20
enero 2015, Pagina12 http://www.pagina12.com.ar
(Argentina)
Por Horacio Verbitsky
Es
prematuro concluir si el fiscal general Alberto Nisman se suicidó o fue
asesinado. Cualquier afirmación al respecto que no esté sustentada por
constancias indudables de la investigación sólo tiende a capitalizar lo
sucedido en una dirección u otra.
Una lastimosa
tradición nacional induce a sospechar de las apariencias. Pero el brigadier
Rodolfo Echegoyen, quien investigaba en la Aduana un caso de narcotráfico
mientras la Aeronáutica era conducida por su camarada José Antonio Juliá (el
padre de los dos condenados en España por ese mismo delito), no tenía rastros
de pólvora en las manos cuando lo suicidaron en 1990, ni marcas de la patada
que en todos los peritajes posteriores produjo el 38 especial empleado. El
capitán de navío Horacio Pedro Estrada, quien en 1997 estaba imputado en la
causa por la venta ilegal de armas, era zurdo y el disparo ingresó por la zona
derecha de la nuca. Pruebe a cruzar el brazo por detrás de la cabeza y
apuntarse a la nuca del lado opuesto y después opine. Marcelo Cattáneo, acusado
de pagar sobornos por las contrataciones del Banco Nación con IBM, apareció
colgado al año siguiente, con un recorte de diario en la boca sobre el caso que
lo involucraba. Lourdes Di Natale cayó por el balcón en 2003 con un tenor
alcohólico en la sangre que no le hubiera permitido ni llegar a la ventana, y
en toda la casa
no había una sola bebida alcohólica.
Nada que ver con
la muerte de Nisman.
Este misterio se
parece más al del cuento “Los crímenes de la calle Morgue” que Edgar Allan Poe
publicó en 1841: puertas cerradas por dentro, sin balcón, en el piso 13 de una
torre inaccesible de otro modo, el cuerpo caído en el piso del baño bloqueando
la puerta, tal como ocurrió con Favaloro, un solo disparo en la sien y sin
intervención de terceras personas, según el informe del Cuerpo Médico Forense
encargado por la fiscal Viviana Fein y controlado por Ricardo Lorenzetti.
Borges decía que ese cuento de Poe fundó el género policial, “el asesinato
cometido en un cuarto cerrado, tema que sugiere lo mágico, aunque luego se
resuelva lógicamente. El doble asesinato ha sido cometido por un mono que trepa
por la cadena de un pararrayos”. Descartada la lógica del mono, que a
Borges le encantaba por su amor a la literatura fantástica, conviene prescindir
también de otras interpretaciones demasiado imaginativas y atenerse sólo a lo
demostrable.
Por ejemplo,
Nisman había decidido tomarse vacaciones hasta fin de enero y se fue de viaje a
Europa con una de sus hijas. A cargo de la fiscalía especial que investigaba el
atentado a la DAIA de 1994 quedó su colega Alberto Adrián María Gentili.
Ayer Elisa
Carrió dijo que la Procuradora General de la Nación Alejandra Gils Carbó
designó “en reemplazo de Alberto Nisman a fiscales vinculados con el
narcotráfico, según denunció Horacio Verbitsky”. Le agradezco la cita y el link
que colocó a una nota sobre una fiesta ofrecida por un defensor de
narcotraficantes a la que asistió Gentili, por entonces a cargo de una fiscalía
creada para investigar delitos de drogas. Muy impresionante, salvo que Gentili
no fue designado por Gils Carbó sino por el propio Nisman. Eran amigos y ya lo
había propuesto para reemplazarlo en licencias anteriores. Pero esta vez Nisman
regresó en forma intempestiva y sin comunicar a nadie que reasumía sus
funciones, el 13 de enero presentó su bodoque acusatorio contra la presidente
CFK por encubrimiento del atentado a la DAIA de julio de 1994. Su
inconsistencia impresiona e induce a preguntarse cómo hubiera podido defenderlo
ante los diputados en la cita a la que no acudió ayer. Fue muy apropiada la
decisión presidencial de levantar todos los secretos que le pidió Nisman, para
que nada obstruya la comprensión de lo que el ex fiscal sostuvo y con qué
respaldo lo hizo.
El juez de la
causa Rodolfo Canicoba Corral se quejó: si se refería al atentado, Nisman debió
presentárselo a él; si era un hecho nuevo, remitírselo a la Cámara Federal para
que sorteara un juzgado, pero nunca enviárselo al juez Ariel Lijo, que sólo
debe investigar el encubrimiento ya establecido en el juicio del Tribunal Oral
que incriminó a Menem&Compañía. Como Lijo estaba de vacaciones, la jueza
María Servini leyó la denuncia y rechazó investigarla aduciendo que no aportaba
pruebas. Después de la muerte de Nisman, Lijo volvió a casa y asumió la causa,
que no le corresponde. La clave de la denuncia de Nisman es que la impunidad se
lograría cuando se levantaran las órdenes de captura contra los sospechosos
iraníes y las alertas rojas de Interpol. Pero el propio Secretario General de
Interpol, Roland Kennet Noble, lo desmintió: CFK y Timerman insistieron en que
se mantuvieran las alertas rojas. ¿Qué quedaba para sustentar el escándalo al
que se ha reducido el horizonte de la descorazonada oposición política y
mediática?
El sábado,
Nisman llamó a un empleado técnico que trabajaba en su fiscalía desde 2007, le
dijo que lo amenazaban y le pidió que le consiguiera un arma para defensa personal.
El colaborador le llevó a su casa la pistola Bersa .22 que se encontró junto al
cuerpo. Nisman tenía diez custodios de la Policía Federal, que sólo obedecían
sus órdenes. El sábado por la tarde le pidieron instrucciones para el día
siguiente. Los citó a las 11 del domingo. Para entrar junto con la madre de
Nisman debieron recurrir a un cerrajero porque ambas puertas estaban cerradas
por dentro.
Pese a todo eso,
no me animo a aseverar que fue un suicidio. Quienes por el contrario dan por
sentado que lo asesinaron y que la responsabilidad es del gobierno, deben
forzar los hechos a su gusto, con el mismo desprecio por la realidad que les
permitió decir que el gobierno argentino coincide con los asesinos en que había
razones para matar a los dibujantes de Charlie Hebdo, o que la presidente le
prohibió al canciller asistir a la marcha, cuando Héctor Timerman fue el único
ministro de las tres Américas que estuvo allí y que firmó el libro oficial de
condolencias.
Al día siguiente
Nisman debía presentarse en el Congreso para defender su acusación, cuya
inconsistencia es similar a la que recorre desde el primer día todo el
expediente por el atentado y que en 2005 llevó al gobierno nacional a reconocer
su responsabilidad ante el Sistema Interamericano de Derechos Humanos y
comprometerse a adoptar una serie de reformas institucionales, entre ellas una
ley de Inteligencia que sometiera a los servicios al mismo régimen de control
de legalidad que los jueces aplican cuando la prevención está a cargo de las
fuerzas de seguridad. A veinte años del atentado y a diez de la firma del
reconocimiento de responsabilidad, esa deuda con las víctimas y con el conjunto
de la sociedad sigue pendiente. En el mes transcurrido desde el descabezamiento
de la Secretaría de Inteligencia abundaron las opiniones críticas sobre la
promiscuidad entre los servicios de informaciones y la justicia federal. Pero
esto no comenzó ahora. Es un hilo que viene desde tiempos de la dictadura y que
se continuó a través de todos los gobiernos de la democracia.
Es paradójico
que el kirchnerismo pague el precio de ese revoltijo obsceno justo cuando
intenta ponerle límites. Pero la denuncia de Nisman y su muerte dudosa son
parte de esa confluencia de desidia e intereses que dejó impune el más grave
atentado de la historia argentina. Este es el momento exacto para ponerle una
bisagra a esa tradición, cumplir con lo prometido a las víctimas y asegurar que
lo pasado no pueda repetirse, ni en ésta ni en otras causas.
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