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octubre 2013, 22 octubre 2013, Rebelión http://www.rebelion.org
(Mexico)
El 3 de
octubre naufragó cerca de Lampedusa (Italia) una frágil embarcación en la que
se encontraban unos 500 inmigrantes que procedían de África, en su mayoría de
Eritrea y Somalia, y que pretendían ingresar en suelo europeo. Luego de varias
horas en ultramar y ante una avería del barco, algunos le prendieron fuego a
una manta para hacerse visibles y llamar la atención de los guardacostas. Esto
originó una conflagración que rápidamente incendió una parte de la barcaza, lo
que llevo a la gente a arremolinarse en el otro costado e hizo naufragar el
rudimentario navío. Algunos se lanzaron a las aguas del océano y otros se
hundieron porque no sabían nadar. El resultado no puede ser más dantesco,
puesto que murieron unas 350 personas, entre hombres, mujeres y niños, en lo
que se constituye en otro crimen del capitalismo internacional, que hace parte
del pobricidio: el genocidio sistemático de los pobres en todo el mundo.
Este hecho no es ningún accidente desgraciado, sino un resultado previsible del
funcionamiento del capitalismo actual, como se ha confirmado días después con
otro naufragio casi en el mismo sitio, que ha dejado 50 muertos.
Migraciones
mortales
En
nuestro tiempo se presenta un notable flujo migratorio desde los países del sur
hacia la Unión Europea y hacia los Estados Unidos. Aunque esta no es la única
corriente migratoria, si es la más conocida, y la que está relacionada en forma
directa con los centros dominantes del capitalismo mundial, donde opera la
principal fuerza expulsora de la gente en todo el mundo. El desplazamiento
masivo de población de los países pobres hacia los que aún se siguen
presentando como prósperos –aunque algunos de ellos ya no lo sean, como España-
se explica, por lo menos, por cuatro razones: Planes de Ajuste Estructural
(PAE) en el sur y el este del mundo; destrucción de las economías campesinas de
subsistencia; implantación de dictaduras criminales al servicio del capitalismo
mundial; y el impacto de las transformaciones climáticas.
Los
Planes de Ajuste Estructural, que se vienen impulsado desde hace más de tres
décadas en África, Asia, América Latina y Europa del Este, han significado la
destrucción de las economías locales, la privatización de los bienes públicos,
la flexibilización laboral, el desempleo y subempleo, el cambio en el rol del
Estado a favor de las grandes empresas transnacionales, la marcantilización de
la educación, la cultura, la salud y todo lo que pueda generar beneficios a los
capitalistas. Como resultado de los PAE se ha incrementado la pobreza y la
desigualdad, así como han disminuido las posibilidades de subsistencia digna
para millones de personas, que se ven obligadas a huir en búsqueda de mejores
horizontes para ellos y sus familias, aunque eso sólo sea cierto para unos
cuantos.
Como un
componente central de los PAE se destruyen las economías campesinas, se
fortalece la agricultura empresarial y los agronegocios, se siembran cultivos
de exportación (palma aceitera, soja, caucho, caña de azúcar…) y se expanden
las grandes propiedades. Esto viene acompañado de una gran dosis de violencia
para expulsar a los campesinos y obligarlos a abandonar sus tierras y
cedérselas a los empresarios. La huida de los pequeños propietarios ante la
destrucción de milenarios medios de vida y subsistencia los conduce a otras
regiones de sus respectivos países y más allá de las fronteras nacionales, como
se observa en el caso de los campesinos mexicanos que tratan de llegar a los
Estados Unidos, o de campesinos africanos que intentan ingresar a la Unión
Europea.
Para
imponer el libre comercio, la privatización, la flexibilización laboral y la
entrega de los bienes públicos y comunes (agua, biodiversidad, bosques, mares,
ríos, recursos minerales, petróleo…) a los países imperialistas y a sus empresas,
la mejor garantía es apoyar a dictadores militares o civiles –eso no importa-
que se encargan de reprimir a sus conciudadanos para propiciar el
funcionamiento del “libre mercado” y permitir que las empresas transnacionales
y sus socios locales roben y expolien a sus países. Todo lo que represente
alguna forma de resistencia y oposición al modelo del libre comercio, es
conjurado mediante la represión y la guerra, como se evidencia en muchos
lugares de Asia, América Latina y África. No por casualidad, la huida de
habitantes de este último continente hacia Europa se ha incrementado en los
últimos años, a raíz de los sucesos de Túnez, Libia y Egipto.
Tienden a
generalizarse a raíz de las drásticas transformaciones climáticas los
refugiados ambientales, un término que designa a los pobres que son azotados
por huracanes, tifones, tornados, terremotos, erosión de los suelos,
destrucción y contaminación de ríos y lagos, fenómenos todos que no tienen nada
de natural, sino que son producidos por los ritmos vertiginosos de producción y
consumo del capitalismo mundial, en especial en los países dominantes. Para dar
un solo ejemplo, en México se registra una emigración de casi medio millón de
campesinos cada año, por la desertificación de sus tierras, algo todavía más
agudo en la región del Sahel en África.
Todos
estos aspectos forman parte del pobricidio que se desenvuelve
diariamente en el mundo, y en el cual mueren millones de personas, sobre todo
en los países periféricos y dependientes. No sorprende que los pobres formen
parte de ese interminable cortejo de cuerpos famélicos y torturados que huyen
del sur del mundo hacia el norte, anhelando encontrar el paraíso, aunque en el
camino muchos encuentren la muerte, como se ha comprobado en las aguas del
Mediterráneo, cerca de Lampeduza.
Cementerios
marinos
La
terrible jornada mortal del 3 de octubre en el Mediterráneo no ha sido la
primera ni será la última, sino que forma parte de un ciclo infernal, que se
prolonga desde hace varias décadas y en el que han muerto miles de africanos
empobrecidos. Según cifras conservadoras desde 1990 hasta 2012 habrían muerto
en el Canal de Sicilia unas 8.000 personas, y de ellas 2.770 solo en el año
2011, en el momento más álgido de la guerra en Libia, cuando miles de sus
habitantes intentaron llegar a las costas italianas. Según la Organización
Internacional de Migraciones (OIM) en las últimas décadas murieron en el
Mediterráneo unas 25 mil personas. El legendario mar se ha convertido en una
tumba gigantesca, en la que termina la vida de miles de africanos que huyen de
la miseria y violencia que los aflige.
Es bueno
recordar el ciclo de su interminable calvario hacia la muerte, o en el mejor de
los casos hacia la cárcel y la discriminación, cuando tienen la suerte de
llegar con vida a los suelos del “paraíso europeo”. Los africanos muertos el 3
de octubre habían partido un año y medio antes y habían hecho un extenso
recorrido, si se recuerda que la distancia entre Eritrea, situada en el Mar
Rojo, e Italia es de unos 3500 kilómetros. Eritrea es un empobrecido país, que
se sitúa en el puesto 181 entre 187 según el Índice de Desarrollo Humano de la
ONU, en el que apenas queda agua. Sus habitantes escogen a Italia como destino,
porque este país los colonizó a finales del siglo XIX y algunos de ellos hablan
italiano.
Su
recorrido ejemplifica la tragedia de los migrantes: luego de pagar entre 400 y
2.000 euros a las mafias de traficantes de personas fueron metidos en camiones
que atravesaron Sudán y Libia por vía desértica. Ese trayecto duró varias
semanas y cuando llegaron a Libia tuvieron que esperar más de un año para
partir a Italia. Durante ese tiempo trabajaron como peones para conseguir los
últimos euros con los cuales pagan su travesía hacia Europa. Del puerto libio
de Misrata partió el desvencijado barco repleto de migrantes, uno junto al otro
compartiendo un estrecho espacio, como en la época de la esclavitud, y a los
pocos días naufragó y se hundió 40 metros bajo el mar, y con él la carga humana
convertida en una vil mercancía.
Esta no
es una muerte accidental, sino un crimen que se suma al interminable prontuario
del capitalismo, en el que son tan responsables los organismos financieros y
los países imperialistas y la Unión Europea que han impuesto los Planes de
Ajuste Estructural, como las empresas multinacionales y los traficantes de
seres humanos, todos los cuales forman una enorme cadena que se lucra con la
pobreza de la gente.
Hipocresía
a granel
Como
suele suceder siempre que se presentan estos crímenes nadie es culpable y el
asunto se presenta como un accidente, casi de tipo natural, y durante unas
cuantas horas los políticos y burócratas dejan caer algunas lágrimas de
cocodrilo. Esto también aconteció en esta oportunidad, pues los mandamases de
Italia, de la Unión Europa y de la ONU hablaron de la tragedia de los
migrantes, pero eso sí sin cuestionar las políticas migratorias imperantes en
ese continente desde hace varios años, que se sustentan en la criminalización y
racismo y tiene como pilar central el control de las fronteras.
Para los
diferentes gobiernos de la Unión Europea, empezando por Francia y Alemania, la
migración no es una consecuencia de sus políticas en el mundo periférico, y por
lo tanto no deben modificarse ni impulsar transformaciones que permitan mejorar
las condiciones de vida de las regiones donde se origina la fuga de población.
En contravía, esos países fomentan una política puramente represiva de control
de las fronteras y persecución de los migrantes y por lo mismo, en muchas
ocasiones, dejan morir en el mar a los africanos, sin brindarles ninguna ayuda.
Como un ejemplo, puede recordarse que en marzo de 2012 varios gobiernos de la
Unión Europea dejaron a un barco a la deriva durante dos semanas en el
Mediterráneo, sin proporcionarle ningún tipo de socorro. En esa ocasión solo
sobrevivieron 9 de los 72 migrantes, que también procedían de África.
Esos
políticos suelen echarle la culpa de la migración a las redes de traficantes,
lo cual es el resultado y no la causa de las oleadas migratorias, puesto que
los brutales controles fronterizos que se ejercen en Europa son los que
fomentan el tráfico de personas y la esclavitud por deudas. Esos mismos
políticos son los responsables del trato discriminatorio y xenófobo que reciben
los migrantes que logran afincarse en Europa, los cuales son sometidos a un
régimen laboral de semi esclavitud que beneficia de los empresarios
capitalistas, en una especie de Apartheid socio laboral que nada tiene que
envidiarle al régimen racista de Sudáfrica antes de 1990 o al de Israel en la
actualidad.
En
Europa, asolada por una crisis interna, con altos niveles de pobreza y
desempleo, la criminalización de los migrantes se ha convertido en una bandera
electoral, de la que se lucran todos los gobiernos –sin necesidad de que las fuerzas
dominantes pertenezcan al Frente Nacional francés o a movimientos fascistas. De
ahí que las tragedias se hayan convertido en una perversa normalidad, como lo
demuestra un hecho sucedido en 1996 cuando naufragó un barco frente a las
costas de Sicilia, que llevaba migrantes de Sri Lanka, Pakistán y la India, con
un saldo de 283 muertos. El gobierno italiano siempre negó el hecho y los
habitantes de un pequeño pueblo de pescadores, Portopalo, pescaban a los
muertos del naufragio, y con gran naturalidad los devolvían al mar, pero estos
cadáveres regresaban cada vez más descompuestos, y eso sucedió durante meses.
Todos lo sabían en el pueblo, pero nadie lo denunciaba, porque se había tendido
un manto de silencio sobre los muertos, para borrar su memoria. Hasta que un
día, un pescador se cansó de la mentira y lo contó a un periodista que escribió
un libro en el que dio a conocer el hecho, y el pescador se convirtió no en un
héroe sino un villano para todos los que sabían lo que había pasado pero que lo
negaban y ocultaban. Como lo dice Santiago Alba Rico al contar esta historia:
“Devolver cadáveres al mar era un gesto sano y rutinario mientras que tratar de
salvar al menos su memoria era, en cambio, un atentado enfermizo contra la paz
social”. Este hecho trágico refleja la metáfora más plena del capitalismo: “Una
economía que produce cadáveres y una sociedad que los devuelve
ininterrumpidamente al mar”. (Santiago Alba Rico, Capitalismo y nihilismo,
Editorial Akal, 2007, pp. 5-8).
Todo esto
desnuda la hipocresía reinante respecto a los migrantes y a los derrotados,
cuyos cuerpos terminan en el fondo del mar. Lo de Lampeduza no solo es una
vergüenza para la humanidad, como lo ha dicho el Papa Francisco I, sino que es
algo peor: es un crimen, que forma parte de un auténtico genocidio contra los
pobres. Como para que queden dudas, solo basta decir que los 150 sobrevivientes
del naufragio del 3 octubre en Lampeduza van a ser investigados y acusados del
delito de inmigración ilegal, se les condenará a pagar una fuerte suma de
dinero, y se les expulsará hacia sus lugares de origen para que se mueran de
hambre o sean asesinados por los esbirros de la “civilizada” Europa.
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