8 septiembre 2013, Rebelión http://www.rebelion.org
(Mexico)
Victoria
electoral, ofensiva terrorista y el papel de la Casa Blanca: Lecciones para el
presente
El
4 de Septiembre de 1970 Salvador Allende, el candidato de la Unidad Popular
-coalición formada por los partidos Comunista, Socialista y Radical y otras
tres pequeñas agrupaciones políticas-obtenía la primera minoría en las
elecciones presidenciales chilenas. Allende representaba la línea más radical
del socialismo chileno y durante la década de los sesentas había demostrado en
los hechos su profunda solidaridad y amistad con el pueblo y el gobierno
cubanos, al punto tal que cuando se crea la OLAS, la Organización
Latinoamericana de Solidaridad, para defender a la cada vez más acosada
Revolución Cubana la presidencia de esta institución recayó en las manos del
por entonces senador chileno. Tres candidatos se presentaron a las elecciones
del 4 de Septiembre: aparte de Allende concurría el candidato de la derecha
tradicional, y ex presidente, Jorge Alessandri; y el de la desfalleciente y
fracasada democracia cristiana, Radomiro Tomic, mal posicionado debido al
fiasco que había sido la tan mentada “Revolución en Libertad” con que
Washington había querido sofocar la rebeldía popular incesantemente impulsada a
nivel continental por el ejemplo luminoso de Cuba. Al final de la jornada el
recuento arrojó estos guarismos: Allende (UP), 1,076,616 votos; Alessandri
(Partido Nacional), 1,036,278; y Tomic (DC), 824,849. Pero la legislación
electoral de Chile establecía que si el candidato triunfador no obtenía la
mayoría absoluta del voto popular el Congreso Pleno debía elegir al nuevo
presidente entre los dos más votados. A nadie se le escapaba la enorme
significación histórica que asumiría la consolidación de la victoria de
Allende: sería el primer presidente marxista de la historia, que llegaba al
poder en un país de Occidente, ¡y nada menos que en América Latina!, en el
marco de las instituciones de la democracia burguesa y en representación de una
coalición de izquierda radical. El impacto en la derecha latinoamericana y
mundial de la victoria de Allende fue enorme, y tremendas presiones
desestabilizadoras se desataron desde la misma noche de su victoria.
A los efectos de que el Congreso
ratificara su victoria (que era lo único que podía legítimamente hacer) hubo que
vencer enormes obstáculos. El PN se negaba a ello y la DC estaba dividida. Para
salir del atolladero la DC exigió, para emitir su voto favorable, que Allende
firmara un “Estatuto de Garantías Constitucionales”. En realidad, era una
mafiosa extorsión encaminada a frustrar la viabilidad del programa de
transición al socialismo.
A través de ese instrumentó Allende tuvo que
comprometerse formal y explícitamente a conservar libertades como las de
enseñanza, prensa, asociación y reunión -¡ninguna de las cuales estaban
amenazadas por el candidato vencedor o su programa de gobierno!- y a indemnizar
las expropiaciones previstas en el programa de la Unidad Popular. Esto último
revela claramente el servilismo de la DC y la derecha tradicional en relación a
los intereses de las oligarquías locales y del imperialismo, que exigieron de
sus compinches locales, sedicentes defensores de la “democracia” y la
“libertad,” preservar la absoluta intangibilidad de sus intereses.
Posteriormente, este estatuto fue introducido como reforma a la Constitución en
el año 1971. El Congreso fijó para el día 24 de Octubre de 1970 la fecha de la
sesión que confirmaría el triunfo de Allende. Pero un día antes un comando de
la derecha hiere mortalmente, en un atentado terrorista, al General
constitucionalista René Schneider, quien habría de morir pocos días después.
Schneider había manifestado que las fuerzas armadas chilenas debían respetar el
veredicto de las urnas, y lo pagó con su vida. La CIA, que venía siguiendo los
sucesos de Chile muy de cerca desde comienzos de los sesenta, se supone que fue
quien, en colaboración con un grupo de la extrema derecha chilena, planeó y
ejecutó ese luctuoso operativo. Pese a la conmoción del momento, o tal vez a
causa de las graves consecuencias que se veían aparecer en el horizonte
político, el Congreso procedió a ratificar el triunfo de Allende por 153 votos
contra 35 que optaron por Alessandri.
Vale la pena recordar estos
antecedentes ahora que se acaban de cumplir 43 años de la magnífica gesta del
pueblo chileno y de Salvador Allende. Y recordar también que, según
documentación desclasificada de la CIA 1,
el 15 de Septiembre de 1970, pocos días después de las elecciones, el
Presidente Richard Nixon -quien más tarde sería destituido como un bandido a
causa del escándalo de Watergate- convocó a su despacho a Henry Kissinger,
Consejero de Seguridad Nacional; a Richard Helms, Director de la CIA y a
William Colby, su Director Adjunto, y al Fiscal General John Mitchell a una
reunión en la Oficina Oval de la Casa Blanca para elaborar la política a seguir
en relación a las malas nuevas procedentes desde Chile. En sus notas Colby
escribió que “Nixon estaba furioso” porque estaba convencido que una presidencia
de Allende potenciaría la diseminación de la revolución comunista pregonada por
Fidel Castro no sólo a Chile sino al resto de América Latina. En esa reunión
propuso impedir que Allende fuese ratificado por el Congreso y que inaugurara
su presidencia. El mensaje tomado por Helms expresaba con claridad la visceral
mezcla de odio y rabia que el triunfo de Allende provocaba en un personaje de
la calaña de Nixon. Según Helms, sus instrucciones fueron las siguientes:
·
“Una chance en 10, tal vez, pero salven a Chile.
·
Vale la pena el gasto.
·
No preocuparse por los riesgos implicados en la
operación.
·
No involucrar a la embajada.
·
Destinar 10 millones de dólares para comenzar, y
más si es necesario hacer un trabajo de tiempo completo.
·
Mandemos los mejores hombres que tengamos.
·
De inmediato: hagan que la economía grite. Ni
una tuerca ni un tornillo para Chile.
El encargado de monitorear todo el
proyecto fue el célebre criminal de guerra Henry Kissinger. El nombre de esta
iniciativa de terrorismo desestabilizador fue “Vía II”, para diferenciarlo de
la “Vía I”, nombre utilizado para designar los intensos esfuerzos diplomáticos
y “legales” que desde hacía tiempo venía haciendo la Casa Blanca para
contrarrestar la influencia comunista en Chile sobre todo a través de la
democracia cristiana y otras organizaciones de la derecha de ese país.
Si miramos el panorama actual de
América Latina y el Caribe veremos que poco o nada ha cambiado. Que como decía
la poesía de Violeta Parra, “el león es sanguinario en toda generación”. La
actuación del imperialismo en los países de Nuestra América, y especialmente en
la vanguardia formada por Cuba, Venezuela, Bolivia y Ecuador no difiero hoy de
los mismos lineamientos que la CIA y las otras agencias del gobierno
estadounidenses aplicaron con brutal salvajismo en el Chile de Allende.
Schneider asesinado, Carlos Pratts asesinado en Buenos Aires, Orlando Letelier
(ex canciller de Allende) asesinado en Dupont Circle, a cientos de metros de la
Casa Blanca amén de los miles de detenidos, torturados y desaparecidos después
del golpe militar de 1973. Sería ingenuo pensar que hoy, en la Oficina Oval de
la Casa Blanca, el inverosímil Premio Nobel de la Paz convoque a sus asesores
para elaborar estrategias políticas distintas -humanitarias, solidarias,
democráticas- para hacer frente a las resistencias que se alzan en contra del
imperialismo en las más diversas latitudes, sea esto en Siria como en el
Líbano, en Cuba como en Venezuela, en Bolivia como en Ecuador y, por añadidura,
en toda América Latina y el Caribe, países estos absolutamente prioritarios
para preservar la integridad de la retaguardia imperial. En contra de los
discursos colonizadores, racistas y hasta autodescalificadores que pregonan la
irrelevancia de esta parte del mundo, los trágicos sucesos de Chile ya
demostraban hace más de cuarenta años lo crucial que era el proceso político de
ese país para la estabilización de la dominación global de Estados Unidos. Hoy
podemos afirmar, sin temor a equivocarnos, que por comparación a lo ocurrido en
aquellas aciagas jornadas de 1970, la importancia de Nuestra América es
muchísimo mayor, como lo es la virulencia terrorista del imperio en su empeño
por retrotraer la situación de nuestros países a la existente antes del triunfo
de la Revolución Cubana. De ahí la necesidad de tomar nota de las lecciones que
nos deja el caso chileno y no bajar la guardia ni por un segundo ante tan
perverso e incorregible enemigo, cualesquiera sean sus gestos, retóricas o
personajes que lo representen. Nixon, Reagan, Bush (padre e hijo), Clinton y
Obama son, en el fondo, lo mismo: marionetas que administran un imperio que
vive del saqueo y el pillaje, amparado por un formidable aparato ideológico y
comunicacional y un aún más tremendo poder de fuego capaz de eliminar toda
forma de vida en el planeta Tierra. Sería imperdonable que nos equivocáramos en
la caracterización de su naturaleza y sus verdaderas intenciones.
Notas:
1
Ver (https://www.cia.gov/library/center-for-the-study-of-intelligence/csi-publications/csi-studies/studies/vol47no3/article03.html)
2 Una información muy detallada sobre estos proyectos del gobierno
norteamericano para desestabilizar y tumbar gobiernos adversarios, no sólo el
caso de Chile, se encuentra en US Congress, Senate, Alleged Assassination
Plots Involving Foreign Leaders, Interim Report of the Select Committee to
Study Government Operations with Respect to Intelligence Activities,
94th Congress, 2nd Session, (Washington, DC: US Government Printing Office, 20
November 1975). Las referencias al dictado de Nixon se encuentran en la
página 227 de este volumen. Un racconto más detallado del caso chileno
puede verse en Kristian C. Gustavson, sobre la base del documento de la CIA
indicado más arriba.
Rebelión
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