Por: León Moraria / Aporrea, 17/07/07
Toda la vida hemos oído a curas y políticos hablar de la pobreza, no así de sus causas ni de los causantes. Hablarle a los pobres de la pobreza es como enseñarle a los peces el agua. ¿Por qué la insistencia en enseñarle a los pobres la pobreza? En eso ha consistido durante siglos el discurso compasivo desde los púlpitos y el discurso demagógico desde los estrados de la política. Discurso para la compasión, jamás para la liberación. Discurso para motivar la conmiseración, “Bienaventurados los pobres” porque ellos serán felices en la explotación y en la miseria. ¡Qué cinismo! Como quien dice, ¡Bienaventurados los torturados! porque se asemejan al Cristo. La tortura es símbolo religioso.
Toda la vida hemos oído a curas y políticos hablar de la pobreza, no así de sus causas ni de los causantes. Hablarle a los pobres de la pobreza es como enseñarle a los peces el agua. ¿Por qué la insistencia en enseñarle a los pobres la pobreza? En eso ha consistido durante siglos el discurso compasivo desde los púlpitos y el discurso demagógico desde los estrados de la política. Discurso para la compasión, jamás para la liberación. Discurso para motivar la conmiseración, “Bienaventurados los pobres” porque ellos serán felices en la explotación y en la miseria. ¡Qué cinismo! Como quien dice, ¡Bienaventurados los torturados! porque se asemejan al Cristo. La tortura es símbolo religioso.
Una cosa es invocar a los pobres y otra convocarlos. Una cosa es conocer la pobreza, vivirla, sentir sus latigazos, sufrir sus inclemencias y otra muy distinta, saber sus causas. Saber y conocer son sinónimos, tienen significado parecido, pero no son idénticos. Sutilezas del lenguaje. El conocer está referido a la expresión física, forma, características externas, praxis, circunstancias. Conocer una fruta, una persona, un libro. No basta conocer, es necesario saber la esencia, el contenido. Conocer una persona es distinguir su fisonomía pero no es saber de sus ideas, aptitudes, comportamiento. Hay que distinguir el simple acto de conocer y el profundo acto de saber. Los pobres ven en las vitrinas de los supermercados carnes, quesos, viandas de todo tipo, las conocen, las distinguen, pero no saben a que saben.
Los cambios revolucionarios comienzan cuando los pobres además de conocer la pobreza –porque la viven- saben sus causas e identifican a los causantes. Cuando toman conciencia de esa realidad se transforman en sujetos de su propia liberación. Esa es la diferencia entre el discurso de los monseñores obispos y el discurso revolucionario. La jerarquía católica no acepta la liberación. Durante dos mil años el catolicismo ha enfrentado las luchas de liberación, vengan de donde vengan. Rebeliones indígenas y de esclavos, rebeliones campesinas en la Edad Media, rebeliones heréticas dentro del mismo catolicismo que fueron condenadas y sus lideres llevados a la hoguera y sus seguidores destruidos por las guerras religiosas (cruzadas), ordenadas por el papado. La actitud de la jerarquía católica en contra de la Revolución Bolivariana y el presidente Chávez es la misma asumida frente a todo movimiento de liberación habido en América Latina en los últimos 250 años. Contra Galán y la Revolución Comunera, contra Bolívar y la Revolución de Independencia, la Revolución Mexicana, Sandinista, Cubana, Jacobo Arbens o Salvador Allende. La jerarquía católica aliada de los imperios (Constantino, Carlomagno o el imperio español), lo es ahora del imperialismo contemporáneo. Entonces, nada de extraño tiene el reciente documento de la Conferencia Episcopal. ¡Es la tradición de dos mil años! Los monseñores creen que los pobres son de su propiedad y no aceptan que se liberen de la sumisión ni de la dominación ni de la explotación del capital ni de la creencia.
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