi murieron al menos
cuatro cubanos.
Otra región del mundo, donde los
internacionalistas cubanos también prestaron su ayuda, fue Oriente Medio. A
petición de Hafez al-Assad, presidente sirio por aquel entonces, casi 1.000
compatriotas acudieron a la llamada. Israel había agredido nuevamente a Siria,
y, desde noviembre de 1973 hasta mayo de 1974, ambos países se enzarzaron en
una guerra de desgaste en los Altos del Golán —montañas del suroeste de Siria—
que, desde la Guerra de los Seis Días —1967—, permanecen ocupados por Israel.
Se trata de 1.200 km2 de gran importancia estratégica, siendo
además una importante fuente de agua, tan escasa en buena parte del desértico
territorio.
Los combatientes cubanos entablaron
duelos de artillería contra los israelíes, hasta que el 31 de marzo de 1974,
estos últimos y los sirios, convinieron dar por finalizadas las actividades
bélicas; regresando los internacionalistas a la Isla en febrero de 1975.
Pudiera parecer, por todo lo dicho,
que la Revolución Cubana es acérrima defensora del militarismo; nada más
incierto, sin embargo. El pueblo cubano, siempre pacífico, sólo se involucró en
guerras que lamentablemente, al decir de Martí, fueron necesarias. Ojalá su
ejército y todos los del mundo pueda ser disuelto un día no lejano. Sería muy
buen síntoma y para la humanidad un logro maravilloso, pero, hoy por hoy, la
estupidez, la soberbia y la codicia humana lo convierte en enorme deseo y en
meta más que imposible.
“Algún día [sin embargo] llegará en
que estas armas, llevadas a una fundición, las veremos convertidas en machetes,
arados, tractores y piezas pacíficas de la construcción del pueblo” — el
entrecomillado es de Raúl Castro.
Personalmente soy pacifista — la
Revolución Cubana también —, pero no a ultranza, porque, aunque la violencia
comoquiera que sea siempre es indeseable, hoy todavía distingo entre los
disparos de un ejército imperialista y los disparos de un ejército que defiende
la soberanía de su pueblo. Las Fuerzas Armadas Revolucionarias, como dijo
Camilo Cienfuegos, no son otra cosa que “el pueblo uniformado”.
Conviene recordar que las
mencionadas misiones internacionalistas — tanto las civiles como las militares —
fueron llevadas a cabo por voluntarios. Jamás se le obligó a nadie a
cumplirlas. Es más, hubo muchísima gente que, queriendo participar en ellas,
tuvo que quedarse a regañadientes en Cuba; tanto era el ofrecimiento por parte
de la población que, lógicamente, a todos no se les podía llevar.
Además, como ya he comentado, la
presencia militar cubana en África siempre estuvo acompañada por un masivo
programa de asistencia técnica. Fundamentalmente compuesta por médicos,
educadores y constructores, decenas de miles de cubanos y cubanas trabajaron de
manera totalmente desinteresada no solo en Angola sino también en otros países
como Cabo Verde, Guinea, Guinea-Bissau, Mozambique, Benin, Sao Tomé y Príncipe,
Etiopía, Tanzania, Congo… En Tindouf, al suroeste de Argelia, médicos de la
Isla cuidaron a miles de refugiados que habían huido del Sahara Occidental,
ocupado por tropas marroquíes.
En todo ese tiempo y con becas
totalmente pagadas por el gobierno cubano, miles de africanos estudiaron en
Cuba — en 1988 la cifra había ascendido a algo más de 18.000 estudiantes, sin
contar los pertenecientes a países de otros continentes.
Este altruista comportamiento
contrasta bastante con el de los ejércitos capitalistas e imperialistas. A los
norteamericanos, por ejemplo, no les ha queda otro remedio que contratar a
numerosa cantidad de mercenarios — cuya sangrienta participación en ciertos
conflictos de sobra se conoce —, teniendo que pagar elevadísimas cifras a sus
soldados, también, para mantenerlos incentivados en su destructivo trabajo; lo
cual, más que en combatientes al servicio de su patria y del resto del mundo,
les convierte igualmente en mercenarios. Muchos de estos soldados, además, ni
siquiera son norteamericanos. De origen sobre todo latino y africano, solamente
poseen el permiso de residencia y aceptan ser carne de cañón ante la promesa
hecha por parte de las autoridades norteamericanas de concederles la
nacionalidad al final de sus “servicios” — si es que llegan vivos, claro, a la
conclusión de los mismos.
Para ilustrar y certificar la ayuda
prestada por Cuba a África, podríamos recurrir a las palabras que Nelson
Mandela pronunció durante su visita a Cuba en julio de 1991. Estas
declaraciones, que por supuesto provocaron férrea censura en Estados Unidos,
decían lo siguiente: “Venimos aquí con el sentimiento de la gran deuda que
hemos contraído con el pueblo de Cuba. ¿Qué otro país tiene una historia de
mayor altruismo que la que Cuba puso de manifiesto en sus relaciones con
África? […]
Nosotros en África estamos acostumbrados
a ser víctimas de otros países que quieren desgajar nuestro territorio o
subvertir nuestra soberanía. En la historia africana no existe otro caso de un
pueblo que se haya alzado en defensa de los nuestros”.
Incluso antes del triunfo
revolucionario, en Cuba también hubo grandes inquietudes solidarias con las
causas justas. Muchos cubanos participaron en las luchas independentistas de
tierras americanas. Un compañero querido y caído en misión internacionalista
fue Pablo de la Torriente Brau, que murió el 19 de diciembre de 1936, en el
cerro de Majadahonda, combatiendo contra el fascismo en la Guerra Civil
española. Para participar en aquella guerra, más de 1.000 cubanos cruzaron el
Atlántico y se sumaron a las filas de la República.
El propio Fidel fue uno de los
cientos de voluntarios cubanos que, en 1947, se ofrecieron para luchar por la
liberación de la República Dominicana de la dictadura de Trujillo.
Pero, ¡ojo!, no se debe confundir
internacionalismo con intervencionismo, que son dos cosas muy diferentes.
Por otra parte, en las guerras de
liberación acontecidas en la Isla, también los cubanos recibieron la ayuda de
muchos compañeros de otras nacionalidades. Caso destacado fue el del dominicano
Máximo Gómez, cuya participación en la Guerra de los Diez Años (1868-1878) y en
la de Independencia (1895-1898) fue muy importante; o la del norteamericano
Henry Reeve, conocido como “El Inglesito”; el puertorriqueño Juan Rius Rivera;
el polaco Carlos Roloff… Y si nos acercamos a la última Guerra de Liberación,
la comandada por Fidel entre 1956 y 1959, el compañero que más trascendencia
tuvo, sin duda, fue el Guerrillero Heroico: el argentino Ernesto Che Guevara.
Y concluyo este trabajo siendo
consciente de que me he dejado muchas cosas sin contar, porque ¿cómo van a
caber tantos años de admirables experiencias en unas pocas líneas?
Pasado el tiempo, los
internacionalistas cubanos cambiaron el fusil por la bata blanca — aunque, a
decir verdad, en todos esos años nunca dejaron de ejercer la medicina fuera de
la Isla —. Cuando se cumplen veinticinco años de la Operación Tributo, miles de
galenos y personal perteneciente a otros sectores de la patria de Martí, siguen
trabajando en los más recónditos lugares de decenas de países del Tercer Mundo.
Y es que el internacionalismo cubano siempre ha sido una práctica continua y
generosa, nunca un ejercicio interesado con fecha de caducidad.
El compañero Fidel expresó que “ser
internacionalista es saldar nuestra propia deuda con la humanidad”. A lo largo
de más de tres siglos, alrededor de un millón de africanos fueron arrancados de
sus pueblos para, convertidos en esclavos, ser explotados en las plantaciones
de caña y café de la isla de Cuba. Llegado el momento, estos africanos y sus
descendientes nunca dudaron en aportar sangre y sufrimiento a las filas del
Ejército mambí en todas sus guerras por la independencia. De modo que,
agradecido y solidario como es el pueblo de Cuba, a saldar esa deuda seguirá
dedicando no pocos de sus entusiastas esfuerzos.
NOTAS:
[1] El nombre de la operación
fue un homenaje a la enorme cantidad de esclavos que murieron durante las
primeras insurrecciones en Cuba, y se debe a una mujer lucumí de la dotación
del ingenio Triunvirato de Matanzas, que en 1843 encabezó uno de los muchos alzamientos
contra la esclavitud. Carlota ofrendó la vida en el empeño.
[2] A finales de 1898 ya
había concluido la “rebatiña” imperialista por África, y fueron las potencias
colonialistas europeas de la época — Inglaterra, Francia, Alemania, Portugal,
Italia, Bélgica y España — quienes se repartieron su territorio. El único país
que quedó sin colonizar fue Etiopia — Abisinia —. Italia, con apoyo británico,
intentó ocuparlo entre 1895 y 1896, pero no pudo.
[3] Periodista argentino
nacido el 31 de mayo de 1929. A principios de 1958 fue a Cuba para escribir
sobre la lucha del Ejército Rebelde contra Batista. Entrevistó a Fidel y al
Che, y difundió por radio, desde la Sierra Maestra, crónicas y reportajes. En
el transcurso de su estancia junto a los guerrilleros cubanos, Masetti
desarrolló una profunda admiración por la causa, y entabló una buena amistad
con Ernesto Che Guevara. Finalizada la guerra, ya en La Habana, el Guerrillero
Heroico le propuso fundar y dirigir la agencia de prensa cubana Prensa Latina.
Más tarde, a principios de 1961, comenzó a trabajar para el servicio de
inteligencia de Cuba. Masetti fue elegido para liderar el levantamiento
guerrillero en Argentina; viajó a Argelia, donde junto a otros compañeros del
grupo recibió entrenamiento militar. Argelia les facilitó pasaportes
diplomáticos para, pasándose por miembros de una delegación comercial argelina,
volar a Brasil, primero, y después a Bolivia. El foco guerrillero pensaban
iniciarlo en la provincia de Salta, limítrofe con aquel país. Murió en el intento el 8 de
septiembre de 1964.
Blog del autor: https://baragua.wordpress.com
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