“El
Imperio no descansa y hoy está decidido a acabar con esta etapa de cambios
políticos en América Latina”. Con estas palabras, el sociólogo venezolano
Vladimir Acosta resumía el espíritu que se respiró la primera jornada del Foro
por la Emancipación y la Igualdad organizado por el Gobierno argentino, que
reúne hasta el sábado en Buenos Aires a académicos, políticos y activistas de
18 países. Se refería Acosta al avance en la región latinoamericana del
imperalismo estadounidense, “el mayor enemigo de todos los pueblos del mundo”.
No se trataba de una abstracción: Acosta se refería a los golpes, duros o
blandos, en Honduras, Paraguay, Salvador. A la ofensiva mediática contra la
mandataria brasileña Dilma Rousseff, que, pocos meses después ganar las
elecciones, se enfrenta a un pedido de impeachment por parte de una derecha que
no sabe aceptar la derrota en las urnas; o a los intentos por desestabilizar en
gobierno de Nicolás Maduro en Venezuela, después de las inquietantes palabras
de Barack Obama, muy comentadas este primer día de Foro, que apuntaban a
Venezuela como un peligro para la seguridad nacional de los Estados Unidos.
“Obama se quitó la máscara y anunció explícitamente que habrá medidas, como un
bloqueo naval”, aventuró el intelectual español Ignacio Ramonet.
La
colombiana Piedad Córdoba, senadora y activista por los derechos humanos, lo
resumió
así: “El imperialismo quiere retomar la región. Pero, si uno se cae, aplasta
el proceso en toda la región. El imperialismo se viene con toda la fuerza. Y
Venezuela somos todos”. Las izquierdas latinoamericanas se la juegan en
Venezuela y se la juegan también en Colombia: “Sin paz en Colombia, las bases
militares van a seguir así; Colombia seguirá siendo el Israel de América
Latina”, afirmó Córdoba, que hizo un llamamiento, muy repetido también, por la
solidaridad y la integración latinoamericana, la Patria Grande, esa aspiración
que parece haberse debilitado tras la muerte del argentino Néstor Kirchner y el
venezolano Hugo Chávez, dos protagonistas de la transformación política sin
precedentes que ha vivido América Latina en los últimos quince años.
De la década ganada a los tiempos de la incertidumbre
El
siglo XXI comenzó en todo el continente con aires de cambio. Dos años antes del
nuevo milenio, Hugo Chávez llegó a la presidencia de Venezuela; después, y en
cascada, alcanzarían el poder gobiernos autodenominados progresistas, y con
sólido apoyo social de base, en Ecuador, Bolivia, Brasil, Argentina, Nicaragua,
Honduras, Paraguay. “El cambio político más importante en América Latina en 500
años”, lo llamó Noam Chomsky. Eran procesos diferentes para países diferentes,
pero compartían un elemento central: canalizaban el rechazo popular al
neoliberalismo que campó a sus anchas en la región en los 90 y que, políticas
de ajuste mediante, llevó al aumento de la pobreza y la desigualdad en la
región. Un indígena, un obrero, una mujer en la presidencia. Los movimientos
sociales creyeron que el Estado podía ser un agente para la transformación
social. Quince años después, la correlación de fuerzas ha cambiado y en países
como Venezuela, Brasil y Argentina, está en cuestión el continuismo de esos
proyectos que apostaron por la redistribución de la renta, pero no supieron
emprender cambios estructurales.
¿Qué
ha pasado? Vladimir Acosta lo explicaba así ayer en una de las conferencias de
prensa previas al Foro: “Aquellos cambios en América Latina contaron con dos
ventajas relativas: el desconcierto de las derechas latinoamericanas, que se
habían acostumbrado a la impunidad, ante el avance electoral de las izquierdas;
y el descuido del imperialismo estadounidense, que se había concentrado en las
guerras en el Oriente Medio”. Hoy, sin embargo, las oligarquías
latinoamericanas se han reorganizado y fortalecido, en sintonía con los
intereses del capital internacional y del imperialismo, cree Acosta. Pero
quizá, también, el modelo implementado por estos gobiernos progresistas muestra
signos de agotamiento, y los movimientos indígenas y campesinos denuncian que
el saqueo extractivista –la minería a cielo abierto, la extracción petrolera,
los megaproyectos que devastan ecosistemas y destruyen pueblos enteros -- no
arrecia con los gobiernos izquierdistas, entre otras cosas porque, como apuntó
el miércoles el crítico cultural paraguayo Ticio Escobar, “el margen de los
estados es corto y requieren de esas políticas productivistas para financiar
sus programas sociales”. En ese contexto, ¿sigue siendo el Estado el lugar
desde el que se puede dar la batalla contra la mercantilización de la vida que
impone el capitalismo?
La uruguaya Costanza Moreira, senadora por el Frente Amplio, contesta con un sí rotundo, pero admite los desafíos a los que debe enfrentarse el Estado para ser un elemento de emancipación y no de dominación. En la primera mesa del Foro, reservada a los desafíos y encrucijadas de la izquierda latinoamericana, Moreira tuvo palabras complacientes para los gobiernos progresistas, pero no rehuyó temas tan espinosos como la despenalización del aborto, la necesaria recuperación de la reforma agraria en la agenda política, la salida al mar para Bolivia o la presencia militar en Haití.
“Es la política, estúpidos”
“Es
la política, estúpidos”, dijo Moreira en recuerdo de aquel célebre llamado a la
economía como centro del debate. Para la senadora uruguaya, la llamada “década
ganada” para la izquierda latinoamericana significó, antes que nada, la
recuperación de la política. Como cuando a Lula da Silva se le preguntó, al
comienzo de su mandato, si no le preocupaba cómo reaccionarían los mercados a
su elección, y él respondió: “Los mercados van a tener que entender que los
brasileños tienen que comer tres veces al día”, recordó Moreira. Por su parte,
Leonardo Boff señaló, en conferencia de prensa previa al evento, la necesidad
de colocar la ecología en el centro de la política, aludiendo así a ese dilema
central que supone el extractivismo para las izquierdas; ese dilema, o falso
dilema, entre bienestar material y devastación ambiental.
El
sociólogo brasileño Emir Sader fue más allá al referirse a la necesidad de un
cambio cultural que esté a la altura de los cambios sociopolíticos: “El imperio
estadounidense muestra debilidades en lo político, lo económico e incluso lo
militar, pero sigue siendo muy fuerte en su capacidad de exportar el modo de
vida americano (el American Way of Life), ese que destruye los modos de vida
diferenciados de cada lugar para que todos consumamos las mismas marcas que
ellos; ese no-lugar que nos reduce al consumo”. Esta expansión de la ideología
del consumo, que reduce a los ciudadanos a consumidores, “sólo puede combatirse
con valores humanistas y solidarios, y esa batalla ideológica es la más
determinante”.
La batalla ha de ser ideológica y ha de ser internacional porque, como señala Vladimir Acosta, “la burguesía capitalista supo unirse globalmente; el proletariado, no”. Porque, como subrayó Noam Chomsky en su conferencia magistral, la batalla central sigue siendo, ayer como hoy, por el control de los recursos que Estados Unidos considera suyos por derecho aunque estén en el Medio Oriente o en esa América Latina que el Imperio quiso convertir en su patio trasero. Y es cada vez más urgente pues, como advirtió Chomsky, “la humanidad está en una carrera hacia su propia destrucción: se subsidia a las industrias letales, se incentiva la extracción de la última gota de petróleo aunque la evidencia científica dice que debemos dejar esos combustibles fósiles donde están. Es lo que cabe esperar de las sociedades de mercado: la ignorancia de las externalidades, esto es, el impacto de una transacción sobre los no involucrados, que en este caso son nuestros descendientes”.
En
ese complejo escenario dominado por una “plutocracia global”, en palabras de
Chomsky, la lucha es por la soberanía a las dos orillas del Atlántico. América
Latina y Europa se encuentran frente al espejo, ahora que en el Viejo
Continente se conocen de cerca las brutales consecuencias de las políticas de
ajuste neoliberales; y desde este lado del charco se observa con esperanza el
ascenso de Podemos en España o el triunfo de Syriza en Grecia. Los retos son
diferentes, pero, como señaló un aplaudidísimo Iñigo Errejón, aparece una
oportunidad histórica para el diálogo y el intercambio de experiencias y un
nuevo orden político se gesta en las plazas y las calles, indicó el
vicepresidente boliviano, Álvaro García Linera, que recordó la necesidad de
luchar por el poder estatal, sin olvidar la necesidad de construir espacios
autónomos de poder desde lo comunitario. García Linera cerró el evento
volviendo al eje central de la solidaridad con Venezuela: les dijo a las
derechas estadounidenses y europeas: “Ustedes son un peligro para la soberanía
latinoamericana”. Y terminó recordando a los españoles que, frente a las
políticas de ajuste en el sur de Europa, que desde América latina se observan
como un dejá vu, otra política es posible.
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