Las imágenes forjan la realidad, lo que da a la
televisión, los videos y hasta a las fotografías un poder con el que pueden
cavar profundo en la mente de las personas, incluso sin que ellas se den
cuenta. Pensé que también yo era inmune a los repetitivos retratos de Venezuela
como Estado fallido en medio de una rebelión popular. Pero no estaba preparado
para lo que vi en Caracas este mes: qué poco de la vida cotidiana parecía estar
afectado por las protestas, la normalidad que reina en la gran mayoría de la
ciudad. También yo había sido engañado por la imaginería mediática.
Grandes medios han reportado que los pobres en
Venezuela no se han unido a las protestas de la oposición de derecha, pero esto
es un eufemismo: no es solamente que los pobres se abstienen –en Caracas son
casi todos excepto pocas áreas como Altamira, donde pequeños grupos de
manifestantes se meten en batallas nocturnas con las fuerzas de seguridad,
lanzan piedras y bombas incendiarias y huyen del gas lacrimógeno.
Caminando desde el barrio de clase trabajadora de
Sabana Grande hasta el centro de la ciudad, no hay señales de que Venezuela
esté al borde de una “crisis” que requiera la intervención de la Organización
de Estados Americanos (OEA)
, a pesar de lo que John Kerry diga. El metro
también trabajaba muy bien, aunque no pude bajarme en la estación Altamira,
donde los rebeldes habían puesto su base de operaciones hasta que los sacaron
esta semana.
Logré ver las barricadas por primera vez en Los Palos
Grandes, área de clase alta donde los manifestantes sí tienen apoyo popular y
los vecinos gritarán a cualquiera que trate de remover las barricadas –algo
arriesgado de intentar (al menos cuatro personas aparentemente han sido
asesinadas a tiros por hacerlo)–. Pero incluso aquí en las barricadas, la vida
era bastante normal, excepto por algún tráfico fuerte. El fin de semana, Parque
del Este estaba lleno de familias y corredores sudando en un calor de 32 grados
–antes de Chávez había que pagar para entrar y los habitantes, según me
dijeron, estaban decepcionados porque a los menos acomodados se les permitía
entrar de gratis–. Los restaurantes siguen llenos en la noche.
Viajar ayuda a verificar la realidad un poco más, por
supuesto, y yo visité Caracas principalmente para obtener información en el
área económica. Pero vine escéptico respecto al cuento, reportado a diario en
los medios, de que el desabastecimiento de productos básicos era la razón para
las protestas. La gente a la que la escasez le crea más molestias es, por
supuesto, los pobres y las clases trabajadoras. Pero los habitantes de Los
Palos Grandes y Altamira, donde vi verdaderas protestas, tienen sirvientes que
hacen cola para lo que necesitan y tienen el ingreso y el espacio para acumular
algo de existencias.
Esta gente no está sufriendo, les está yendo muy bien.
Sus ingresos han aumentado a buen paso desde que el gobierno de Chávez tomó
control de la industria petrolera hace una década. Incluso tienen un gran apoyo
del Gobierno: cualquiera con una tarjeta de crédito (excepto pobres y millones
de la clase trabajadora) tiene derecho a $3.000 por año, a una tasa de cambio
subsidiada. Después, pueden vender los dólares seis veces más caros de lo que
pagaron, en lo que suma un subsidio anual multimillonario en dólares para los
privilegiados, y todavía estos son los que abastecen la base y a las tropas de
la sedición.
La naturaleza de clase de esta lucha siempre ha sido
cruda e irrefutable, ahora más que nunca. Caminando entre las masas que fueron
a las ceremonias por el aniversario de la muerte de Chávez, el 5 de marzo, se
veía un mar de venezolanos de la clase trabajadora, decenas de miles de ellos.
No había ropas caras o zapatos de $300. Qué contraste con las masas
descontentas de Los Palos Grandes, que tenían camionetas todoterreno Grand
Cherokee de $40.000 portando el eslogan del momento: SOS VENEZUELA.
En lo que se refiere a Venezuela, John Kerry sabe de
qué lado de la guerra de clases está. La semana pasada, justo cuando me iba, el
secretario de Estado de Estados Unidos duplicó su descarga de retórica contra
el Gobierno, acusando al presidente Nicolás Maduro de fomentar una “campaña de
terror contra su propio pueblo”. Kerry también amenazó con invocar la Carta
Democrática Interamericana de la OEA contra Venezuela, así como de aplicar
sanciones.
Alardear sobre la Carta Democrática contra Venezuela
es casi como amenazar a Vladimir Putin con un voto de la ONU sobre la secesión
en Crimea. Quizás Kerry no se dio cuenta, pero apenas unos días antes de sus
amenazas, la OEA votó una resolución que Washington introdujo contra Venezuela
y le dio la vuelta, declarando la “solidaridad” del organismo regional con el
gobierno de Maduro. Veintinueve países la aprobaron y sólo los gobiernos de
derecha de Panamá y Canadá se aliaron con Estados Unidos contra ella.
El artículo 21 de la Carta Democrática de la OEA
aplica ante la “interrupción inconstitucional del orden democrático de un
Estado miembro” (como el golpe militar de 2009 en Honduras, al cual Washington
ayudó a legitimar, o el golpe militar de 2002 en Venezuela, que tuvo aún más
colaboración del Gobierno estadounidense). Debido a este voto reciente, la OEA
podría invocar la Carta Democrática más en contra del Gobierno de Estados
Unidos, por las muertes que causan sus drones a ciudadanos estadounidenses sin
juicio, de lo que podría hacerlo contra Venezuela.
La retórica de “campaña de terror” de Kerry está
igualmente divorciada de la realidad y, como era de esperarse, provocó una
respuesta equivalente del canciller de Venezuela, que llamó “asesino” a Kerry.
Esta es la verdad sobre las acusaciones de Kerry: desde que comenzaron las
protestas en Venezuela, resulta que más personas han muerto de la mano de los
manifestantes que de las fuerzas de seguridad. De acuerdo con las muertes
reportadas por el CEPR (Centro de Investigación en Economía y Política) durante
el último mes, además de los asesinados por tratar de remover las barricadas
puestas por los manifestantes, por lo menos siete aparentemente han muerto
debido a las obstrucciones creadas por los manifestantes –incluyendo un
motorizado que se degolló con una guaya colocada en la carretera– y cinco
oficiales de la Guardia Nacional han sido asesinados.
Respecto a la violencia por parte de cuerpos de
seguridad, presuntamente tres personas podrían haber sido asesinadas por la Guardia
Nacional u otras fuerzas de seguridad –incluyendo dos manifestantes y un
activista que apoyaba al gobierno–. Algunas personas acusan al Gobierno de
otras tres muertes por civiles armados; en un país con un promedio de más de 65
homicidios por día, es completamente posible que esta gente actuara por su
cuenta.
Un total de 21 miembros de las fuerzas de seguridad
están bajo arresto por supuestos abusos, incluyendo por algunos de los
asesinatos. Esto no es una “campaña de terror”.
Al mismo tiempo, es difícil encontrar una denuncia
seria sobre la violencia opositora entre los más importantes líderes de la
oposición. Según datos de encuestas, las protestas son rechazadas en gran
medida en Venezuela, aunque se ven mejor afuera cuando son promovidas como “protestas
pacíficas” por gente como Kerry. Las encuestas también sugieren que la mayoría
de los venezolanos ven estos disturbios como lo que son: un intento de derrocar
un gobierno elegido.
La política interna de la postura de Kerry es bastante
simple. Por un lado, tienes el lobby cubano-americano de la derecha de Florida
y sus aliados neoconservadores gritando a favor del derrocamiento. A la
izquierda de la extrema derecha, bueno, no hay nada. A esta Casa Blanca le
importa muy poco América Latina y no hay consecuencias electorales por hacer
que la mayoría de los gobiernos del hemisferio se molesten con Washington.
Quizás Kerry piensa que la economía de Venezuela
colapsará y que eso llevará a algunos de los venezolanos no ricos a las calles
contra el Gobierno. Pero la situación económica en realidad se está
estabilizando –la inflación mensual bajó en febrero y el dólar del mercado
paralelo ha bajado drásticamente ante las noticias de que el gobierno está
introduciendo una nueva tasa de cambio basada en el mercado–. Los bonos
soberanos de Venezuela tuvieron un rendimiento de 11,5% desde el 11 de febrero
(el día que comenzaron las protestas) al 13 de marzo, el más alto rendimiento
según el índice de bonos de mercados emergentes de Bloomberg. La escasez
probablemente bajará en las próximas semanas y meses.
Por supuesto, esto es exactamente el principal
problema de la oposición: la próxima elección será dentro de un año y medio y
para esa fecha, la escasez económica y la inflación que han aumentado tanto en
los últimos 15 meses se habrán aliviado. En este sentido, la oposición
posiblemente perderá las elecciones legislativas, así como ha perdido cada
elección en los últimos 15 años. Pero su actual estrategia insurreccional no
está ayudando a su propia causa: parece que han dividido a la oposición y unido
a los chavistas.
El único lugar donde la oposición parece estar ganando
amplio apoyo es en Washington.
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