16 septiembre 2016, Pagina
12 http://www.pagina12.com.ar (Argentina)
Por Eric Nepomuceno
Hay frases que dispensan
comentarios y rechazan desmentidos. Cuando, el pasado miércoles, uno de los
jóvenes fiscales integrantes del equipo encargado de la Operación Lavado
Rápido, que trata del esquema de corrupción que actuó en la estatal Petrobras,
dijo que contra el ex presidente Lula da Silva no había pruebas, pero sí
convicción, dejó claro de toda claridad que se trata de un tribunal, sí, pero
mucho más cercano a los de la Santa Inquisición que de Justicia.
Los abusos e inconsistencias
presentadas al público por el fiscal encargado de la “Lavado Rápido”, el
predicador evangélico Delton Dallagnol (foto), tuvieron el efecto de un
bumerang.
Fascinado y ofuscado por las
luces de la gloria, el joven y mesiánico fiscal cometió errores jurídicos
dignos de un niño pedante que siquiera sabe la dirección de una escuela de
derecho. El más evidente y escandaloso de esos errores primarios fue
haber
dedicado la mayor parte del tiempo de su exposición a apuntar a Lula da Silva
como jefe de una organización criminal, el centro de un universo solar de
corrupción.
¿Pruebas? No, ninguna. Pero sí
convicción, como sentenció uno de sus jóvenes asistentes. ¿Basada en qué? En
datos e indicios. De ser así, ¿por qué no denunciarlo por formación de banda
criminal? Silencio.
La reacción negativa fue
inmediata. Del conservador Colegio de Abogados a diarios claramente
comprometidos con el golpe institucional que destituyó a la presidenta Dilma
Rousseff e instaló en el sillón presidencial al usurpador Michel Temer, surgieron
críticas, con más o menos énfasis, al espectáculo circense ofrecido por ese
pozo de irresponsable vanidad que responde al no muy usual nombre de un
pueblito del estado norteamericano de Michigan, Delton. Hay otros pueblitos
llamados Delton, y hasta una Delton Pharmacy. Pero no hay ningún Delton héroe
salvador de ninguna Patria. El Dallagnol se postula, pero hasta ahora su
desempeño es más bien desastrado.
Fue autor, por cierto, de la más
grave y extensa de todas las acciones cuyo objetivo clarísimo es eliminar del
escenario político brasileño al más popular de los dirigentes de las últimas
seis o siete décadas. Entregó en bandeja de plata, a los detractores de Lula da
Silva, un arsenal estruendoso.
Pero, al mismo tiempo, esgrimió
un cuchillo de doble filo. Era claro que Lula reaccionaría. Al transformar su
discurso en un feroz pronunciamiento político, el pobre Delton se adentró en un
terreno de batalla en el que Lula es insuperable, y el joven fiscal, un torpe y
risible aficionado.
Es verdad que suministró munición
a los que no lograron superar a Lula da Silva en las urnas electorales.
Algunos, sin límites para su hipocresía, usaron esas herramientas para
envalentonarse. El senador Aécio Neves, por ejemplo, uno de los cabecillas del
golpe, fue de los primeros. Luego de oír la emotiva defensa personal presentada
por Lula da Silva, reclamó la falta de algún tipo de confesión, de mea culpa.
Se olvidó de que es precisamente
él, Aécio Neves, uno de los políticos más denunciados en la Operación Lava
Jato. Y, claro, que en algún momento podrá dejar de contar con el manto
protector de un sistema judicial absolutamente politizado, que por ahora lo
protege de verse en la necesidad de confesar.
Delton Dallagnol, en su caminata
rumbo al sillón de Torquemada, abrió anchas avenidas para que Lula practique
una de sus especialidades más visibles: el discurso de la indignación. Al
denunciar a doña Marisa Leticia, el triste fiscal permitió que Lula se
dirigiese a su público presentándose no como un ex presidente víctima de una
injusticia cósmica o como un dirigente político que tiene que ser derrotado por
sus adversarios por cualquier método, ya que en las urnas electorales sigue
favorito.
Le permitió hablar como ciudadano
indignado. Lula contó de las humillaciones que sufrió con las acciones ilegales
y abusivas de la Policía Federal que actuó bajo las órdenes de otro miembro de
la Santa Inquisición, el provinciano juez de primera instancia Sergio Moro. “Le
dieron vuelta a mi colchón”, contó Lula. “¿Qué buscaban, el oro de Moscú?”.
También contó que se llevaron los celulares de sus nietas. “No hay derecho en
humillar a mi familia”, gritó un Lula emocionado, que lloró en más de un
momento.
El ex presidente Fernando
Henrique Cardoso, otro cabecilla del golpe, insinuó que la iniciativa del
fiscal Dallagnol quizá no haya sido una idea brillante: “Hay que mirar todo eso
con mucha cautela”. Quizá recomendando, con sus palabras, que se mire con la
misma (y, en este caso, excesiva) cautela con que la Justicia mira las
denuncias contra su partido y sobre mucho de lo que ocurrió en sus dos mandatos
presidenciales (1995-2002).
La hipocresía alcanza alturas
olímpicas cuando se recuerda algo que Lula da Silva trajo a colación en su
pronunciamiento de ayer. Hace unos dos años la Policía Federal encontró un
helicóptero cargado con 400 kilos de cocaína. El aparato pertenece al senador
José Perrela, amigo personal de Aécio Neves, su aliado en el golpe y en otros
negocios no exactamente republicanos.
“Conmigo, dicen no tener pruebas
pero tener convicción. En el caso de Perrela hay pruebas, lo que no hay es
convicción”, fulminó un Lula da Silva en estado puro.
El mismo Lula que advirtió a los golpistas
del Poder Judicial: si creen que esta historia se acerca al final, sepan que
está apenas en su comienzo.
-----
-- Lula dijo que lo acusan solo para
proscribirlo y sacarlo de la politica brasileña
“Si me quieren investigar, investíguenme”
por Darío Pignotti
“Si me quieren investigar, investíguenme”
por Darío Pignotti
-- Es un oficial de inteligencia del
ejercito infiltrado en las marchas contra Temer
por Gustavo Veiga
por Gustavo Veiga
Nenhum comentário:
Postar um comentário