Marzo de 2016, Prensa Latina (Cuba) https://firmas.prensa-latina.cu/index.php?opcion=ver-article&authorID=121&articleID=1257&SEO=castro-herrera-guillermo-nota-sobre-la-historia-del-pensar-de-los-latinoamericanos
Por Guillermo Castro H.*
Exclusivo para Firmas Selectas, de Prensa Latina
Para Armando Hart Dávalos, maestro de martianos
En lo más usual, la historia del pensamiento latinoamericano ha sido
pensada y difundida entre nosotros de manera lineal, como el producto de una
serie de influencias provenientes del exterior que han venido a animar nuestra
vida interior, como si ella careciera de vida y creatividad propias.
Esas influencias van desde el cristianismo medieval en lucha con el
laicismo capitalista emergente entre los siglos XVI y XVIII, pasando por los
conflictos entre el liberalismo y el pensamiento conservador en el XIX, y las
afinidades y contradicciones de ese liberalismo con el marxismo soviético en el
XX, hasta el triunfo del neoliberalismo como doctrina de Estado hacia la década
de 1990 y su confrontación en el XXI con movimientos populares que se expresan
a través de un amplio abanico de ismos.
Hay algún grado de verdad en esa visión, sin duda, aunque resulte falsa
en cuanto se sustenta en la exageración unilateral de uno de los aspectos de la
verdad del proceso al que alude. Porque, en efecto, el pensar de los
latinoamericanos se forma y se transforma en un diálogo constante con todas las
corrientes de pensamiento que expresan los avatares del desarrollo del
capitalismo a escala mundial, pero lo hace concurriendo a ese diálogo con voces
a la vez propias y diversas.
En lo contemporáneo, el punto de partida de ese pensar está en
José Martí. Su acta de nacimiento es el ensayo Nuestra América, publicado
en
México, en el periódico El Partido Liberal, el 30 de enero de 1891. Y en ese
ensayo, la tesis fundamental en lo aquí atañe es la que señala que no hay entre
nosotros batalla “entre la civilización y la barbarie, sino entre la falsa
erudición y la naturaleza.”
Son muchas las raíces que conducen a esa tesis, desde el pensar indígena
anterior a la Conquista --y la radical ampliación de lo humano que resultó de
la defensa de los pueblos originarios por Bartolomé de Las Casas--, hasta la
lucha por establecer nuestra identidad en el marco de los juicios y prejuicios
de la Ilustración, y la definición del liberalismo como proyecto inicial de la
constitución de nuestros Estados nacionales, a partir de la obra de
intelectuales como Domingo Faustino Sarmiento. Pero esa tesis abre un período
enteramente nuevo en la historia de nuestro pensar.
Parafraseando lo dicho por V.I. Lenin en su artículo sobre las
tres fuentes y tres partes integrantes del marxismo, y siguiendo una idea
planteada y persistida por Armando Hart, la tesis martiana sobre el combate
entre la falsa erudición y la naturaleza --y su comprensión de ésta a
partir de la fe en el mejoramiento humano, en la utilidad de la virtud y en el
amor triunfante-- abre el camino que llevará, del socialismo indoamericano del
peruano José Carlos Mariátegui a la comprensión de la revolución, como medio
para abrir paso a la formación de seres humanos nuevos, en el argentino Ernesto
Guevara. Lo desplegado a partir de allí en el siglo XX asombra si se le
considera en su detalle.
De 1950 en adelante, en efecto --culminado el ciclo revolucionario
que liquidó al Estado Liberal Oligárquico entre las décadas de 1910 y 1940--
nuestra América dio de sí, en las ciencias sociales, una teoría del desarrollo
como desafío ante un mercado mundial organizado en torno al desarrollo desigual
y combinado; la apertura, en 1980, del debate sobre la dimensión ambiental de
ese desarrollo y la crítica a esa teoría por parte de los teóricos de la
dependencia.
En el campo de las humanidades, la vieja pedagogía liberal positivista
encontró el desafío de la teoría educativa, elaborada por el brasileño Paulo
Freire, como el clericalismo conservador desde dentro de la propia
Iglesia católica encontró su bancarrota moral y política (en el mejor y más
rico sentido del término) ante el desarrollo de la teología de la liberación, a
partir de la obra del sacerdote peruano Gustavo Gutiérrez.
Para bloquear ese impulso creador hizo falta toda la capacidad represiva
de las dictaduras militares que, a lo largo de la década de 1970, crearon las
condiciones para la captura de nuestros Estados por el neoliberalismo, en lo
que sus ejecutores vieron como un triunfo de la civilización capitalista.
Ese bloqueo ocurrió por diversas vías. Una fue, por supuesto, la
persecución y desarraigo de los intelectuales comprometidos con la naturaleza
en lucha contra la falsa erudición; otra, la dispersión de las comunidades de
conocimiento, desde las cuales se llevaba a cabo esa lucha, y otra más la
implantación de modalidades de gestión cultural y académica que garantizaban la
separación y el extrañamiento entre los trabajadores manuales e intelectuales,
en el campo y en las ciudades.
A lo largo del siglo XXI, los logros obtenidos por esa política
reaccionaria han devenido contradicciones y revesas de escala y profundidad
cada vez mayores. La expansión del capital sobre las fronteras de recursos
mineros, agrarios y energéticos, en el mundo rural, y el deterioro sostenido de
las condiciones de vida de grandes segmentos de población en las ciudades de
una región cada vez más urbanizada han generado conflictos socioambientales de
un tipo nuevo, al calor de los cuales se generó un nuevo ambientalismo
latinoamericano que nutre campos del saber como la ecología política, la
historia ambiental y la economía ecológica.
Ese mismo proceso, por otra parte, alienta un resurgimiento cultural y
político de minorías -a menudo mayoritarias- indo y afroamericanas que
traen a propuesta y debate visiones como la del buen vivir, de fuerte acento
comunitario y solidario, que se oponen al vivir mejor del consumo individual
que estimula y legitima el crecimiento sostenido con inequidad social y
deterioro ambiental que está en la raíz del neoliberalismo.
En ese resurgir aflora también el legado de la religiosidad
popular --ni clerical ni conservadora-- que, de Bartolomé de Las Casas
acá, resurge en el carácter fecundante que adquiere otra vez la teología de la
liberación, expresado, por ejemplo, en el desarrollo de una ecología moral, y
en su acompañamiento de las luchas populares por sociedades verdaderamente
solidarias.
Este ciclo de renovación apenas empieza. Sus tiempos son distintos a los
de las luchas políticas en el seno de formaciones estatales en crisis, y de un
mundo en transición hacia un futuro aún incierto, en el que nuestro pensar
renovado desempeñará -desempeña ya- un papel de creciente importancia.
Ese ciclo culminará con el cumplimiento del programa subyacente en Nuestra
América. Desde allí, la América nuestra estará en plena capacidad para
contribuir al equilibrio del mundo y confirmar que, para cada uno y para todos,
Patria es realmente Humanidad.
Panamá, marzo de 2016
*Guillermo
Castro H.: Investigador, ambientalista y ensayista panameño. Panamá, 04-09-50 Doctor en Estudios Latinoamericanos, Facultad de
Filosofía, Universidad Nacional Autónoma de México, 1993-1995. Maestría en
Estudios Latinoamericanos, Facultad de Ciencias Políticas y Sociales,
Universidad Nacional Autónoma de México, 1977-1979. Licenciado en Letras,
Universidad de Oriente, Santiago de Cuba, 1968-1973.
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