El
vocablo "cipayo" es muy antiguo, posiblemente de origen turco.
Adquirió notoriedad en la India, a meiados del siglo XIX, llamándose así a los
hindúes reclutados por la Compañía Británica de las Indias Orientales para
formar un Cuerpo de Caballería para servir a la Corona Británica con la
finalidad de colonizar su propio país y eliminar la resistencia de sus
connacionales a sus opresores imperiales. Este procedimiento fue utilizado
también por el colonialismo francés en Argelia y Marruecos, y por Estados
Unidos para asegurar su hegemonía en su "patio trasero" de América
Latina y el Caribe.
Estados
Unidos, como lo previó primero Bolívar y luego José Martí, trazó su política de
dominio del subcontinente, en el Mensaje al Congreso del Presidente James
Monroe de 1823. Su primera víctima fue México, en 1845; le siguió Cuba y Puerto
Rico en 1898 y América Central y el norte de Sudamérica con "El gran
garrote" ("Big stick"), de Teodoro Roosevelt, en 1903.
Después
de la Segunda Guerra Mundial y pretextando la amenaza de la revolución
social", en 1947, los gobiernos de nuestro continente, firmaron el Tratado
Interamericano de Asistencia Recíproca que pusieron a todas las Fuerzas Armadas
de nuestros países bajo la dependencia del Comando Sur de Estados Unidos que
creó la "Escuela de las Américas" en Panamá, a la que asistieron
miles
de oficiales sudamericanos y caribeños, para recibir una adoctrinamiento y
coordinar una estrategia común en la "lucha antisubversiva",
incluyendo el asesinato y la tortura por razones ideológicas y el golpe de
Estado como "ultima ratio" para "preservar la seguridad
nacional".
Los
golpes de Estado en Brasil y en Bolivia (1964), en Uruguay y Chile, en
1973, y en Argentina, en 1976, responden a esta estrategia, al que hay que
sumar el intento en 1961 de derrocar al gobierno revolucionario de Cuba
(Invasión de Bahía de Cochinos) y el bloqueo económico, establecido en 1960 y
que llega hasta nuestros días. La intervención de Estados Unidos, en todos
ellos, fue notoria. El embajador Lincoln White en Brasil; el Coronel Vernon
Walters, del Consejo de Seguridad de EEUU, en Brasil y Argentina; el embajador
Ernst Syracusa, en Uruguay y el propio Henry Kissinger, Asesor de Seguridad de
Nixon, en Chile. Las embajadas de Estados Unidos son estaciones de la CIA y los
Agregados Militares están en permanente contacto con los militares nativos.
Estos
golpes de Estado, que "vinieron a regenerar a la democracia", según
la tesis de Mariano Grondona, difundida en la Revista uruguaya
"Búsqueda", fueron fascistas por sus métodos, pero difieren de su
modelo italiano y germano, por su objetivo político.
Como
señalé en la nota anterior, el fascismo de Mussolini fue la expresión política
de los grandes monopolios industriales y bancos italianos que recurrieron a la
dictadura para combatir a sus similares competidores de Inglaterra y Francia.
Es un sistema que procuraba, a través de la guerra de encontrar un sitio en el
reparto colonial del mundo, del que los había excluido el Tratado de Versalles
de 1919.
El
fascismo cipayo, en cambio, fue una dictadura al servicio del imperialismo norteamericano
y de las oligarquías criollas que controlan la tierra y el comercio exterior.
Es esencialmente antinacional (el europeo era nacionalista) aunque la
propaganda lo presentó como "defensor de la Patria" y, en nombre de
ésta torturaron y mataron a cuanto opositor a sus designios criminales se les
cruzó en el camino.
Lamentablemente,
este fascismo cipayo no ha muerto. Está muy vivo y es una herramienta muy útil,
en un mundo actual, altamente competitivo, donde las estructuras económicas de
los imperialismos, especialmente el de Estados Unidos, empiezan a crujir.
Los
acontecimientos que estamos observando en Venezuela y Ucrania, presentan
asombrosamente, patrones comunes: una violencia callejera, con grupos
enmascarados, bien entrenados, disponiendo de armas largas y cócteles molotov,
que incendian edificios administrativos gubernamentales y automóviles,
negando legitimidad a los gobiernos surgidos elecciones libres y sin
programas explícitos, contando con un masivo apoyo mediático, que sigue también
un patrón común, que presenta a esas bandas de enmascarados como una oposición
pacífica que solamente quieren expresar sus opiniones.
El
siglo XXI, será un tiempo de batallas muy duras en América Latina porque un
imperio en proceso de declinación, no aceptará nunca perder a su "patio
trasero" que, si ha sido su reserva estratégica en épocas de prosperidad,
con mucha mayor razón, debe serlo en período terminal de su hegemonía mundial
que consideró el "fin de la historia" al desaparecer la Unión Soviética
en 1991.
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