Bolivia camina por su propio carril. Este
año acabará con un crecimiento del PIB por encima del 4,5%. En un momento de
contracción económica mundial, de vientos en contra, el país andino crece
sostenidamente. ¿Por qué? La razón es bien sencilla: Evo Morales no confió
jamás en los ciclos de la economía mundial.
Desde el inicio de su mandato en el año 2006, Bolivia
construyó un orden económico propio. En absoluto, autárquico ni desconectado
del mundo. Todo lo contrario: un modelo económico vinculado con el exterior
pero en forma soberana e inteligente. Lo primero fue la nacionalización de los
hidrocarburos, fundamental para edificar una casa propia. Justa en clave social
y eficaz en materia económica. Se rompe así el mito que cualquier
nacionalización merma capacidad de crecimiento. Bolivia multiplicó su PIB
nominal por cuatro en este tiempo. Y aún continúa en su ciclo largo de
crecimiento pese a la coyuntura internacional.
A medida que el gobierno de Evo fue repotenciando el
papel del Estado en la economía, tampoco huyeron las inversiones extranjeras
directas ni hubo fuga de capitales. El ahorro interno creció a
niveles
históricos. Hoy en día Bolivia presume de tener reservas (38% PIB) para
afrontar efectivamente el actual shock externo negativo. Pero no es únicamente
ahorro público, también hay un significativo crecimiento del ahorro privado. En
total, contemplando todas las fuentes, Bolivia posee un ahorro de 48.000
millones de dólares. Muy por encima de su PIB (38.000 millones de dólares). Lo
que le permite apalancar inversiones productivas para los próximos años. Tiene
colchón suficiente para sortear la restricción externa.
Bolivia optó por una economía eficazmente precavida.
No arrastrada por los vaivenes de los precios de las materias primas. Supo
construir su cinturón de seguridad sin necesidad de sacrificar derechos
sociales. Lo hizo gracias a una deliberada intención de conformar un mercado
interno. La redistribución de la riqueza, además de satisfacer principios de
justicia social, fue indispensable como método para ampliar la demanda interna.
El consumo creció gracias a un incremento de los ingresos a lo largo de toda la
distribución. Las políticas activas de empleo y los programas sociales para
niños (Bono Juancito Pinto), mayores (Renta Dignidad) y mujeres embarazadas
(Bono Juana Azurduy) fueron cruciales para este logro. Según el propio Banco
Mundial, Bolivia es campeón planetario en mejorar los ingresos para el 40% de
la población más pobre. El país se fue desendeudando socialmente sin mayor
endeudamiento financiero; la deuda pública actualmente es del 19% del PIB. Y
además, la inversión pública no paró de crecer pasando de 879 millones de
dólares en 2006, a los 6.396 millones de dólares proyectados en los
Presupuestos Generales del Estado para 2016. Este aumento de la inversión
pública ha llegado hasta el punto que la formación bruta de capital fijo es
mayor hoy en día que el volumen destinado a los salarios públicos.
La política económica
boliviana no obedece a ningún manual. Tomó su propio camino mezclando un poco
de todo con muy buenos resultados macroeconómicos. Tras ello, existe una
indudable explicación: la política. Este éxito económico es fruto de una buena
gestión técnica sometida a criterios políticos acertados e innegociables.
Ejemplo de esto fue el serial de nacionalizaciones que Evo decidió a lo largo
de esta década. En el sector minero, el Estado en promedio se queda con el
50-55% del excedente generado; en el sector hidrocarburífero, con el 85-93%. Se
demuestra así que las decisiones políticas a favor de las mayorías no están
reñidas con la eficacia económica. En el caso boliviano, la bonanza
macroeconómica no viene acompañada de malestar microeconómico, ni austeridad
social. Se impone la evoconomía:
llegar a la meta pero sin rezagados ni excluidos.
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