5 noviembre 2014,
Rebelión http://www.rebelion.org (México)
Texto de la intervención realizada por el autor en la 12 Conferencia
de Estudios Americanos, celebrada el 24 de octubre de 2014 en el Centro de
Investigación de Política Internacional (CIPI), en La Habana.
En estos años me he interesado en el tema de los gobiernos
progresistas surgidos en nuestra región desde inicios del siglo XXI. Al
comienzo, comentando las realidades que propiciaron su aparición, sus
aportaciones y límites, y el campo de oportunidades que han abierto, así como
las diferencias entre procesos progresistas y revolucionarios, intentando
bosquejarle cierto marco teórico al asunto. Luego, observando la muy previsible
contraofensiva de las derechas, sus recursos y modos de operar y, en
consecuencia, las acciones que las organizaciones y partidos de izquierda, y
los gobiernos progresistas, debieran asumir para vencer esa contraofensiva y
emprender la siguiente etapa del desarrollo regional. En este caso, más en
busca de respuestas políticas que de generalizaciones teóricas.
Como en estos días hay
acontecimientos que inciden en el tema y pueden modificarlo, hoy me limitaré a
resumir ciertas premisas que ya señalé antes y a situar algunas consideraciones
adicionales:
1. Usualmente, las presentaciones sobre
la oleada de gobiernos progresistas surgidos desde comienzos del siglo XXI
empiezan por la primera elección de Hugo Chávez (1998). Sin embargo, pocas
recuerdan que hacía unos años el establishment político
mexicano le había escamoteado una significativa victoria del movimiento
encabezado por Cuauhtémoc Cárdenas.
Enseguida de la victoria
chavista empezó una secuela de triunfos: el de la Concertación
chilena (2000) y los liderados por Lula da Silva (2002 y 2006), Néstor Kirchner
(2003), Tabaré Vásquez (2004), Martín Torrijos (2004), Manuel Zelaya (2005),
Evo Morales (2006, 2009 y 2014), Daniel Ortega (2006), Michelle Bachelet (2006
y 2014), Rafael Correa (2006, 2009 y 2013), Álvaro Colom (2007), Cristina
Fernández (2007 y 2011), Fernando Lugo (2008), Mauricio Funes (2009), Pepe Mujica
(2010), Dilma Rousseff (2011 y 2014), Nicolás Maduro (2013), Salvador Sánchez
Cerén (2014) y Luis Guillermo Solís (2014).
A ellos deben añadirse las
importantes demostraciones electorales abanderadas, también en el 2006, por
Carlos Gaviria, Andrés Manuel López Obrador y Ollanta Humala1.
2. Más que discernir sus
respectivos perfiles políticos, aquí interesa observar que esa oleada ‑‑reelecciones
incluidas‑‑, se extendió por todo el decenio y fue muy notoria en 2006. Antes
de ese año, lo que sucedía pudo parecer una excepción venezolana, que poco
después tuvo una réplica más dilatada en el Cono Sur. Pero las victorias de Evo
Morales y Rafael Correa evidenciaron que este brote andino ya implicaba la
aparición de un fenómeno continental. No extraña así que, aunque la punta del
iceberg asomó en 1988 y se confirmó en 1998, fue a partir de 2006 que la
literatura periodística y académica lo asumió como tal, aunque todavía apelando
más a reminiscencias ideológicas de la época anterior que inquiriendo en la
originalidad del nuevo proceso.2
3. Ese fenómeno emergió a través de
disímiles procesos nacionales, que en pocos años sumaron un conjunto
relativamente heterogéneo. Pero esto no niega sino que confirma la vigencia de
un factor común: el agotamiento de los modelos conservadores
constituidos por las derechas locales y los grupos financieros internacionales
que, tras la imposición de las prédicas y prácticas neoliberales, rápidamente
agravaron la crisis social y sus efectos políticos. Pese a la intensa
implantación de los mitos neoliberales, el malestar e inconformidad exacerbados
por ese drama sobrepasaron los sistemas políticos y electorales que, país por
país, antes habían bastado para controlar la situación.
Esa ola de gobiernos
progresistas pronto significó que millones de latinoamericanos pudieron comer
tres veces al día, mejorar sus condiciones de vida, obtener ciudadanía, y todo
lo demás que sabemos.
4. A la vez, esa heterogeneidad dejó
atrás la época en la que las conductas latinoamericanas eran uniformadas por la
hegemonía estadunidense, las políticas neoliberales se implantaban sin
alternativa y sus portavoces podían reelegirse. Cada una de las naciones
involucradas recuperó importantes cuotas de autodeterminación, soberanía y
recursos ‑‑aunque no todos los que la dominación neoliberal les había
arrebatado‑‑. Entre sus realizaciones estuvo la de darle notable impulso a la
integración latinoamericana, ya no solo como un bien en sí misma sino como una
de las condiciones para potenciar el papel de Latinoamérica en el mundo,
asegurar la defensa de la democracia y de las conquistas políticas y sociales
conseguidas, y sustentar colectivamente su mantenimiento.
La agenda inconclusa
5. Con todo, estos éxitos
progresistas no bastaron para superar el conjunto de distorsiones económicas,
sociopolíticas y culturales que en los años 80 y 90 la ofensiva neoconservadora
impregnó en el tejido de nuestras sociedades. Debe recordarse que, a inicios de
aquel período, la crisis de la deuda quebró la inspiración latinoamericanista
de algunos gobiernos. Luego, tras la implosión del “socialismo real”, el cambio
de la estrategia internacional china y la retracción de las teorías
revolucionarias latinoamericanas de los años 60 y 70, un desconcierto temporal
redujo la capacidad de las izquierdas para resistir a esa ofensiva. La
hegemonía neoliberal dañó la cultura política y organizativa de importantes
segmentos populares, que sufrieron degradaciones y deserciones.4
6. Al superar ese período, los éxitos
progresistas alcanzados en esos primeros lustros del siglo XXI se desarrollaron
en dos campos que vale distinguir:
a) en el Cono Sur, donde
los pactos para desmantelar las dictaduras de seguridad nacional permitieron
aglutinar grandes partidos o coaliciones políticas como el PT, el Frente
Amplio, el PJ kirchnerista y la Concertación chilena. Aun dentro del subsiguiente
régimen político de democracia restringida, eso a la postre permitió elegir
gobiernos comprometidos con promesas progresistas ‑‑con las limitaciones que
ello implica‑‑;
b) en la región andina
(especialmente en Venezuela, Bolivia y Ecuador), donde los partidos y sistemas
políticos establecidos padecían avanzado agotamiento y descrédito, facilitando
que las protestas sociales los desbordaran con grandes movilizaciones populares
(y étnicas). Esto pronto permitió darle ratificación electoral a iniciativas más
audaces, y lograr importantes reformas al marco constitucional de los
respectivos Estados.
7. De todo ello se desprende que los
éxitos progresistas alcanzados durante la primera década del siglo XXI no
resultaron de nuevos desarrollos y propuestas político‑ideológicas, ni de la
formación de una nueva cultura política de las mayorías sociales y electorales
que los hicieron factibles. Más bien fueron expresiones sociales y electorales
espontáneas de su inconformidad con la situación existente, de su repudio moral
y su castigo político al régimen existente, a su corrupción, su insensibilidad
social y su incapacidad para defender los intereses nacionales. Por
consiguiente, fueron expresiones emocionales y sujetas a los vaivenes de las
coyunturas electorales, como los mismos votantes aún lo reflejan en las
elecciones intermedias y locales.
8. Esto es, la aparición de
ese fenómeno expresó tanto la demanda como el límite político de lo que esas
mayorías sociales deseaban y eran capaces de acoger, elegir y sostener. El
referente conocido ‑‑o recordado‑‑ de un proyecto más radical era el de las
izquierdas latinoamericanas de los años 60 y 70. En uno y otro de esos dos
campos hubo grandes contingentes dispuestos a impulsar y sostener hasta
determinado punto un proceso de cambios, pero no disponibles aún para asumir
los riesgos y rigores de un proyecto revolucionario cuyo contorno se desdibujó
en los años 80.5
Se trataba de victorias
electorales, no de revoluciones. Todavía faltaba el proyecto de masas apropiado
a las posibilidades de la nueva situación. En este sentido, las discusiones
sobre si estos gobiernos progresistas son o no revolucionarios fue ron más
discursivas que provechosas. Esos gobiernos han sido lo que en los límites de
sus propuestas electorales, y en los límites sociopolíticos, económicos y
culturales ellos podían ser, al menos hasta que más adelante mejores
alternativas cuenten con el apoyo de masas que las hagan factibles y
sustentables.
9. En el terreno histórico más que en la
imaginación ideológica, la coincidencia y la diferenciación entre las opciones
progresistas y revolucionarias fue visible al comienzo de la Revolución cubana.
En sus primeros dos años, sus realizaciones y discurso tuvieron no pocos
parecidos con algunos de los actuales gobiernos progresistas. En la
terminología de aquellos años, a intentos como el cubano ‑‑y poco antes a los
de Guatemala y Bolivia‑‑ se les llamó revolución democrático‑popular o de
liberación nacional6, conceptos compartidos por las izquierdas de aquel
entonces y que ahora no hay por qué soslayar sino reactualizar.
¿Qué le impide a estos
gobiernos dar el salto que Cuba inició en los días de Playa Girón? Entre otras
cosas, porque cuando en la Isla la guerra revolucionaria concluyó el Ejército
Rebelde había remplazado al viejo ejército, la claque política tradicional había
sido desbanda, la derecha política, el Parlamento y la Corte Suprema se habían
desintegrado por sí mismas, el entusiasmo patriótico y revolucionario martiano
se había tomado la cultura política dominante y los mayores medios de
comunicación se hundieron bajo el peso de sus complicidades con la oligarquía.
En el contexto de esa
situación revolucionaria, ante el pueblo indignado por los bombardeos que
precedieron la invasión organizada por el gobierno norteamericano, Fidel Castro
y sus compañeros decidieron cruzar el Rubicón. Y lo hicieron cuando las
mayorías populares ya estaban dispuestas a combatir por la opción socialista.
Reclamar que los actuales gobiernos progresistas los imiten sin disponer de
condiciones equivalentes que lo hagan factible más parece un pretexto que una
ingenuidad.
10. Para resumir, a finales del siglo XX e
inicios del XXI el repudio colectivo a las consecuencias sociales de la
dominación neoliberal desencadenó crecientes movilizaciones populares. No
obstante, quedó inconclusa la misión estratégica de convertir esa
inconformidad, y su enorme potencial político, en un nuevo conjunto de
conocimientos y convicciones duraderos. Un conjunto no solo motivador, sino
también eficaz para entender los mecanismos de ese estado de cosas y los medios
requeridos para transformarlo a favor de los sectores sociales mayoritarios.
Sin embargo, por su
carácter esta misión corresponde a las organizaciones, movimientos y partidos
políticos expresivos de las reivindicaciones populares, con la colaboración de
los intelectuales afines. Incluso después de ganar elecciones esa misión es
indelegable, puesto que los gobiernos de izquierda tienen otras funciones que
los comprometen a servir igualmente a los sectores sociales desafiliados o de
otras preferencias políticas.7
Las derechas vuelven a la carga
11. Por el lado opuesto, a su vez, las
derechas políticas, económicas y socioculturales vencidas en diversas elecciones
a comienzos del siglo XXI, no por ello quedaron duraderamente derrotadas. Esos
reveses no las privaron de su poder económico, de sus relaciones
transnacionales ni del control de los grandes medios de comunicación. Por
consiguiente, tras la perplejidad inicial, pasaron a prever y reorganizar sus
propias opciones, de viejo o nuevo tipo, para recuperar su anterior poder
político y gubernamental.
En la organización de sus
intentos no falta el apoyo organizador, logístico y mediático de sucesivos
gobiernos norteamericanos, en tanto que el progresismo latinoamericano tiene un
sentido emancipador que erosiona la hegemonía regional y global estadunidense.
12. Esa contraofensiva dispone de
cuantiosos recursos financieros y técnicos que le permiten desplegarse en
varios planos. Combina las viejas marrullerías políticas de los partidos
conservadores y democristianos con avanzados recursos empresariales como
asesorías foráneas, investigaciones de mercado, técnicas de publicidad y
métodos gerenciales de formación de cuadros, etc. Como igualmente combina
viejos y nuevos modelos de partidos, liderazgos, cooptaciones y retóricas
políticas, y métodos de manipulación electoral y formas más brutales de
desestabilización del orden público y asalto al poder.
Aquí tomaría demasiado
tiempo volver a describir cada uno de esos aspectos, sobre los cuales ya hay
variado material informativo8, así que me limitaré a apuntar los más relevantes.
13. Esta derecha reactualizada también
dispone da varios géneros de respaldos transnacionales, entre los cuales
destacan las conferencias, seminarios y cursos auspiciados por fundaciones y
universidades privadas, asociaciones internacionales de partidos políticos y
ONG’s de diferentes tipos, así como organismos gubernamentales como la AID.
Entre sus actividades más frecuentes proliferan los encuentros subsidiados por
fundaciones vinculadas al PP español y a la Heritage estadunidense, a los que concurren
ex presidentes y personalidades de la reacción latinoamericana y española del
pelaje de José María Aznar, Álvaro Uribe, Luis Alberto Lacalle, Henrique
Capriles y hasta Ricardo Martinelli. Asimismo abundan los cursos y
entrenamientos proporcionados por universidades del área de Miami en materias
como el marketing político, diseño e interpretación de encuestas y manejo de
políticas y métodos de comunicación.
14. En la articulación de grupos y
liderazgos, la definición de objetivos, la selección de temas y la orientación
de conductas y acciones, desempeña un papel especial el manejo de los medios de
comunicación. La relevancia de su papel, en no pocos casos hace que quienes
fijan e implementan la política editorial asuman de hecho la dirección estratégica
de la ofensiva, dejándole a los políticos de oficio el papel de operadores de
las líneas de acción que ellos disponen. No es para menos: esos
medios custodian, actualizan y manejan la hegemonía ideológica, cultural y
política del bloque socioeconómico dominante. Justifican sus decisiones,
conductas y desempeños y, al propio tiempo, desacreditan y aíslan a las
personas y propuestas de quienes se oponen a dicho bloque, y ningunean sus
iniciativas.
15. Como piezas de la contraofensiva
reaccionaria, esas instancias e instrumentos forman “estados de opinión” que
resultan tanto de promover las figuras, opiniones y proyectos que al bloque
dominante le interesa encumbrar, como de tergiversar a quienes lo adversan o
banalizar sus ideas, para justificar las ataques y marginaciones que se cometan
contra ellos en el curso de las campañas derechistas para descalificar a los
sectores populares, y desestabilizar la situación general, ya sea con vistas a
objetivos electorales o para enmascarar los asaltos “blandos” o “duros” al
poder gubernamental.
Un antecedente conocido
fue el de la larga campaña mediática y desestabilizadora que precedió el golpe
militar contra el gobierno de Salvador Allende. Dos más recientes han sido la
prolongada campaña de “guarimbas” en Venezuela y las movilizaciones que
precedieron al campeonato mundial de fútbol en Brasil, entre otras.
16. Del 2006 a la fecha se ha apelado a
muy diversas modalidades de asalto al poder, cada una de ellas preparada y
avalada por los grandes medios locales e internacionales de comunicación. La
conspiración para inculpar de asesinato al presidente Álvaro Colom, el
golpe sui generis mediante el cual el ejército depuso y
expatrió a Manuel Zelaya y acto seguido entregó el gobierno al presidente del
Congreso; la conversión de empresarios exitosos en candidatos presidenciales
para derrotar a los socialdemócratas en Panamá y Chile; la intentona
secesionista de la Media Luna para sacar del poder a Evo Morales; la matanza de
campesinos urdida para justificar el golpe parlamentario contra Fernando Lugo;
la insubordinación policial dirigida a derrocar a Rafael Correa; y,
últimamente, las campañas de desestabilización y descrédito emprendidas contra
el gobierno de Cristina Fernández y los escándalos mediáticos fabricados para
desprestigiar al de Dilma Rousseff, con vistas a erosionar sus posiciones en
vísperas de nuevos retos electorales, etc.
Ello sin contar más de
medio siglo de conspiraciones, sabotajes, atentados y toda suerte de ataques
materiales, económicos, diplomáticos y mediáticos contra la revolución y el
pueblo de Cuba, entre los cuales últimamente han descollado el auspicio,
entrenamiento, dotación y soporte internacional para “blogueros” y otros tipos
de medios y operadores de redes digitales.
17. Por otra parte, nada de ello ocurre
por gestión meramente local. Cada una de esas acciones, desde su etapa
preparatoria, ha dispuesto de un coro internacional que va más allá de los
medios y agencias de prensa, y los alimenta. Esto incluye declaraciones de
organismos de derechos humanos, de clubes de escritores y de directivos del
FMI, de congresistas norteamericanos y órganos de la Unión europea, etc. Es
decir, las campañas de la llamada “nueva” derecha no se circunscriben a la
asociación con sus congéneres latinoamericanos, españoles y estadunidenses;
forman parte de una estructura global más articulada y extensa.
18. Entre los mayores objetivos de esa
estructura y de las derechas locales está el de degradar el sentido del proceso
latinoamericano de integración. El solo hecho de que en la gestación de la
llamada Alianza del Pacífico hayan sobresalido personajes como Felipe Calderón
Hinojosa, Álvaro Uribe y Sebastián Piñera, y de que eso inmediatamente
recibiera fuerte aliento norteamericano, es de por sí un aviso elocuente. Por
lo tanto, en la coyuntura que tenemos por delante, defender la proyección
emancipadora, solidaria y desarrollista del proceso de integración deberá ser
uno de nuestros mayores empeños, aunque las organizaciones latinoamericanas de
izquierda aún disten de haber convertido ese tema en una aspiración de masas.
Pero esta historia continúa
19. Esa es la naturaleza del adversario
que los gobiernos progresistas y las izquierdas latinoamericanas tienen por
delante. No será con el respaldo de grandes recursos financieros, empresariales
ni mediáticos que lo podrán superar. Esto solo podrá lograrse renovando tanto
ideas y propuestas, como formas de lenguaje y comunicación juvenil y popular.
Tanto más cuando, tras las
sucesivas reelecciones de los partidos y los líderes progresistas, los años no
dejan de acumularse y, a los ojos de los jóvenes, nosotros mismos empezamos a
formar parte del pasado. El tiempo reabre a los conservadores la oportunidad de
presentarse como los portadores del “cambio” que anhelan los insatisfechos de
hoy. A los doce años de gobiernos del PT, por ejemplo, las demoras de la
reforma agraria o de la reorganización del transporte metropolitano no pueden
achacarse a Collor de Mello o Fernando Enrique Cardoso, ni mucho menos a los militares.
20. Frente a la “magia” de la publicidad y
la manipulación de la maquinaria mediática burguesa, y de su capacidad para
reciclar el reinado de la vieja cultura de su conveniencia, solo construir una
contracultura o nueva cultura política popular puede darle a nuestros pueblos
la solidez de convicciones indispensable para enfrentar críticamente las
ofertas de los grandes medios.
Esa contracultura es
indispensable para contrarrestar y superar la hegemonía ideológica y política
del bloque dominante. Precisamente porque eso no puede lograrse a corto plazo,
debe ser la primera de nuestras dedicaciones, transversal a todos nuestros
demás esfuerzos.
21. El impacto de la contraofensiva de las
derechas no es un asunto colateral. Hace cuatro años algún optimismo o
autosatisfacción imprudente podían tomarla como un asunto manejable. Sin
embargo, durante este último período la reelección de los candidatos del PSUV,
del FMLN y del PT fue más difícil y reñida de lo previsto; Alianza País sufrió
reveses inesperados en Quito y otras ciudades, y los éxitos contundentes solo
volvieron a producirse en Bolivia y, en menor grado, Uruguay. En Brasil la
victoria presidencial se acompañó de importantes pérdidas parlamentarias; el
fantasma de la derrota amenazó al destino de la integración latinoamericana y
caribeña.
La izquierda progresista
está a la defensiva y de eso ella debe extraer importantes lecciones y
reajustes de métodos, estilos y objetivos. En esto la reacción reflexiva y
política de Rafael Correa fue ejemplar, al convocar el encuentro
latinoamericano de partidos, organizaciones y movimientos progresistas para
debatir cómo derrotar la estrategia de “restauración conservadora” de nuestra
América.9
22. Más allá de aciertos y errores
locales, y de mayores o menores dinámicas y alcances, ¿pueden tres lustros de
surgimiento y reproducción de gobiernos progresistas reducirse a eventos
coyunturales, o expresan fenómenos estructurales de mayor significado? Desde
luego, la elección y reelección de gobiernos progresistas, y parte de sus
realizaciones, son reversibles. Pero es irresponsable sostener que su paso no
deja huellas. Aun en el peor de los desenlaces, durante este período ya hay
acumulaciones que echaron raíces en la evolución de las culturas políticas de
los pueblos latinoamericanos.
La movilización social y
electoral de grandes masas, que puso en escena nuevos sujetos y objetivos
políticos, derrumbó gobiernos o los hizo tambalear, expresa movimientos
telúricos del desarrollo latinoamericano: las clases se movieron,
sus exigencias continúan y las conciencias han pasado a hacer un nuevo balance
de posibilidades. Nadie tiene por qué ser mejor que nosotros para aprender de
sus errores y volver a la liza fortalecidos. Donde sea el caso, el revés
sufrido puede ser parte de una historia donde las fuerzas progresistas
retornarán mejor dotadas. En Honduras, Libre es muy superior a la anterior ala
democrática del partido liberal; en Paraguay, el Frente Guasú posterior al
derrocamiento de Lugo tiene mejores propuestas y arraigo social que aquel que
en el pasado eligió al obispo.
23. Si el progresismo es síntoma de un
fenómeno estructural, las eventuales ganancias de la contraofensiva de la
derecha deben asumirse como reveses aleccionadores, cuyo análisis autocrítico
ayudará a realimentar la continuación de la ofensiva de izquierdas.
Por su naturaleza, las
derechas son inevitablemente conservadoras, pues su misión es conservar o
recuperar estructuras y privilegios del pasado, por mucho que ellas pretendan
envolverse en los ropajes del “cambio”. Como a su vez las izquierdas legítimas
solo pueden ser innovadoras, una vez que expresan la fuerza creativa de quienes
senos indignan frente a las causas de las injusticias y desigualdades del
presente que queremos remplazar.
Esta verdad medular debe
incidir sobre nuestras organizaciones y proyectos, sobre sus modos de abordar y
sumar a nuestros pueblos, sobre sus lenguajes y modos de escuchar, renovar
propuestas y persuadir. Solo así ellas podrán convocar, formar y ayudar a
organizarse por sí mismos a los contingentes sociales necesarios para pasar del
progresismo ahora posible a la necesaria transformación revolucionaria, y
sostenerla.
Notas:
1. Pese a lo decepcionante que este último personaje
enseguida resultaría, en aquel momento quienes votaron por él creían hacerlo
por una opción progresista.
2. Es erróneo e inútil juzgar el carácter de estos
gobiernos según el rasero de las pre misas y expectativas conceptuales
características de los años 70.
3. Sentido que, por otra parte, contribuye a
multilateralizar las relaciones internacionales y erosiona la hegemonía
estadunidense. Si bien esto propicia la adquisición de nuevos socios pero, a la
vez, define y moviliza la hostilidad norteamericana y sus capacidades
conspirativas.
4. Las agrupaciones y personalidades más fieles al interés
popular y nacional mantuvieron las denuncias y protestas contra las tragedias
sociales, las corrupciones y las renuncias a la soberanía agudizadas por las
políticas neoliberales pero, batiéndose a la defensiva, tuvieron escasa
posibilidad de desarrollar propuestas alternas.
5. A escala masiva, de los años 70 quedaba la memoria de
los costos y sacrificios que acompañaron al esfuerzo revolucionario sin que sus
esperanzas se cumplieran.
6. Por ejemplo, en 1960 Blas Roca, respetado dirigente del
Partido Comunista cubano, caracterizó lo que sucedía en Cuba como un proceso
característico de “una revolución democrático burguesa en los países
coloniales, semicoloniales o dependientes, o sea, una revolución agraria y
antimperialista”. Ver 29 artículos sobre la Revolución Cubana,
Publicaciones del Comité Municipal de la Habana del Partido Socialista Popular,
1960, p. 20.
7. La crítica de ciertas izquierdas señalando que estos
gobiernos no forman cuadros ni organizaciones revolucionarias es una forma de
eludir la responsabilidad que les corresponde por incumplir esa misión. Desde
siempre, la formación de cuadros idóneos para implementar su proyecto ha sido
una de las misiones medulares de los partidos, gobernantes o no.
8. En lo que me corresponde, hace pocos años elaboré para
el CIPI un material sobre la contraofensiva reaccionaria y la llamada “nueva”
derecha, discutido en una de las pasadas Conferencias. Al respecto, ver ¿Quién
es la “nueva” derecha? en Agencia Latinoamericana de Información
(Alai) del 14 de abril de 2010 o en Rebelión del 15 de abril de 2010.
9. Al respecto, ver su discurso inaugural del Encuentro
internacional de partidos, movimientos, frentes y organizaciones de izquierda
progresista “América Latina unida y soberana frente a la restauración
conservadora”, en Quito, el 29 de septiembre de 2014 [www.elap2014.com].
-------------------
Abya Yala, Patria Grande: América Latina y Caribe
Abya Yala
es el nombre dado al continente
americano por el pueblo Kuna
de Panamá y
Colombia
antes de la llegada de Cristóbal Colón y los europeos.
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